A continuació reproduïm
articles de Robert Fisk publicats per La
Vanguardia (que, són la traducció dels
publicats a The Independent). Robert Fisk és
un periodista que, a diferència de molts altres,
és al lloc dels fets. Per tant, més enllà
de l'encert o de l'errors de la nterpretació
que en fa, cal valorar positivament que escrigui les
cròniques in situ. Fisk ha encunyat darrerament
el terme periodisme d'hotel, terme prou clar
com perquè calgui explicar-lo.
Fisk ha publicat no fa gaire La
gran guerra per la civilització, un llibre
que pot ser molt útil en l'intent d'entendre
què passa a l'Orient Mitjà, que, per raons
diverses, ha esdevingut una zona molt conflictiva.
¿Qué
mayor castigo puede aún soportar? (19 de juliol
de 2006)
Elegantes edificios yacen en ruinas.
El penetrante efluvio de las gardenias ha dado paso
al acre hedor de los tanques de petróleo que
han ardido hasta la última gota. Y la gente aterrorizada
para salir de una ciudad que parece condenada al caos
y la destrucción. Mientras Beirut -el París
de Oriente Medio- se ve ultrajada una vez más,
Robert Fisk, residente en la ciudad desde hace 30 años,
pregunta: "¿qué grado mayor de castigo
puede aún soportar"?
En el año 551, la refulgente
y rica ciudad de Beritus -cuartel general de la flota
imperial romana en el Mediterráneo oriental-
se vió golpeada por un terremoto devastador.
Como consecuencia, el mar se retiró varios kilómetros
y los supervivientes (antepasados de los actuales libaneses)
recorrieron amplias extensiones de arena para saquear
la carga de los barcos que se ofrecían enhiestos
ante sus propios ojos. Posteriormente una enorme ola
mayor incluso que un tsunami volvió a arrasar
el territorio acabando con la vida de sus habitantes.
Tan devastado quedó el antiguo Beirut que el
emperador Justiniano envió oro desde Constantinopla
como acto de compensación destinado a los escasos
sobrevivientes.
Algunas ciudades parecen estar condenadas
para siempre jamás. Los cruzados, de camino a
Jerusalén en el siglo XI, mataron a todos los
hombres, mujeres y niños de Beirut, y en la Primera
Guerra Mundial el Beirut otomano padeció una
gran hambruna. Conservo postales antiguas donde me miran
niños escuálidos y abandonados de un orfanato.
Una estadounidense residente en Beirut
en 1916 describió entonces "mujeres y niños
tendidos en las aceras con los ojos cerrados y la tez
demacrada. Era habitual ver gente escarbando entre los
desperdicios, en busca de pieles de naranja, huesos
de carne y cualquier otro material posiblemente comestible
que engullían acto seguido con avidez..."
¿Cómo es posible que le
pasen tales cosas a Beirut? A lo largo de 30 años
he tenido ocasión de comprobar cómo este
lugar moría y se levantaba de su tumba para volver
a morir a continuación. Las fachadas de sus edificos
parecían hechas de fino encaje irlandés,
traspasadas por los orificios de las balas y las matanzas
recíprocas de sus habitantes.
Viví en la ciudad durante los
15 años de la guerra civil que segó 150.000
vidas, dos invasiones israelíes y años
de bombardeos también israelíes que acabaron
con la vida de 20.000 residentes, a quienes recuerdo
desarmados, sin piernas, sin cabeza, acuchillados, bombardeados
y esparcidos entre las paredes de sus propias casas.
No obstante, se trata de gente noble y formada, gente
con principios y de una generosidad que sorprende agradablemente
al visitante, cuya amabilidad podría sonrojar
a cualquier occidental y cuyo sufrimiento solemos pasar
por alto.
A primera vista parecen gente como nosotros.
Son políglotas, viajan por todo el mundo, sus
mujeres son vistosas y poseen una gastronomía
exquisita.
Sin embargo, ¿qué decimos
nosotros de su suerte ahora que una vez más los
israelíes lanzan uno de sus más crueles
ataques sobre Beirut, destruyen sus casas, vuelan sus
puentes, les privan de alimentos, agua y electricidad?
Pues decimos sencillamente que ellos iniciaron esta
última guerra y comparamos sus 240 muertos en
todo Líbano hasta ayer con los 24 muertos de
Isreal como si las cifras fueran idénticas.
Y, sobre todo, abandonamos a los libaneses
a su suerte como apestados y evacuamos a nuestros valiosos
extranjeros a la par que nos limitamos a desaprobar
la desproporcionada respuesta de Israel al apresamiento
de sus soldados por Hezbollah.
Cuando paseaba ayer por el centro de
Beirut -en su día un Dresde en ruinas, que me
recordaba el ave fénix entre las cenizas de su
guerra civil, de plumaje de tan vivos colores que cegaba
a sus propios habitantes- pensé en la reconstrucción
de la ciudad, obra del asesinado Rafiq Al Hariri. Pero
ahora este panorama no es más que un desecho,
testigo de la labor de algún alto funcionario
de la ONU que vino a buscar pistas de aquel asesinato,
aunque de momento ha buscado refugio en la más
segura Chipre.
