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Ernest Alòs en un article publicat
a El Periódico de Catalunya
del 25 de juliol ens comenta una manera de treballar
dels columnistes que escriuen per a diaris de diverses
comunitats autonòmiques. En concret, es
tracta d'adequar el discurs de l'article al discurs
dominant en una determinada comunitat autonòmica.
Amb els tertulians també passa, atès que
segons l'emissora de ràdio on emeten les seves
opinions radicalitzen, suavitzen o, fins i tot, varien
substancialment el seu discurs per adequar-lo al públic
que els escolta.
En la seva columna, Ernest Alòs
comenta que un mateix columnista espanyol, Fernando
Ónega, va publicar un article el 22 de juliol
a La Voz de Galicia i el 23 de juliol a La
Vanguardia sobre l'entrevista de Pasqual Maragall
amb José Luis Rodríguez Zapatero. El curiós
no és la reincidència, publicar dos articles
sobre el mateix tema en dos dies consecutius sense que
hagi passat res que pugui fer canviar l'opinió
sobre l'entrevista, sinó que el contingut dels
dos articles és molt diferent. És a dir,
Fernando Ónega opina una cosa en un diari gallec
i una altra en un diari català. Un cas clar,
doncs, de doble discurs.
A continuació reproduïm
"Las lealtades se pagan", aparegut a La
Voz de Galicia:
Les propongo el juego de las comparaciones.
Ideologías al margen, Fraga tiene más
talla de hombre de estado que Maragall. Tiene una
categoría intelectual superior, aunque eso
siempre es difícil de demostrar. Y es evidente
que posee una experiencia de gobierno mucho más
dilatada. ¿Por qué hago estas referencias
personales? Porque cuando se reúnen con Zapatero
obtienen resultados inversamente proporcionales a
su categoría personal y política. Fraga
obtuvo compromisos no presupuestados ni fijados en
un calendario. Maragall, se lleva algo cada vez que
habla con ZP: un día, el Palacio de Montjuic;
ayer, el Mercado de las Telecomunicaciones.
Y es que entre ambos presidentes autonómicos
hay una diferencia vital en este tiempo: si Zapatero
tuviera que dar un no a Fraga, no le ocurriría
nada grave. Si le tiene que decir no a Maragall, sería
la hecatombe: se presentaría como un menosprecio
a la comunidad que tantos votos dio al PSOE; el PSC
volvería a plantear la creación de grupo
parlamentario propio; Esquerra Republicana podría
retirar su apoyo al Gobierno de Madrid.
Demasiados riesgos. Y, como son riesgos
reales, es inevitable ver en los resultados de la
reunión de ayer a un Zapatero rehén
de su visitante y obligado a dar a las demandas catalanas
una de estas respuestas: "sí" o "sí".
Y eso será leído en el resto de las
comunidades como un agravio comparativo. Si el otro
vivero de votos socialistas, Andalucía, no
hubiera visto saldada ya su "deuda histórica",
¿cuánto tiempo calculan ustedes que
tardaría Chaves en ponerse a la cola de la
ventanilla de las concesiones? Una semana parece un
plazo inmenso. Roma no paga traidores, pero las lealtades
se cobran.
El panorama se vuelve más intrigante
cuando nos acercamos al resto de asuntos tratados.
Como anécdota, anotemos que Maragall usó
tal doble lenguaje, que sus palabras sobre la Generalitat
y el Estado fueron entendidas al mismo tiempo como
una referencia al estado catalán y lo contrario:
como "representante del Estado". Pero, al
margen de eso, quedaron al descubierto las divergencias
entre los dos presidentes en cuanto a la reforma constitucional
y el alcance de la reforma del Estatuto. Fueron tan
visibles, que Jordi Sevilla tuvo que atribuirlas a
un "malentendido".
Pues en ese tejado queda situada la
pelota. Maragall es cada día un poco más
nacionalista. Zapatero, por fuerza, tiene que ser
cada día un poco más constitucionalista.
Maragall conserva intacta su capacidad de presión.
Zapatero conserva intacta su capacidad de ser presionado.
Y Maragall tiene un truco que no le falla: siempre
empieza diciendo que "por fin un gobierno entiende
a Cataluña". Después enseña
los dientes y, por último, pasa la factura.
