A continuació reproduïm
articles de Robert Fisk publicats per La
Vanguardia (que, són la traducció dels
publicats a The Independent). Robert Fisk és
un periodista que, a diferència de molts altres,
és al lloc dels fets. Per tant,
més enllà de l'encert o de l'errors de
la nterpretació que en fa, cal valorar positivament
que escrigui les cròniques in
situ. Fisk ha encunyat darrerament el terme periodisme
d'hotel, terme prou clar com perquè calgui
explicar-lo.
Fisk ha publicat
no fa gaire La gran guerra per la civilització,
un llibre que pot ser molt útil en l'intent
d'entendre què passa a l'Orient Mitjà,
que, per raons diverses, ha esdevingut una zona molt
conflictiva.
Huir del sur
de Líbano, morir en Beirut (9 d'agost de
2006)
Había excavadoras
removiendo las toneladas de escombros, una nube de polvo
y humo que se alzaba más de un kilómetro
por encima de los castigados suburbios del sur de Beirut
y un hombre alto con una camiseta gris - nada menos
que un taxista de Brooklyn- con los ojos arrasados en
lágrimas, contemplando lo que muy probablemente
era la tumba de su abuelo y sus tíos. La mitad
de la casa familiar había desaparecido y el bloque
de pisos contiguo había sido reducido a escombros
unas horas antes por los dos misiles que explotaron
en la calle Asaad al Assad.
¿Qué se le puede decir
a un hombre que está esperando ver salir cadáveres
de debajo del hormigón? El último había
sido un hombre cuya cara, antes de que retiraran la
suciedad, parecía grabada en el polvo; el hormigón
le había aplastado los huesos y los músculos
de manera tan fulminante que había quedado delgado
como una hoja de papel. Mohamed al Husseini había
salido de Nueva York con su joven esposa y su bebé
- que estaban a salvo en el centro de Beirut- con la
intención de aprovechar las vacaciones para ver
a su familia y hablar con los parientes con los que
había crecido.
"Mire lo que han hecho los israelíes",
me dijo, sin apartar los ojos de los suelos de los pisos,
separados ahora por unos pocos centímetros. "No
entiendo nada, ¿sabe? No sé qué
hacer. Puedo volver con mi mujer y mi hijo, pero el
resto de mi familia está aquí. Antes vivían
en el sur y hasta ahora habían sobrevivido. Luego
vinieron a Beirut y han muerto aquí".
El abuelo de Mohamed al Husseini, Mohamed
Yassin, tiene - no digamos todavía "tenía"-
75 años. Su tío se llama Hussein Yassin
y su tía Hila. Pero ayer por la noche seguía
sin haber rastro de ellos.
¿Y los del edificio de al lado?
Murieron al menos 17 civiles, muchos de ellos niños.
Un chiquillo de 12 años llamado Hussein Ahmed
Mohsen yacía muerto en el depósito del
hospital Monte Líbano, junto con una mujer que
murió al cabo de una hora de ser rescatada, después
de que los misiles echaran abajo su casa el lunes, poco
después de las 19.30 horas. Casi todos los habitantes
de este desgraciado edificio eran miembros de la familia
Rmeiti - originaria también del peligroso sur
de Líbano-, y quince de los muertos eran del
mismo pueblo. Pedazos de paredes de pisos colgaban todavía
por encima de las ruinas, y una de ellas tenía
pintado un corazón y la palabra Brasil,
testimonio del amor al fútbol de un muchacho
en la edad de la inocencia.
Era una escena capaz de poner furioso
a cualquiera. Un guardia de Hezbollah me pidió
mi tarjeta de prensa y perdió todo interés
en cuanto la leyó. Pero a un joven libanés
con una camisa amarilla que estaba por allí lo
agarró por el cuello de la camisa y lo entregó
a un puñado de individuos altos y forzudos que
lo metieron a la fuerza en un coche. Todo el mundo anda
a la caza de espías, de los hombres - y mujeres-
que, se asegura, pintan los bloques de pisos
de Beirut para que la tecnología de los misiles
israelíes localice sus objetivos.
Pero un triste y amargo encuentro en
el mismo hospital Monte Líbano me dio a entender
que aquella casa no había sido señalada
por nadie. Allí conocí a Ali Rmeiti, un
empleado del aeropuerto de Beirut, ensangrentado, con
la cara deformada por el dolor y meneando la cabeza
con incredulidad. "Estaba en el balcón con
mi mujer Huda y nuestros tres hijos, debían ser
poco más de las siete y media. No oí nada,
nada en absoluto. No me di cuenta de lo que había
pasado. Todo estaba negro. Luego llegó la segunda
explosión y salimos todos disparados a la calle,
junto con el balcón".