En un vacío restaurante de L´Étoile
-el mejor donde degustar unos magníficos caracoles
y un capuccino, donde en una ocasión Al Hariri
cenó con Chirac- me senté tranquilamente
en el suelo observando cómo un vigilante de seguridad
del parlamento patrullaba el complejo de construcción
francesa que aún aloja lo que queda de la democracia
libanesa. ¡Cúantas calles de los alrededores
fueron trazadas y sus edificios erigidos bajo el mandato
francés, sus edificios luego restaurados, con
sus motivos árabes y romanos!
A Al Hariri le encantaba el lugar y
al invitar un día a Chirac a una cerveza, me
divisó sentado en una mesa. "¡Robert,
siéntate con nosotros!", al tiempo que me
presentaba a Jacques Chirac, con estas palabras, "¡al
corresponsal que dijo que yo no podría reconstruir
Beirut!".
Pero ahora Beirut se ve de nuevo destruído.
Su aeropuerto ha sido atacado tres veces por las fuerzas
israelíes. Sus relucientes terminales y áreas
comerciales retumbaban bajos las bombas que caían
además sobre las carreteras, puentes y depósitos
de combustible adyacentes. El faro ha sido destruido
por el cohete de un helicóptero Apache.
Sólo la joya de restaurante al que acabo de referirme
ha sido -por ahora- perdonada.
Los barrios humildes de Haret Hreik,
Gobeiri y Siyah se han visto prácticamente reducidos
a escombros, motivando que un cuarto de millón
de chiíes hayan tenido que buscar refugio en
escuelas y parques desiertos de la capital. Aquí
estuvieron, de hecho, los cuarteles generales de Hezbollah,
otro de esos focos terroristas que Occidente
sigue descubriendo en tierras musulmanas... Y aquí
vivieron Sayed Hassan Nasrallah - el líder del
Partido de Dios: un hombre implacable, sarcástico
y calculador-, Sayad Mohamed Fadlallah, una de las autoridades
religiosas más formadas y de más florida
oratoria y numerosos estrategas militares de Hezbollah,
entre quienes sin duda se cuentan los que planificaron
dilatada y pormenorizadamente el reciente secuestro
de los dos soldados israelíes.
Sin embargo, ¿merecían
las decenas de miles de personas pobres y modestas residentes
en el lugar este castigo a gran escala? Tratándose
de un país que se vanagloria de su gran precisión
- noción, por cierto, discutible pero que constituye
otro tema-, ¿qué nos dice a propósito
de Israel? ¿O de nosotros mismos?
En un moderno edificio de la parte incólume
de Beirut, topo casi de bruces con una conocida figura
de Hezbollah: camisa blanca abierta, traje oscuro, zapatos
relucientes. Me explica: "Si es menester, continuaremos
durante días, semanas, meses... Créame,
les reservamos a los israelíes otras sorpresas,
mucho mayores, ya verá. Y luego recuperaremos
a nuestros prisioneros con escasas concesiones".
Salgo al exterior, atontado como si me hubieran dado
un fuerte golpe en la cabeza. Enfrente veo una pared
cubierta de preciosas buganvilias, jazmines y gardenias.
Los libaneses aman las flores, su color y aroma... Beirut
se halla festoneado de plantas y árboles que
huelen al paraíso.
Veo a mi paso numerosos grupos de gente
sentada bajo los árboles aún con huellas
en sus rostros y ropas de la enorme polvareda levantada
por los bombardeos sobre el humilde barrio del sur de
Haret Hreik: se han congregado junto a una antigua fuente
donada por el sultán otomano Abdul Hamid a la
ciudad de Beirut. ¡Cómo caen los imperios!
Lejos, en la distancia, evolucionan
dos helicópteros de la dotación del navío
de guerra estadounidense Iwo Jima:se lanzan en flecha
en dirección al búnker de la embajada
de Estados Unidos en Awkar para evacuar más ciudadanos
del imperio americano. Ni una sola palabra del mismo
imperio pronunciada en ayuda de la gente echada sobre
la hierba del parque, necesitada de alimento y medicinas.
Sigue la huida mientras
mueren más civiles (20 de juliol de 2006)
¿Cuánto tiempo habrá de pasar aún
para que hayamos de emplear el término crímenes
de guerra? ¿Cuántos niños han de
quedar desparramados entre los cascotes de los edificios
por la aviación israelí antes de plano
la expresión daños colaterales y empecemos
a hablar de proceso o cargos por crímenes contra
la humanidad? La niña cuyo cadáver yace
como una muñeca de trapo junto a los coches que
según cabe suponer habían de llevarle
a ella y a su familia a lugar seguro constituye un símbolo
de la última guerra de Líbano; el hecho
es que la niña resultó despedida del vehículo
en el que en compañía de los suyos viajaba
por el sur de Líbano huyendo de su aldea, por
orden del mando israelí, en el curso de una de
las recientes operaciones. Y como sus padres resultaron
muertos según todos los indicios en el mismo
ataque israelí, se desconoce su nombre. En este
caso no se trata de un combatiente desconocido sino
de una niña desconocida.
El relato de su muerte, sin embargo,
puede documentarse con cierto detalle. El sábado
a las seis de la tarde las tropas israelíes obligaron
a los habitantes de la pequeña aldea fronteriza
de Marwaheen a abandonar sus casas avisándoles
por lo visto mediante un megáfono. Marwaheen
se encuentra a escasa distancia del lugar donde las
guerrillas de Hezbollah cruzaron la frontera alambrada
para apresar a dos soldados israelíes y matar
a otros tres, el ataque que provocó el estallido
de esta última guerra cruel en Líbano.