I tot seguit reproduïm "Qué
ha fallado en la Moncloa", aparegut a La Vanguardia:
¿Quién teme a Pasqual
Maragall? Del Ebro a Huelva, mucha gente: quien estudia
sus viajes como el brujo analiza el vuelo de las aves;
quien lo encuentra más catalanista que socialista;
quien le oyó decir que la Generalitat es "un"
Estado; quien desconfía de sus intenciones
finales; quien ve sus proyectos como una copia catalana
del plan Ibarretxe; y quien cree que ha venido a Madrid
a aprovecharse de las debilidades de Zapatero, y vuelve
a Barcelona con un trofeo (así se ha escrito)
llamado Mercado de las Telecomunicaciones.
En esas dudas y desconfianzas se basan
las primeras críticas a los resultados de su
estancia en la Moncloa. Y también algo de envidia.
Mucha envidia, qué diablos. No es por señalar,
pero yo soy gallego, y disculpen ustedes la petulancia.
Ahora me cabrea que no le hayan puesto a Fraga nuestra
bandera a la entrada de palacio. Para garantizar la
simple continuidad del plan Galicia hemos tenido que
organizar una formidable protesta mediática
hasta obligar al presidente a desmentir a su ministra
de Fomento. ¿Cómo no nos va a causar
envidia que Maragall tenga una flauta mágica?
Se la toca a Zapatero, y ¡zas!: el castillo
de Montjuïc. Se la vuelve a tocar, y otro zas:
la CMT para Barcelona. ¡Quiero ser catalán,
pero sin peajes!
Después tenemos la teoría
de los privilegios. Tantos siglos de centralismo hacen
que sea normal que en Madrid se concentre el poder
político, el financiero, el cultural y hasta
el apostólico. Hasta hay una presidenta que
considera a Madrid una de las puntas del eje del bienestar,
dejando a los demás, supongo, en el carro del
malestar. Y claro: ¿cómo se atreve un
tipo de provincias a venir aquí, seducir al
guardián, asaltar las torres almenadas y llevarse
un trofeo del salón? No llega a la osadía
del Barça de llevarse los tres puntos del Bernabeu,
pero es lo más grave que ha ocurrido después
de tal suceso. Y encima, en ambos casos, cumpliendo
un pronóstico de Zapatero.
¿Cómo explicarlo? Lo
del Barça, vale, porque el Real andaba de mala
racha. Pero a la CMT, aunque media España no
sepa qué es, hay que aplicarle la teoría
de la presión: si Zapatero no cede, Maragall
promoverá el grupo parlamentario del PSC; Esquerra
retirará su apoyo; caerá todo el tinglado
socialista, que se ha montado sobre votos catalanes
y andaluces. Y si usted replica que no, que hay una
acción de largo alcance llamada descentralización,
le dirán que no sea ingenuo, que ésa
es una forma de vestir el santo, para llenar de grandeza
lo que es una simple cesión por debilidad.
A continuación se agitará el fantasma
de la unidad de España.
Os traslado estas consideraciones
para mostraros qué difícil es construir
eso que llaman España plural. Es tan cierto
que existe, que hasta Aznar la invoca en sus discursos.
Pero, cuando hay que llenarla de contenidos, se desatan
furias y recelos. Pero no todos somos envidiosos.
No todo el mundo es jacobino.
¿No habrán cometido
algún fallo los señores Maragall y Zapatero?
Yo creo que uno elemental: presentar la descentralización,
algo tan serio e histórico, como un arreglo
entre dos amigos y socios, sin más debate;
como un conejo de chistera que apareció una
tarde de julio que Maragall pasaba por allí.
Como diría José Blanco hablando de Aznar,
"como si el Estado fuera suyo". Puestas
las cosas así, se puede hablar de grandeza;
pero también han puesto en bandeja que se hable
de debilidad de uno e imposición de otro. Y
no es eso. Bueno, matizo: no debiera ser eso.
Com es pot veure, dir el que toca
a cada lloc és la millor manera de quedar bé
amb tothom. Llàstima d'internet, però,
que et deixa en evidència.
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