Huda Rmeiti está acostada junto
a su marido con una vía de suero en el brazo
y todavía más ensangrentada que Ali. Y
tengo que preguntarle alegremente cuántos de
sus hijos estaban en el balcón, porque sé
- y ellos no- que tres de los cuatro murieron cuando
el balcón del primer piso se precipitó
a la calle.
¿Y por qué fue atacado
el edificio? Los israelíes han matado a cientos
de civiles libaneses, incluso han atacado convoyes de
refugiados a los que ellos mismos habían ordenado
abandonar sus casas. Pero Saadieh, la cuñada
de Ali Rmeiti, una mujer menuda con velo y un vestido
negro con dibujos amarillos, cuenta una historia que
coincide con la de otros dos supervivientes. Antes de
que cayeran los misiles, dice, un avión no tripulado
israelí, una nave que envía imágenes
en tiempo real a Tel Aviv, sobrevoló el barrio
de Shiyah. Um Kamel, como los libaneses denominan
a este tipo de aviones, pasó zumbando de aquí
para allá durante un rato y luego, de improviso,
alguien bajó en moto por la calle Asaad al Assad
y disparó hacia el cielo con un rifle, justo
enfrente de la casa de los Rmeiti.
Yse fue. Probablemente era un deficiente
mental, quizá un provocador - aunque no es probable-,
acaso algún joven que quería demostrar
su atolondrada hombría. No se pueden abatir aviones
a escopetazos, eso lo sabe cualquier miembro de Hezbollah.
Pero poco después, los dos misiles bajaron como
un rayo sobre las casas de los inocentes.
De esto quizá se pueden extraer
dos moralejas. Una es evidente, y la otra resulta ya
bastante familiar. La primera: nunca le dispare a un
avión no tripulado. Y la segunda: no crea que
los israelíes se lo pensarán dos veces
antes de lanzar un misil contra su casa si su juguetito
detecta por allí a un hombre con un rifle.
La retirada israelí agiganta a Hezbollah
(15 d'agost de 2006)
Han creado un desierto y lo han llamado paz. Srifa -
o lo que una vez fue el pueblo de Srifa- es un lugar
de viviendas derrumbadas, paredes reventadas, escombros,
gatos muertos de hambre y cadáveres atrapados.
Pero también es un lugar de victoria para Hezbollah,
cuyos luchadores se paseaban ayer por entre las ruinas
con aire de héroes conquistadores. ¿A
quién hay que culpar de haber convertido este
pueblo en un desierto? ¿A la milicia chií
que provocó esta guerra o a la fuerza aérea
israelí que ha traído la devastación
al sur de Líbano y ha matado a tantos de sus
habitantes?
En cualquier caso, el mujtar del
pueblo no tenía dudas. Cuando tres hombres de
Hezbollah - uno herido en el brazo, los otros dos acarreando
cargadores y walkie-talkies- pasaron frente a nosotros
por entre los montones de hormigón destrozado,
Hussein Kamel el Din les gritó: "¡Hola,
héroes!". Y luego se giró hacia mí.
"¿Sabe por qué están enfadados?
Porque Dios no les ha dado la oportunidad de morir".
Hace falta estar aquí abajo,
junto a Hezbollah, en medio de esta destrucción
aterradora - muy al sur del río Litani, en el
territorio del que Israel se propuso expulsarlos- para
comprender la naturaleza de esta guerra y su enorme
significado político para Oriente Medio. El poderoso
ejército de Israel ya se ha retirado del pueblo
vecino de Ghandutiya después de perder 40 hombres
en sólo 36 horas de combate. Ni siquiera ha conseguido
penetrar en la ciudad asolada de Qiam, donde ayer Hezbollah
estaba de celebración.
En Srifa estuve con hombres de Hezbollah
observando las carreteras vacías hacia el sur
y vi desde allí el pueblo de Mizgav Am, al otro
lado de la frontera. Esta no es la manera como se suponía
que la guerra tenía que terminar para Israel.
Lejos de poner de rodillas a Irán
y Siria - ése y no otro era el plan estadounidense-israelí-,
la guerra ha dejado intactos a esos dos supuestos estados
parias y ha agigantado la reputación de Hezbollah
en todo el mundo árabe. La oportunidad
que aparentemente vieron el presidente George W. Bush
y la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, en la guerra
de Líbano se ha transformado en una oportunidad
para que los enemigos de Estados Unidos mostraran la
debilidad del ejército israelí.
De hecho, ayer por la noche apenas quedaba
ningún blindado israelí dentro de Líbano:
sólo se veía un tanque solitario en las
afueras de Bint Jbeil, y los israelíes se habían
retirado incluso de la ciudad cristiana segura de
Marjayun. Ahora está claro que el contingente
de 30.000 hombres que, según había anunciado
el ejército israelí, avanzaba a toda marcha
hacia el norte, hacia el Litani, nunca existió.