Los aldeanos obedecieron las órdenes israelíes
y en un principio acudieron a las tropas locales de
la ONU del Batallón ghanés (Ghanbatt)
en busca de protección.
Pero los soldados del Batallón,
obedeciendo directrices marcadas por el cuartel general
de la ONU en Nueva York en 1996, impidieron la entrada
de civiles libaneses en su base. Por una terrible ironía,
las normas de la ONU habían sido establecidas
después de que sus soldados hubieran protegido
a la población civil en el curso del bombardeo
israelí del sur de Líbano en 1996 en el
que 106 libaneses - más de la mitad niños-
resultaron muertos cuando los israelíes bombardearon
el complejo de la ONU en Qana donde habían hallado
refugio.
Así que los habitantes de Marwaheen
se pusieron en camino en dirección norte formando
una caravana de vehículos que tan sólo
minutos después, en las proximidades de la aldea
de Ter Harfa, fue atacada por un F-16 que bombardeó
todos los coches matando al menos a 20 civiles que viajaban
en ellos, muchos de ellos mujeres y niños.
Doce personas murieron quemadas vivas
en sus vehículos pero otras - entre ellas la
niña que ahora yace como una muñeca de
trapo junto a un convoy civil carbonizado y que fue
fotografiada con notable peligro por Nasser Nasser,
cámara de la agencia Associated Press- salieron
despedidas de los coches por la fuerza expansiva de
las bombas yendo a caer sobre unos prados y una vaguada
cercana al lugar del ataque. Ninguna expresión
ni comunicado de disculpa o condolencia de parte de
Israel por estas muertes.
Más gente inocente siguió
muriendo ayer en el curso de ataques aéreos israelíes
en todo Líbano. Cinco civiles murieron al impactar
un misil israelí contra una casa cerca de la
población de Nabatea. Tres miembros de la familia
Hamed corrieron la misma suerte en unión de su
asistenta srilanquesa. Los ataques aéreos israelíes
arrasaron también 15 casas de la aldea de Srifa
al sur del país donde vivían al menos
23 personas pero - al no disponerse de vehículos
para recoger a la población de esta parte del
país- no hubo forma de rescatar a ninguna persona
atrapada en el interior de los edificios.
Las autoridades civiles libanesas, no
obstante, pudieron facilitar los nombres de las personas
muertas tras una incursión aérea israelí
en la aldea de Nabi Chit, en el valle de la Beqaa; en
esta lista figuran los nombres de Ali Sulieman, Daud
Hazima, Jadija Mussaui y sus hijos Bilal, Talal y Yasmina;
Mufaq Diab, Ahmed y Jairallah Muauad, Mustafa Jroud
y Bushra Shuqr. Tres nombres, como mínimo, corresponden
a mujeres. Otros cuatro civiles resultaron asimismo
muertos en otra incursión aérea sobre
la aldea de Loussi al este del país.
¿Cabe decir, entonces, que estos
civiles eran el blanco de los ataques? Los israelíes
se jactan constantemente de su precisión quirúrgica
en sus ataques. Si fuera verdad, es evidente que
hay entonces demasiados civiles muertos en este baño
de sangre libanés como para que pueda calificarse
cada muerte de un accidente. Y, dado que la lista de
objetivos de Israel incluye evidentemente objetivos
civiles, crecen las pruebas en el sentido de que tales
incursiones abrigan el propósito tanto de matar
inocentes como militantes de las guerrillas de Hezbollah
que Israel afirma combatir.
Efectivamente, Hezbollah mata civiles
en Israel, pero sus misiles carecen de precisión
y Occidente, que no ha hecho más que desaprobar
tibiamente la violenta embestida de represalia israelí,
debe esperar seguramente mayores niveles de rendimiento
de parte de las fuerzas armadas israelíes frente
a los hombres que tanto Israel como el presidente George
W. Bush califican de terroristas.
¿Por qué, por ejemplo,
los israelíes atacaron y destruyeron la sede
de la industria láctea más importante
de Líbano - el complejo de la empresa Liban-Lait-
en el valle de la Beqaa? ¿Por qué bombardearon
las naves y almacenes del principal importador de productos
de Procter and Gamble en Líbano, situados en
Bchmun? ¿Por qué han destruido las instalaciones
de una papelera a las afueras de Beirut? ¿Y por
qué los cazas israelíes atacaron un convoy
de nuevas ambulancias traídas ayer de Siria,
vehículos donados por el departamento de Sanidad
de los Emiratos Árabes Unidos? Las ambulancias
llevaban bien visible su distintivo de vehículos
sanitarios de ayuda, según fuentes de los Emiratos.
¿Es que se trataba en todos estos casos de objetivos
terroristas? ¿Era la muchacha tendida
en el prado de Ter Harfa con un muñeco de trapo,
un objetivo terrorista?
Otro ejemplo de la falta de cuidado
y atención israelí a la hora de elegir
sus objetivos en Líbano lo tuvimos ayer por la
mañana cuando un caza israelí disparó
cuatro misiles contra la máquina expendedora
de tickets de un aparcamiento abandonado en el barrio
cristiano de Ashrafieh en Beirut. Su blanco resultaron
ser un par de camiones cuba con sus neumáticos
hundidos en los hierbajos. ¿Es que acaso cabía
tomar sus tubos de escape por lanzaderas de misiles?
Y, de ser así, ¿a quién podía
ocurrírsele por ventura que Hezbollah fuera a
esconder tales armas en un área cristiana de
Beirut donde Hezbollah considera precisamente que residen
muchos colaboradores de Israel?
Tanto en Beirut como en Nabatea, los
agentes de las fuerzas de seguridad libanesas afirman
haber detenido algunos de estos colaboradores
dedicados a la tarea de pintar casas y coches
con pintura fosforescente para guiar con precisión
a los cazas israelíes a fin y efecto de su oportuna
destrucción. Al propio tiempo, el ministro libanés
de Economía, Jihad Azour, ha declarado que 45
puentes han sido ya destruidos en Líbano y 60.000
ciudadanos de este país han sido desplazados.
Miles de extranjeros - muchos de ellos
libaneses en posesión de doble ciudadanía-
siguieron abandonando ayer el país en autocar
y barco, incluidos cientos de británicos cuya
evacuación dio comienzo el lunes a bordo del
HMS Gloucester. Los estadounidenses partían por
mar aunque, según se ha informado, una empresa
de seguridad francesa con sede en Amman - SPO Middle
East- ha evacuado ciudadanos estadounidenses por cuenta
de este país, en autocar, al precio de 3.000
dólares por persona.
Se trata, evidentemente, de los afortunados,
los que rendirán viaje en Damasco o en Chipre
en vez de caer muertos, como otros, junto a un convoy
consumido por las llamas en Ter Harfa.
No es un nuevo Dunquerque (21 de
juliol de 2006)
Qué estampa tan gallarda e intrépida
ofrecían ayer al alba nuestros navíos
de guerra! Esparcidos sobre la superficie azul pálido
del Mediterráneo, erizados de cañones,
ametralladoras y misiles, formaban una Armada encabezada
por el destructor Gloucester, el USS Nashville,
el York y la reluciente fragata antisubmarina
Jean de Vienne. Sobre todos ellos - navíos
que nos representaban a nosotros- clavaban ayer sus
miradas tan intensamente los libaneses... Estos navíos
representan nuestra fuerza y poderío occidental.
¿Quién se atrevería a desafiar
este poderío militar?
La operación en cuestión
-así nos lo explicaron nuestros periodistas y
corresponsales- iba a ser la mayor operación
de evacuación jamás vista desde Dunquerque.
Por lo visto ahí la teníamos otra vez,
la segunda guerra mundial. Pero era otra cruel mentira
que los libaneses no obstante detectaron de inmediato.
Porque lo cierto es que estas imponentes naves no habían
llegado para salvar a Líbano, el Líbano
cuya floreciente democracia fue tan positivamente acogida
por nuestros líderes el año pasado, como
si de una espléndida rosa se tratara en medio
de las dictaduras del mundo árabe. En absoluto.
Los navíos avanzaban atravesando la niebla matinal
tras solicitar permiso a las autoridades israelíes
para ayudar a sus conciudadanos a huir del país.
Estos grandes barcos de guerra llegaban enviados por
los líderes occidentales (salvo Jacques Chirac)
cargados de excesiva cobardía, falta de carácter
y de ética como para pronunciar una sola palabra
de compasión por el sufrimiento de Líbano.
Por supuesto, lord Blair de Kut al Amara
no puede hacer otra cosa salvo condenar a Hezbollah
por atacar los israelíes la semana pasada - claro,
lord Blair, ya lo sabemos, ellos empezaron esto,y su
secretario del Foreign Office no hace más que
recordárnoslo- sin mencionar para nada la salvaje
matanza israelí de 300 ciudadanos libaneses.
No. Estos navíos de guerra que
ayer vi navegando hacia el puerto de Beirut no encarnaban
ningún nuevo Dunquerque. En todo caso, un Munich.
Incluso las crónicas periodísticas
y los telediarios han logrado eludir la realidad. Mientras
nuestros bravos marineros (Jolly Tars) ayudaban
a las personas mayores a subir a bordo y los marines
estadounidenses sólo ponían pie en tierra
breves instantes - tomando por asalto la playa-
como rezaba un imperecedero despacho de Ap- para proteger
sus barcos, los equipos de las cadenas de televisión
se afanaban entre la multitud para captar las imágenes
más apropiadas. La dificultad, evidentemente,
estriba en que casi toda la operación de evacuación
se circunscribe a los libaneses en posesión de
doble ciudadanía. Las cámaras evolucionaban
inexorablemente en dirección de unos pocos hombres
de ojos azules y damas de rubios cabellos tipo amigos
y conocidos, muy distintos ciertamente del resto
de refugiados del país. Patético. Y así
es como en el curso de la propia acción de traicionar
a los libaneses, resulta que hemos estado grabando tan
sólo a un puñado de afortunados que han
podido embarcar en nuestros navíos de guerra.
Naturalmente, hay varias maneras de
escapar; uno de los adeptos más excelsos de un
Houdini en el plano político es el embajador
de Estados Unidos en Líbano, su excelencia Jeffrey
Feldman. Pero en las últimas horas hubo de oír
en persona cómo el primer ministro de Líbano,
Fuad Siniora, apelaba desesperadamente a un alto el
fuego para poner fin a la destrucción de su país
a cargo de la fuerza aérea de Israel. "¿Vale
menos - se preguntaba- la vida de un ciudadano libanés
que la de los ciudadanos de otros países?".