En realidad, es improbable que ayer quedaran más
de mil soldados israelíes en todo el sur de Líbano,
a pesar de que se vieron involucrados en dos escaramuzas
durante la mañana, horas después de que
entrara en vigor el cese de hostilidades de las Naciones
Unidas.
Mientras tanto, a lo largo de la costa,
desde Beirut, se desplazaba un éxodo masivo de
decenas de miles de familias chiíes, con colchones
y ropa de cama amontonada en los techos de los coches,
muchos de ellos exhibiendo en las ventanillas banderas
de Hezbollah y fotos de Sayed Hassan Nasrallah, el líder
de Hezbollah. En los atascos masivos alrededor de los
puentes derruidos de las carreteras y los cráteres
que agujerean el paisaje, los hombres de Hezbollah repartían
banderas verdes y amarillas de la "victoria",
junto con notas oficiales que pedían a los padres
que no dejaran jugar a sus hijos con los miles de bombas
sin explotar que ahora están esparcidas por todo
el territorio. Ayer, al menos un niño libanés
murió por un obús sin explotar y otros
15 quedaron heridos.
Pero ¿adónde vuelven esas
personas? Haj Ali Dakrub, un constructor de 42 años,
perdió parte de su casa en el bombardeo israelí
de Srifa en 1996. Ahora la casa entera ha quedado destruida.
"¿Por qué Israel tenía que
destruir todo esto?", se pregunta. "No negamos
que las fuerzas de la resistencia estuvieran en Srifa.
Lo estaban antes y lo estarán en el futuro. Pero
en esta casa sólo vivía mi familia. Entonces,
¿por qué la bombardearon los israelíes?".
Lo cierto es que, frente a las ruinas
de la casa de Ali Dakrub, colgando del balcón
de una casa muy deteriorada, se apreciaba lo que parecía
ser la carcasa de un misil. Y un grupo de milicianos
de Hezbollah, uno de ellos con una pistola metida en
los pantalones, pasó frente a nosotros con aire
de chulería y desapareció en un jardín.
¿Quizá allí guardaban cohetes?
El señor Dakrub no lo afirma
ni lo niega. "Voy a reconstruir mi casa con mis
dos hijos", insiste. "Israel puede volver
dentro de diez años y destruirla otra vez, pero
yo la volveré a reconstruir todas las veces que
haga falta. Esto ha sido una victoria de Hezbollah.
Los israelíes lograron derrotar
a todos los países árabes en seis días
en 1967, pero aquí no han podido acabar con la
resistencia en un mes. Estos hombres de la resistencia
volverían a salir de bajo tierra y devolverían
el golpe. Siguen aquí".
"Salir de bajo tierra" es
una expresión que he oído varias veces
durante estas cuatro últimas semanas, y estoy
empezando a sospechar que muchos de los miles de guerrilleros
estaban efectivamente ocultos en cuevas, sótanos
y túneles, y salían sólo para disparar
sus misiles o para usar sus cohetes de infrarrojos contra
el ejército israelí una vez que éste
cometió el error de enviar tropas terrestres
a Líbano.
¿Y hay alguien que crea que Hezbollah
accederá a dejarse desarmar por una nueva fuerza
internacional de tropas de la ONU y del ejército
libanés, si es que llega alguna vez?
Ayer hubo un momento simbólico,
cuando los soldados libaneses ya desplegados en el sur
del país se unieron a los hombres de Hezbollah
en Srifa para limpiar las ruinas de una casa en la que
creían que se encontraba sepultada toda una familia.
La Cruz Roja libanesa y el personal de defensa civil
- representantes del poder civil que se supone que tiene
que recuperar su soberanía de las manos de Hezbollah-
se añadieron a la búsqueda. El mujitar,
que tan descaradamente trataba de héroes a los
hombres de Hezbollah, también es un representante
del Gobierno libanés. Y a la entrada de este
pueblo destruido sigue habiendo un póster de
Nasrallah y del presidente de Irán, Ali Jamenei.
Lejos de expulsar a Hezbollah hacia
el norte, más allá del Litani, Israel
ha conseguido atrincherarlo como nunca en sus pueblos
libaneses.
Aumenta el número de víctimas
en Líbano (17 d'agost de 2006)
A cada hora que pasa desentierran nuevos
cadáveres; el número de víctimas
del conflicto de Líbano no cesa de crecer. El
poeta estadounidense Carl Sandburg habló de los
muertos en otras guerras e imaginó que él
era la hierba bajo la cual serían enterrados.
"Enterradlos bajo mí y dejadme trabajar",
dijo de los muertos de Ypres y Verdún. Pero en
todo Líbano no paran de retirar toneladas de
escombros de viejos tejados y edificios para encontrar
familias sepultadas, los distintos miembros abrazados
unos a otros en el momento de la muerte, mientras su
casa era derribada por las fuerzas aéreas israelíes.
A última hora de la tarde se habían encontrado
61 cuerpos más, lo que aumenta la cifra de muertos
libaneses en esta guerra que ha durado 33 días
hasta casi 1.300.
En Srifa, al sur del río Litani,
se han hallado veintiséis cuerpos bajo las ruinas
sobre las que yo me encontraba hace sólo tres
días. En Ainata, había ocho cuerpos más
de civiles. Asimismo, se descubrió un cadáver
bajo una casa de cuatro pisos derruida al norte de Tiro
y, cerca, los restos de una chica de dieciséis
años, junto con tres niños y un adulto
no identificado. En Jiam, al este del país, tras
ser asediado por los israelíes durante más
de un mes, el mujtar del pueblo fue hallado muerto
bajo los escombros de su casa.
No todos los muertos han sido civiles.
En Kfarchouba, unos camioneros encontraron los cuerpos
de cuatro miembros de Hezbollah. En Roueiss, sin embargo,
los trece cuerpos hallados entre las ruinas de ocho
edificios de diez plantas eran civiles. Entre ellos
había siete niños y una mujer embarazada.
Diez cuerpos más fueron desenterrados de entre
los escombros en los barrios de las afueras, al sur
de Beirut, una zona donde los vecinos afirmaban que
aún podían oír los gritos de conocidos
atrapados bajo los restos de los edificios derruidos
por las bombas. La organización de defensa civil
libanesa - casi tan valiente como la Cruz Roja Libanesa
cuando intentaban salvar vidas durante los bombardeos-
cree que, como mínimo, podría haber tres
familias atrapadas en sótanos, bajo los escombros.
Sin tener en cuenta los peligros que
entrañan los proyectiles que no han explotado,
varios musulmanes chiíes libaneses han regresado
a sus casas destruidas con la intención de recuperar
objetos personales - incluidas fotografías y
álbumes familiares que contienen la historia
de sus vidas- pero algunos han acabado cayendo por los
huecos que se han abierto entre los pisos a punto de
derrumbarse, y se han precipitado varios metros en la
oscuridad. Una de las últimas víctimas
antes de que entrara en vigor el alto el fuego de la
ONU fue un niño al que se halló muerto
entre los brazos del cadáver de su madre en Beirut.
Nunca sabremos cuántos de estos
muertos habrían sobrevivido si George W. Bush
y Tony Blair hubieran exigido un alto el fuego inmediato
hace unas semanas. Pero muchos habrían tenido
la oportunidad de seguir con vida si los gobiernos occidentales
no hubieran considerado esta sucia guerra como una "oportunidad"
para crear un "nuevo" Oriente Próximo
y para dar una lección de humildad a Irán
y Siria.
El típico apaño del
país de los cedros (18 d'agost de 1006)
Ahora las ves, ahora no las ves. ¿Las armas de
Hezbollah? No se ve ni una. Y, por lo tanto, el ejército
libanés no puede incautarse de ellas. Porque
cuando este de hombres cruzó ayer el oficiales
dejaron bien claro que no era tarea del ejército
desarmar a Hezbollah. Y nadie se sorprendió en
Líbano. Al fin y al cabo, la mayoría de
los soldados libaneses son chiíes, como los miembros
de Hezbollah, y en muchos casos, los soldados que cruzaron
el río Litani no provienen sólo de los
mismos pueblos del sur, sino que también son
parientes de los guerrilleros a los que se supone que
deben desarmar. En otras palabras, es el típico
apaño libanés. Así pues, ¿adónde
se dirige la resolución 1701 del Consejo de Seguridad
de la ONU? Es cierto que los franceses ya están
de camino, o eso se supone. Un mínimo de 1.300
soldados franceses han partido hacia Beirut por mar,
según el Gobierno francés, y son los franceses
- cuyo general Allain Pelligrini ya se encuentra al
mando de la pequeña fuerza de la ONU que está
destacada allí- los que dirigirán el nuevo
ejército internacional en Líbano. ¿Pero
deben desarmar a Hezbollah? ¿O deben establecerse
en el sur de Líbano como fuerza disuasoria para
proteger a Israel? Los franceses siguen pidiendo un
mandato claro para su misión. Pero Líbano
no proporciona mandatos claros a nadie, y menos aún
a los franceses.
Los libaneses les dieron a sus soldados
el recibimiento tradicional, que consiste en arroz y
agua de rosas, cuando éstos cruzaron los puentes
militares recién construidos sobre el Litani,
ayer al atardecer. Pero también hay que tener
en cuenta que, en el pasado, algunas de esas mismas
personas que ayer se apresuraban a dar la bienvenida
a los soldados hicieron lo mismo con los israelíes
en 1982; y con Hezbollah un tiempo después. Sin
embargo, el ejército libanés representó
la paz en nuestra época - como mínimo
durante un tiempo- para aquellos que aún están
desenterrando los cadáveres de sus familiares
muertos en los pueblos que se encuentran en las colinas
al sur de Líbano.