"¿Es capaz la comunidad internacional de
quedarse observando tranquilamente mientras las insensibles
y crueles represalias de Israel se abaten sobre nosotros?".
Respuesta: sí.
Pero todo esto representa un problema
para el señor Feldman. El mismo señor
Feldman, recuerden, elogioso hacia el señor Siniora
y su gobierno democráticamente elegido, su revolución
de los Cedros, su expulsión del país
de las fuerzas armadas sirias. Ahora bien - también,
naturalmente- si al señor Feldman se le ocurriera
por un instante elogiar un discurso del señor
Siniora condenando a Israel-, el señor Feldman,
indudablemente, sería requerido de inmediato
por el departamento de Estado para dirigirse en misión
diplomática a Ulan Bator.
Nadie da gran valor moral a nada estos
días. Y menos a las promesas del presidente Bush
en el sentido de pedir a Israel que detenga la destrucción
de más infraestructuras de Líbano. ¡Qué
gesto! ¡Qué emotivo! El problema es que
ya quedan pocas infraestructuras por destruir en Líbano.
Llueven más mentiras sobre
Beirut (22 de juliol de 2006)
Están cayendo sobre Líbano
tantas mentiras como bombas. Las explosiones son fáciles
de contar: ayer por la mañana, tres en los suburbios
del sur de Beirut y unas cuantas más en principal
que une la ciudad con destruyeron otro pedazo del gran
viaducto de Mdeirej, junto con tres autobuses de pasajeros
que volvían a Líbano después de
evacuar extranjeros a Damasco. Las mentiras eran menos
obvias pero igual de potentes.
La primera trola la sirvió Ehud
Olmert. Horas después de que el secretario general
de las Naciones Unidas, Kofi Annan, demandara un alto
el fuego y la creación de "corredores"
para el paso de ayuda humanitaria destinada a la población
civil, el primer ministro israelí dijo que permitiría
un "corredor humanitario" entre Chipre y Líbano.
Y así lo contaron, por supuesto,
las portadas de la mañana. Pero lo cierto es
que ya existe libertad de navegación entre Chipre
y Beirut. Lo que pedía Annan eran "corredores"
entre Beirut y los pueblos intensamente bombardeados
del sur de Líbano.
Y sólo unas horas después,
el ejército israelí exigió la evacuación
de todos los civiles en una franja de 30 kilómetros
desde la frontera, un acto que los libaneses califican
de limpieza étnica, y del que Olmert, por supuesto,
no hizo mención.
Luego se dijo que los israelís
estaban preparando el despliegue de una gran fuerza
terrestre hasta el río Litani, en el sur de Líbano,
una ofensiva que, en caso de ser cierta, les costaría
muchas bajas y en cualquier caso no impediría
que Hezbollah siguiera atacando el territorio israelí
con misiles de largo alcance.
Los generales del Estado Mayor de Israel
eran capitanes y comandantes durante la desastrosa invasión
y ocupación de Líbano de 1982, y son conscientes
de lo demencial de semejante idea.
La siguiente mentira la emitió
John Bolton, el embajador de Washington en las Naciones
Unidas. A fin de evitar un cese de las hostilidades
- y provocando, por tanto, la muerte de más civiles-
y una votación en el Consejo de Seguridad, se
preguntó cómo un "Estado elegido
democráticamente" podía acordar un
alto el fuego con una "banda terrorista".
Algo imposible, según él. La mayoría
de los miembros del Gobierno libanés - y me consta
que por lo menos un periodista occidental- creen que
Bolton ha perdido los papeles. O eso, o desconoce por
completo la historia de Oriente Medio.
Y es que en 1980, después del
lanzamiento de Katiuskas palestinos desde territorio
libanés, Israel - probablemente el "Estado
elegido democráticamente" al que se refería
Bolton- acordó un alto el fuego con la OLP de
Yasser Arafat, a la cual Israel desde luego consideraba
una "banda terrorista".
La tregua fue negociada por el teniente
general Bill Callaghan, el comandante en jefe irlandés
de la fuerza de las Naciones Unidas en el sur de Líbano,
y garantizada por la ONU. El alto el fuego fue roto
dos años más tarde por Israel al bombardear
a la OLP por haber ordenado, supuestamente, el asesinato
del embajador israelí en Londres, Shlomo Argov.
Los israelíes estaban equivocados; fue Saddam
Hussein, crítico feroz de Arafat, quien dio la
orden, esperando que Israel acusara falsamente a Arafat
del crimen e invadiera Líbano. Los israelíes
le complacieron.
Pero las mentiras continuaron ayer.
Algunos periodistas se pasaron el día diciendo
que Israel iba a levantar el "bloqueo naval"
de Líbano para permitir el paso de "ayuda
humanitaria". Pero eso es una tontería.
Los buques que evacuaban extranjeros de Líbano
han estado pidiendo cobardemente permiso a Israel para
hacerlo - nadie ha olvidado el accidental ataque aéreo
israelí al USS Liberty en 1967-, pero en realidad
los israelíes han retirado todos sus buques de
guerra de aguas libanesas desde hace una semana, cuando
Hezbollah alcanzó un navío con un misil
de fabricación iraní.
Aunque los israelíes se han negado
a revelarlo - y los periodistas han dejado pasar al
olvido la noticia-, ahora se ha sabido que el buque
estuvo a punto de hundirse en el Mediterráneo
debido al incendio provocado por el misil en la sala
de máquinas, y que murieron cuatro marineros
israelíes. El fuego duró más de
quince horas, mientras la tripulación intentaba
desesperadamente salvar la nave.