Tenían buen aspecto en televisión
todos esos tanques T-54 destartalados del Pacto de Varsovia
y unos vetustos automóviles Panhard sobre los
camiones de transporte, ya que se suponía que
regresaban al sur de Líbano por primera vez en
30 años. Por supuesto, no era cierto. Aunque
no han llegado a desplegarse en la frontera, miles de
soldados libaneses han sido destacados a pueblos del
sur desde la guerra civil, y han cumplido con las órdenes
de hacer la vista gorda a las actividades de Hezbollah,
siempre que sus guerrilleros no tuvieran la desfachatez
de intentar pasar un camión cargado de misiles
por uno de sus controles.
Entre los soldados libaneses que conocían
esa zona del sur, había miembros de la guarnición
de 1.000 hombres destacados en la ciudad cristiana de
Marjayun, y que huyeron tras la pequeña incursión
terrestre de Israel de la semana pasada.
Y, ahora, mucha atención, que
voy a contar una historia. Resulta que su comandante,
el ministro del Interior y general de brigada Adnan
Daud, acaba de ser detenido por traición después
de que la televisión israelí mostrara
unas imágenes suyas en las que aparecía
tomando té con un oficial israelí en el
cuartel de Marjayun. Y lo que es aún peor, la
cadena de TV de Hezbollah, Al Manar - que ha logrado
seguir emitiendo durante la guerra, a pesar de los intentos
de Israel de destruirla a bombazos- grabó las
imágenes israelíes y las transmitió
en Líbano.
Antes de su detención, el general
Daud cometió la imprudencia de revelar sus pensamientos
a Lauren Frayer, un emprendedor reportero de la agencia
de noticias Associated Press que llegó a Marjayun
a tiempo de grabar las últimas palabras del general
antes de que fuera detenido.
Los israelíes, según declaró
el general, "se acercaron pacíficamente
hasta la entrada y solicitaron hablar conmigo".
Un oficial israelí que se presentó como
coronel Ashaya habló con Daud sobre las futuras
relaciones militares entre israelíes y libaneses.
"Durante cuatro horas le enseñé
la base - dijo el general, hablando de Ashaya-. Debía
de estar de misión de espionaje y quería
comprobar si escondíamos a algún miembro
de Hezbollah". Pero una hora después el
supuesto amigo israelí se fue, y los proyectiles
de los tanques israelíes derribaron las puertas
de la guarnición libanesa. Los soldados no respondieron
al fuego, sino que huyeron. Sin embargo, se encontraron
con que su larga caravana, que incluía docenas
de coches civiles, sufrió los ataques de los
pilotos israelíes, que mataron a varios civiles,
incluida la mujer del alcalde, que fue decapitada por
un misil israelí.
En Beirut, se olvidó todo esto
cuando el primer ministro libanés, Fuad Siniora,
repitió que no habría más "estados
dentro del Estado" y que Hezbollah abandonaría
la zona al sur del Litani. Esta afirmación puede
entrar en la categoría de historia probable.
La mayoría de los miembros de Hezbollah no sólo
viven en pueblos al sur del Litani, sino que varios
de sus oficiales dejaron claro ayer que le habían
dicho al ejército libanés que no buscara
armas. Para que luego hablen del desarme de Hezbollah
al sur del Litani. Y de la guerra contra el terror
del presidente Bush, que los israelíes afirman
estar librando en nombre de Estados Unidos.
La ONU no encuentra voluntarios (20
d'agost de 2006)
Israel tiene mucho interés en que se pongan en
práctica las resoluciones 1559 y 1701 del Consejo
de Seguridad de la ONU, que exigen el desarme de Hezbollah,
algo que Israel ha sido incapaz de conseguir durante
las últimas seis semanas después de destrozar
Líbano y de matar más de mil civiles libaneses.
Debo decir que no deja de tener cierta
ironía ver cómo los diplomáticos
israelíes examinan tan concienzudamente la redacción
de estas resoluciones y cómo piden que se acaten
cuando ellos se han pasado años flagelando a
las mismas fuerzas de la ONU destinadas en Líbano
que ahora deberán protegerlos.
La Finul, la Fuerza Interina de las
Naciones Unidas en Líbano, lleva 28 años
destinada en el sur del país y ha sido el blanco
de bromas, calumnias y difamaciones por parte de Israel
durante todo ese tiempo. Recuerdo que los israelíes
acusaron al batallón irlandés - que ya
se ha retirado- de ser unos borrachos o antisemitas,
a los funcionarios de la ONU de mentir y a un comandante
de las islas Fiyi de transmitir la sífilis a
varias mujeres de Caná, ciudad arrasada por las
fuerzas israelíes por segunda vez en un decenio.
Sin embargo, ahora se supone que la
nueva y reforzada Finul debe garantizar la zona de parachoques
tras la que Israel - cuyo ejército ha fracasado
rotundamente en la tarea de proteger a su pueblo en
esta última guerra- pueda sentirse seguro.
Uno no puede por menos que desear que
los israelíes respetaran con la misma escrupulosidad
las resoluciones de la ONU. Ojalá mostraran el
mismo entusiasmo por cumplir con la resolución
242 del Consejo de Seguridad de la ONU, por ejemplo,
como el que muestran para que Hezbollah y el ejército
libanés respeten las resoluciones 1559 y 1701.
Pocos lectores necesitarán que se les recuerde
que la resolución 242 exige la retirada de las
tropas israelíes del territorio ocupado en la
guerra de 1967.
Hezbollah, por supuesto, también
está jugando con la ONU. El 12 de julio cruzó
de forma ilegal la línea azul de la ONU que hay
al sur de Líbano y mató a tres soldados
israelíes y capturó a dos más.
Asimismo, ha dejado muy claro que no va a permitir que
les desarmen y que sus miembros - "maestros de
escuela, albañiles, estudiantes universitarios"
(admiro, sobre todo, el engreimiento de esto último)-
permanecerán al sur del río Litani sin
empuñar las armas, aunque las tendrán
al alcance de la mano. Y si la resolución 1701
acaba en la papelera de Hezbollah, ¿qué
valor puede tener la 242 para los palestinos?
Sin embargo, algo mucho más peligroso
puede ocurrir en el sur de Líbano, algo que está
estrechamente ligado con el infierno en que hemos convertido
Iraq. Los famosos 3.000 soldados franceses que debían
llegar a Líbano para prestar apoyo al ejército
libanés se han reducido, de golpe, a 400 ingenieros
franceses.
Asimismo, parece que tanto a los españoles
como a los italianos les gustaría saber un poco
más sobre el misterioso mandato de la ONU antes
de sacrificar las vidas de sus jóvenes soldados
en Líbano. Los españoles aún no
han olvidado el precio que pagaron por apoyar la
coalición de los dispuestos - que dentro
de poco se convertirá en la coalición
de los no dispuestos- en Iraq: no quieren que haya
más atentados en el sistema ferroviario de Madrid.
Y los italianos están cansados de los funerales
de Estado por los muertos en Iraq.
Es cierto que los franceses no han olvidado
a los 58 soldados asesinados en el edificio Drakkar
de Beirut, el 23 de octubre de 1983, cuando unos terroristas
suicidas relacionados con Hezbollah les atacaron por
pertenecer a la fuerza multinacional en Líbano,
otra creación estadounidense. Sin embargo, Francia
ha presenciado el derrumbe del proyecto estadounidense
en Iraq y sospecha que sus soldados - a pesar de la
posibilidad de reeditar de forma fantasmal el mandat
français de las décadas de 1920 y
1930 en Líbano- podrían correr la misma
suerte que los ejércitos que decidieron adentrarse
en el sangriento pantano de Iraq con Bush.
¿Quién desarmará
a Hezbollah? ¿Lo logrará alguien? ¿Y
qué haremos si no lo conseguimos? No pude reprimir
una sonrisa cuando oí las declaraciones de Dan
Gillerman a la BBC en que afirmó que si la ONU
no podía desarmar a Hezbollah tendría
que hacerlo Israel, pese a que ya ha demostrado de forma
más que clara su incapacidad para llevar a cabo
esa tarea. Y la última exigencia insólita
de Israel es que las naciones musulmanas que no reconozcan
el Estado de Israel no podrán formar parte de
la fuerza Finul al sur de Líbano.
Por el amor Dios, ¿qué
está ocurriendo? Bueno, me aventuraré
a hacer una horrible conjetura. El fiasco de Iraq y
el desastre cada vez mayor de Afganistán ha agotado
la predisposición de los miembros de la OTAN
para enviar fuerzas de paz, y menos aún para
misiones que podrían conllevar enfrentamientos
y violencia con musulmanes. Además, las naciones
musulmanas a las que tal vez se podría convencer
para que participaran en tal misión - sin tener
en cuenta a Turquía, por supuesto- serán
rigurosamente excluidas. Lo cual significa que, a pesar
del despliegue de tropas libanesas en el sur de Líbano,
el famoso alto el fuego del sur del país está
destinado al fracaso.
Voy a aventurarme a hacer otra conjetura.
Los europeos empiezan a estar hartos y cansados de financiar
y de sacrificar sus vidas para mantener la paz entre
israelíes y árabes. En numerosas ocasiones
he percibido en varias capitales europeas una ira que
va en aumento por el hecho de que Estados Unidos echen
por tierra todas las posibilidades de paz debido a su
apoyo incondicional a Israel, mientras que los contribuyentes
europeos deben aportar miles de millones de euros para
reconstruir las ciudades de Gaza y Líbano que
Israel ha arrasado.