Otra mentira - esta vez más pequeña-
se ha colado en el relato de cómo se inició
la última guerra sucia de Líbano.
El 12 de julio, un grupo de miembros
de Hezbollah penetraron en Israel, mató a tres
soldados hebreos y capturó a otros dos. Horas
más tarde, un carro de combate israelí
cruzó la frontera en dirección al interior
de Líbano e hizo estallar una mina que mató
a los cuatro ocupantes.
Pero ahora los informes procedentes
de Jerusalén - que algunos gobiernos extranjeros
se limitan a repetir- hablan rutinariamente del ataque
de Hezbollah que "mató a nueve soldados".
Al juntar estos dos incidentes separados, el ataque
inicial de Hezbollah, que ya fue lo bastante ilegal,
despiadado y mortífero, parece todavía
más brutal.
Por su parte, Olmert continúa
afirmando que no habrá intercambio de prisioneros
a cambio de los dos soldados israelíes capturados.
Pero, si esto es cierto, ¿por qué los
israelíes se han puesto en contacto con los servicios
de seguridad alemanes, que han venido negociando todos
los intercambios de prisioneros entre Hezbollah y los
israelíes durante los veinte últimos años?
Por ejemplo, fueron los alemanes quienes negociaron
el trueque de los restos de 123 guerrilleros, mayoritariamente
de Hezbollah, y 45 prisioneros de la tristemente célebre
cárcel de Jiam, en el sur de Líbano, por
los cadáveres de dos soldados israelíes,
Rajamim Alsheij y Yossi Fink, en julio de 1996.
Curiosamente, aunque se conocen los
nombres de los dos cautivos israelíes, nadie
parece interesado en los nombres de los tres principales
prisioneros libaneses cuya liberación exige Sayed
Hasan Nasrallah, el líder de Hezbollah.
La mentira de Hezbollah es que esos
hombres son rehenes que fueron capturados sólo
por sus simpatías pro-Hezbollah. Falso. El más
importante de ellos - por lo menos para Nasrallah- es
Samir Kantar, natural del pueblo de Abey, en el sur
de Líbano.
Los israelíes lo juzgaron por
el ataque a la ciudad hebrea de Nahariya en 1979, en
el que murieron tres israelíes, y lo sentenciaron
a la imaginativa cifra de 542 años de cárcel.
Pero en 1979 Hezbollah no existía.
Yahyia Skaff fue capturado por los israelíes
en marzo de 1978, tras un ataque a la costa israelí
por parte de guerrilleros palestinos que costó
la vida a 35 israelíes y provocó la invasión
de Líbano de 1978, otro desastre militar concebido
para "aniquilar el terrorismo" en Líbano.
Supuestamente, Skaff murió en
el incidente, pero algunos prisioneros liberados de
cárceles israelíes afirman con insistencia
haberlo visto con vida en prisión. Una vez más,
Hezbollah no existía en 1978. Nasim Nisr, un
israelí nacido en Líbano, fue encarcelado
por mantener contactos con Hezbollah, aunque Nasrallah
no parece demasiado interesado en que se sepa que está
pidiendo la liberación de un ciudadano israelí.
Del mismo modo, Hezbollah se ha dedicado
a inventar cifras de bajas del otro bando. Según
ellos, en los tres últimos días han matado
en la frontera a siete soldados israelíes, aunque
en realidad se trata de cuatro. También afirman
haber destruido cuatro tanques israelíes. Lo
cierto es que sólo han destruido uno.
La proporción de muertos libaneses
frente a muertos israelíes se cifra ahora mismo
en diez libaneses por cada israelí. Israel ha
matado al menos a 327 libaneses, incluidos un puñado
de hombres de Hezbollah, dos de ellos ayer; Hezbollah
ha matado a 34 israelíes, incluidos 19 soldados
y marineros.
Así las cosas, ¿qué
oportunidades de alto el fuego existen? Durante el bombardeo
de Líbano de 1996, un portavoz israelí
se refirió a Hezbollah como un "cáncer"
que devora a Líbano. El alto el fuego empezó
justo una semana después. El jueves, el embajador
de Israel ante la ONU, Dan Gillerman, calificó
a Hezbollah de "cáncer" que devora
a Líbano. Plus ça change?
Una semana en la vida
y la muerte de Beirut (24 de juliol de 2006)
Domingo 16 de julio
Es la primera vez que veo un misil en
esta guerra. Vuelan demasiado deprisa, o le cogen a
uno demasiado ocupado intentando huir de ellos. Pero
esta mañana, en el coche, Abed y yo hemos visto
uno atravesando el humo por encima de nosotros. "¡Habibi
(amigo)!", exclama, y yo empiezo a gritar: "¡Da
la vuelta, da la vuelta!", y nos alejamos de los
barrios del sur como alma que lleva el diablo. En el
momento en que doblamos la esquina hay una explosión
atronadora y una montaña de humo gris surge de
la carretera en la que estábamos hace un momento.
¿Qué ha pasado con los hombres y mujeres
a los que hemos visto huir corriendo del cohete israelí?
No lo sabemos. En los ataques aéreos, lo único
que uno ve son los pocos metros cuadrados que hay a
su alrededor. Uno sale de allí y sobrevive, y
con eso basta.