Un diplomático europeo destinado
en Beirut ha propuesto que la ONU debería crear
una cuenta de plica controlada de forma internacional,
a la que árabes e israelíes deberían
hacer aportaciones para sufragar sus repetidas y horribles
guerras. Que los árabes paguen por los daños
causados en Haifa. Que los israelíes (supongo
que se refiere a Estados Unidos) paguen los miles de
millones de dólares malgastados por la gentuza
de las fuerzas aéreas israelíes para destruir
las infraestructuras libanesas. ¿Por qué
deberíamos seguir pagando por estos conflictos
indecentes? Tal vez sea nuestro sentimiento de culpabilidad.
Un sentimiento que deberíamos albergar. Fue lord
Blair de Kut al Amara quien apoyó la decisión
de Bush de retrasar el alto el fuego en Líbano,
un apoyo que costó las vidas de cientos de civiles
libaneses que de lo contrario hoy estarían vivos.
En Caná yacen 29 civiles que murieron en el sangrante
ataque contra la ciudad. Sin lugar a dudas, nuestro
querido primer ministro pensaría en ellos.
Aquel bombardeo israelí a
un convoy civil (24 d'agost de 2006)
Hay pocas señales en la carretera donde los misiles
alcanzaron a los inocentes de Marjayún. Pero
existen recuerdos de lo que le sucedió al caer
la noche, inmediatamente después del ataque aéreo
israelí, al convoy de 3.000 personas el día
11 de agosto: una chica cristiana de 16 años
gritando "quiero a mi papá" mientras
el cuerpo mutilado de su padre yacía a unos cuantos
metros de ella, el mujtar de la ciudad al descubrir
que su esposa Collette había sido decapitada
por uno de los misiles israelíes, el voluntario
de la Cruz Roja libanesa que generosamente se adentró
en la oscuridad de la guerra en Líbano para proporcionar
agua y bocadillos a los refugiados, que fue alcanzado
por otro misil y cuyos amigos no pudieron llegar a él
para salvarle la vida.
Los hay que se desmoronan cuando recuerdan
la masacre de Jub Jannine, y luego están los
israelíes que dieron permiso a los refugiados
para abandonar Marjayún, que especificaron qué
carreteras deberían tomar y que después
las atacaron con un avión teledirigido con capacidad
para lanzar misiles. Cinco días después
de que se les pidiera explicaciones por la tragedia
todavía no se habían molestado en aclarar
cómo mataron al menos a siete refugiados y herido
a otros 36 solamente tres días antes de que el
alto el fuego de las Naciones Unidas se hiciera efectivo.
Esta es otra de las historias que no
se cuentan en la guerra entre Israel y Hezbollah; hay
otras - infinitamente mucho más sangrientas-,
pero la tragedia final de estos refugiados, cristianos
en su mayoría, implicó a un buen puñado
de oficiales y ministros libaneses, al primer ministro
de Líbano, al embajador de Estados Unidos y al
ministro de Defensa israelí.
Todo empezó el 10 de agosto,
cuando los israelíes orquestaron una pequeña
ofensiva por tierra en Líbano tras un mes de
bombardeos masivos de poblaciones al sur del país.
El general de brigada Adnan Daud, que comandaba una
fuerza mixta de 350 policías paramilitares y
soldados libaneses en los cuarteles de la bonita ciudad
cristiana de Marjayún, encontró a un hombre
en la puerta a las nueve de la mañana, un oficial
israelí que se hacía llamar coronel Ashaya.
Daud, cuyos hombres no se enfrentaban a los israelíes,
llamó al ministro del Interior, Ahmad Fatfat
que "suscribió" - palabras de Fatfat-
la decisión de Daud de dejarlo entrar. Ashaya
pasó cuatro horas inspeccionando los cuarteles
para asegurarse de que no había miembros de Hezbollah.
Después se marchó. Daud izó una
bandera blanca en el puesto de guardia.
Pero a las cuatro de aquella tarde,
un tanque israelí se acercó al cuartel
y se abrió paso a tiros. Fatfat volvió
a decirle a Daud que dejara entrar a los israelíes,
que, según Daud, le informaron que "eran
los ocupantes y estaban al mando". Un oficial israelí
encerró entonces a Daud en una habitación.
Miles de cristianos de Marjayún
temieron entonces por sus vidas. Según unos cuantos
cooperantes, Hezbollah estaba disparando cohetes desde
detrás del hospital de la ciudad, que fue inmediatamente
abandonado por la Cruz Roja libanesa. Los habitantes
creían, con motivos, que los misiles de Hezbollah
serían dirigidos desde Israel a la propia Marjayún
ahora que la ciudad había sido sitiada por las
tropas y tanques israelíes.