Vuelvo a mi piso en la Corniche y descubro
que han cortado la electricidad. Sin duda también
cortarán pronto el agua. Pero estoy sentado en
mi balcón, no hacinado en un hotel mugriento
en Kandahar o Basora; me alojo en mi casa y me despierto
cada mañana en mi cama. Gracias a los cortes
de electricidad, al miedo y a la falta de combustible,
ahora que Israel está bombardeando gasolineras,
el estruendo y los bocinazos del tráfico que
normalmente llena la calle hasta las dos de la mañana
han desaparecido. Cuando me despierto en plena noche,
oigo los pájaros y las olas del Mediterráneo
y el rumor suave de las hojas de las palmeras.
Esta tarde he salido a comprar comestibles.
Ya no queda leche, pero hay mucha agua, pan, queso y
pescado. Cuando Abed para el coche para dejarme salir,
el hombre del 4x4 de detrás de nosotros toca
la bocina sin parar, y cuando salgo del coche de Abed,
me espeta: "Kess uchtak"."Fóllate
a tu hermana". Es la primera vez que me insultan
en esta guerra. Normalmente los libaneses no insultan
a los extranjeros. Son gente educada. En fin, como no
tengo hermanas...
Lunes 17 de julio
El teléfono aún funciona,
y mi móvil canturrea como un periquito. Demasiadas
llamadas de amigos que me preguntan si deben huir de
Beirut o de Líbano, o de libaneses residentes
en el extranjero que me preguntan si deben volver. Oigo
las bombas rugir por toda la zona de Hezbollah, en los
barrios del sur, pero no puedo contestar esas preguntas.
Si les aconsejo que se queden y mueren, seré
responsable. Si les digo que se vayan y los matan mientras
huyen, seré responsable. Si les digo que vuelvan,
y mueren, seré responsable. Así que les
digo que Líbano se ha vuelto muy peligroso y
que la decisión la tienen que tomar ellos. Pero
me hacen sentir muy triste. Muchos de ellos han sido
refugiados cuatro veces en 24 años.
Regreso de Kfar Chim, donde un pedazo
de misil o de un ala de avión israelí
acaba de decapitar parcialmente a un conductor. La imagen
era realmente trágica, la cabeza colgaba hacia
delante en el asiento del conductor, como si contemplara
toda la sangre que brotaba de su cuerpo encharcando
el suelo.
Abed empezaba a preocuparse porque yo
llevaba demasiado tiempo contemplando la escena. Los
israelíes siempre vuelven. "Habibi,te has
quedado demasiado tiempo. ¡No vuelvas a hacerlo
nunca más!". Tiene razón. Los israelíes,
efectivamente, volvieron y bombardearon al ejército
libanés.
Ahora la que está preocupada
es mi asistenta, Fidele. Cree que es demasiado peligroso
viajar desde el distrito cristiano de Beirut hasta mi
casa, porque los israelíes han volado la parte
superior del faro, a 400 metros de la puerta de mi casa.
Envío a Abed a buscarla y traerla a mi casa para
que trabaje una hora. Mete mi ropa sucia en la lavadora,
y al cabo de cinco minutos se va la luz y tenemos que
volver a sacarla. Mañana lo intentaremos otra
vez.
Martes 18 de julio
A las 3.45 h de la mañana me
despierta un ruido de orugas y el estruendo de un pesado
motor militar moviéndose en la oscuridad. Bajo
a la calle y descubro que el ejército libanés
ha posicionado un transporte blindado en el parking
situado enfrente de mi casa. Lo han colocado estratégicamente
bajo unas palmeras, como si eso fuera a impedir que
la aviación israelí lo detectase. La cosa
no me gusta nada, y tampoco a mi casero Mustafa, que
vive en el piso de abajo. Ahora el ejército libanés
es blanco ocasional de los israelíes, y ese pequeño
gigante parece una palmera disfrazada de tanque. Más
tarde llamo a un general del ejército amigo mío.
Tardan una hora en encontrar el parking en sus mapas.
Luego recibo otra llamada que me anuncia que han colocado
el blindado junto a mi casa para evitar que Hezbollah
utilice el parking para lanzar otro misil a un buque
israelí. El ejército libanés está
defendiéndonos.
El primer buque de guerra francés
llega para recoger a los ciudadanos franceses que huyen
de Líbano. Se pasea orgulloso por delante de
mi balcón. Muchos navíos de guerra franceses
llevan el nombre de grandes caudillos militares, y esta
fragata antisubmarino se llama Jean de Vienne.Resulta
que Jean de Vienne fue un almirante francés del
siglo XIV que asoló la ciudad inglesa de Rye
y la isla de Wight, y murió - vaya por Dios-
luchando en las cruzadas contra los musulmanes turcos.
Un barco muy adecuado para iniciar la evacuación
francesa del antiguo puerto cruzado de Beirut.
Miércoles 19 de julio
Ahora que los israelíes están
destruyendo bloques enteros de pisos en los barrios
chiíes del sur de la ciudad - hay un paraguas
permanente de humo sobre la fachada marítima,
que se extiende hasta bien entrado el Mediterráneo-,
decenas de miles de musulmanes chiíes han venido
a buscar refugio en la parte intacta de Beirut, en parques
y escuelas y a la orilla del mar. Andan de aquí
para allá por delante de mi casa, las mujeres
con chador, los maridos y hermanos barbudos mirando
en silencio al mar, los niños jugando felices
alrededor de las palmeras. Me hablan indignados de Israel,
pero prefieren no comentar el profundo cinismo de Hezbollah,
que provocó la brutalidad israelí capturando
a dos de sus soldados. Además de a Hezbollah,
ahora los israelíes atacan fábricas de
alimentos, camiones y autobuses - por no mencionar los
46 puentes que ya han volado-, y algunos basureros se
niegan a hacer su trabajo por miedo a que su inocente
camión sea confundido con un lanzamisiles. Esta
mañana no ha habido recogida de basuras.