Encerrado en su habitación, Daud
llama a Fatfat de nuevo, y Fatfat llama al primer ministro
libanés, Fuad Siniora, quien, por casualidad,
hablaba con el embajador de Estados Unidos en Beirut,
Jeffrey Feltman. Feltman - bien vía el Departamento
de Estado o directamente la embajada de Estados Unidos
en Tel Aviv- dijo a sus diplomáticos que llamaran
al ministro de Defensa israelí, que se apresuró
en contestar que no debería haber tropas israelíes
en los cuarteles de Daud. Pero los israelíes
de Marjayún se negaron a creer lo que Daud les
decía.
Sin embargo, los habitantes de Marjayún
se encontraban entonces presos del pánico, y
Daud llamó a Fatfat a las siete para empezar
a organizar un convoy de refugiados por el norte de
Marjayún hasta Beirut. El Gobierno libanés,
según Fatfat, llamó al mando de las Naciones
Unidas en el sur de Líbano a las 5 del día
siguiente, 11 de agosto, para pedir a los israelíes
que permitieran conducir a los miles de refugiados hacia
el norte. La ONU, según el Gobierno de Beirut,
notificó posteriormente al general Abdulrahman
Shaiti, ayudante del jefe de los servicios secretos
militares libaneses, que el convoy tenía permiso
de los israelíes para viajar.
Dos vehículos armados de las
Naciones Unidas, a cargo de tropas indias, se presentaron
pues en Marjayún para encontrarse al menos tres
mil personas, incluidos musulmanes chiíes de
los poblados devastados de alrededor, esperando para
partir. "Había acuerdo total en que saldrían
por el valle de la Beqaa, con Alain Pellegrini (comandante
de la ONU) - dice Fatfat-. También acordamos
por qué carreteras". Pero hubo retrasos.
Parte de la carretera por donde debían salir
había sido bombardeada y tenía que repararse.
Se hicieron las cuatro de la tarde antes de que el convoy
saliera lentamente desde Marjayún, con los 350
soldados de Daud a la cabeza. Los vehículos de
las Naciones Unidas abandonaron después al convoy
en Hasbaya, el límite norte de las operaciones
de la ONU, dejando a los refugiados peligrosamente expuestos.
La ONU ya había advertido a las autoridades libanesas
de que era tarde para que partiera el convoy.
"Iban tan lentos que daba rabia
- recuerda un trabajador humanitario-. La gente de los
pueblos que simpatizaban salía de sus casas para
dar a los refugiados comida y agua, querían pararse
con ellos a hablar y se detenían a saludar a
viejos amigos como si aquello fuera turismo. El convoy
no avanzaba más de ocho kilómetros por
hora. Se hacía de noche". Los tres mil refugiados
subían entonces por la Beqaa tras caer la noche,
y se acercaban a los antiguos viñedos de Kifraya,
en Jub Jannine, cuando el desastre les sobrevino a las
20.00 horas.
"La primera bomba cayó sobre
el segundo coche - cuenta Karamallah Dagher, un reportero
de Reuters-. Yo daba la vuelta y mi amigo Elie Salami
estaba allí de pie, preguntándome si me
quedaba gasolina. Fue entonces cuando impactó
el segundo misil y a Elie le volaron la cabeza y los
hombros. Su hija Sally tiene 16 años, salió
de un salto del coche y empezó a gritar: ´Quiero
a mi papá, quiero a mi papá´, pero
ya no estaba". Hablando de los asesinatos, Dagher
se desmorona y llora. Intentaba sacar a su madre, enferma
de artritis, del coche, pero se quejó de que
le hacía daño, así que la volvió
a dejar en el asiento del acompañante y se sentó
con ella, esperando una muerte violenta que afortunadamente
jamás llegó. Pero sí le llegó
a Collette Makdissi al Rashed, esposa del mujtar,que
fue decapitada en su jeep Cherokee; a un miembro de
la familia Tahta de Deir Mimas; a otros dos refugiados;
a un soldado libanés, y a Mijael Jbaili, el voluntario
de 35 años de la Cruz Roja de Zahle, que explotó
por los aires al caer un cohete justo a su lado.
"Hubo pánico - cuenta el
alcalde de Marjayún, Fuad Hamra-. Mucha gente
se marchó con sus coches. Tenían autorización;
todo tendría que haber ido bien. ¡Si Hezbollah
transportara armas por la noche, lo habrían hecho
en dirección contraria!".
¿Quién lanzó los
aviones teledirigidos? ¿Un soldado israelí
de las fuerzas de invasión? ¿Un oficial
sin nombre en el Ministerio de Defensa israelí
en Tel Aviv? Los israelíes sabían que
había un convoy civil en la carretera. Aun así
enviaron máquinas sin pilotos para atacarlos.
¿Por qué? Anteanoche, el ministro de Defensa
israelí todavía no había respondido
a las preguntas que los periodistas le hicieron el pasado
viernes.
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