Los diarios locales de Beirut están
llenos de fotos que jamás aparecerían
en las páginas de un diario británico:
bebés decapitados, mujeres sin brazos ni piernas,
ancianos hechos pedazos. Los ataques aéreos de
Israel son indiscriminados y - cuando uno ve los resultados
con sus propios ojos, como nosotros ahora- francamente
odiosos. Por supuesto, los civiles igualmente inocentes
que Hezbollah liquida en Israel tienen el mismo aspecto,
pero en Líbano la matanza se produce a una escala
infinitamente más terrible. Los libaneses miran
esas fotos y las ven en televisión - igual que
el resto del mundo árabe-, y me pregunto cuántos
de ellos se sentirán tentados a pensar en otro
11-S o 7-J o cualquiera que sea la próxima fecha.
¿En qué convierte la guerra
a las personas? Más tarde, hablando con una periodista
austriaca, le pregunto, sin demasiado interés,
a qué se dedica su padre. "A beber",
me dice. ¿Por qué? "Porque su padre
murió en Stalingrado". Llevo té a
los soldados del blindado situado en el parking. Son
todos de Baalbek, musulmanes chiíes. Nunca abrirían
fuego contra un escuadrón lanzamisiles de Hezbollah.
Luego vuelvo a casa, después de otra visita a
los barrios del sur, y descubro que se han ido junto
con su gigante. La primera buena noticia del día.
El ministro de Hacienda da una conferencia
de prensa para hablar de los miles de millones de dólares
de daños que están produciéndole
a Líbano los ataques aéreos israelíes.
"Tenemos promesas de ayuda de Arabia Saudí,
Kuwait y Qatar", anuncia orgulloso.
"¿Y de Siria e Irán?",
le pregunta un periodista de la radio irlandesa, aludiendo
a los dos principales valedores de Hezbollah en el mundo
musulmán. "Nada", replica el ministro
desdeñoso.
20 de juliol de 2006
Un día malo para los mensajes.
Me llaman de EE. UU. para decirme que soy antisemita
porque critico a Israel. Ya empezamos otra vez. Les
digo a quienes me llaman que si siguen llamando antisemitas
a personas decentes, pronto convertirán el antisemitismo
en algo respetable, y les pido que le digan a la aviación
israelí que debe dejar de matar a civiles. Luego
un fax de un amigo judío de California para decirme
que un tal Lee Kaplan - "columnista de Las Noticias
Nacionales de Israel": no sé qué
es eso- me critica por "hacer carrera dando conferencias
muy bien pagadas en círculos antisemitas".
A diferencia de Benjamin Netanyahu y muchos otros que
se me ocurren, nunca cobro por dar conferencias, pero
tildar de antisemitas a los miles de norteamericanos
normales que me escuchan es una barbaridad.
Viernes 21 de julio
Los israelíes acaban de bombardear
el penal de Jiam. Un blanco interesante, ya que ésta
era la cárcel que la antigua milicia proisraelí,
el Ejército del Sur de Líbano (ESL), utilizaba
para torturar a los prisioneros varones conectándoles
electrodos al pene y a las mujeres, electrocutándoles
los pechos. Cuando el ejército israelí
se retiró en el 2000, Hezbollah convirtió
la prisión en un museo. Ahora las pruebas de
la crueldad del ESL han sido borradas. Otro objetivo
terrorista.
En casa, la electricidad vuelve a las
11 de la noche, y veo al cónsul general de Israel
en Nueva York, Arye Mekel, decir en la BBC que Israel
está "haciendo un favor a los libaneses"
al bombardear a Hezbollah, e insiste en que "la
mayoría de los libaneses agradece" lo que
están haciendo. Ahora lo entiendo. Los libaneses
deben dar las gracias a los israelíes por destruir
sus vidas y sus infraestructuras. Deben estar agradecidos
por todos los ataques aéreos y por los niños
muertos. Es como si Hezbollah afirmase que los israelíes
les deben dar las gracias por atacar al sionismo. ¿Hasta
dónde puede llegar el autoengaño?
Sábado 22 de julio
Tomo café en el jardín
de mi casero, y él se sube a una higuera con
una vieja escalera de mano y me trae una bandeja de
higos. "Nos da sus higos cada día",
me dice. "Por la tarde nos sentamos debajo del
árbol y, con la brisa del mar, es como si tuviéramos
aire acondicionado". Contemplo este pequeño
paraíso de macetas y sorbo mi café árabe
en una pequeña taza azul. Observamos los buques
de guerra deslizándose hacia el interior del
puerto de Beirut. "¿Qué pasará
cuando se vayan todos los extranjeros?", se pregunta.
Eso es lo que nos preguntamos todos. Lo sabremos esta
semana.
¿Un crimen de guerra? (25
de juliol de 2006)
Están en las escuelas, en hospitales
vacíos, en naves y mezquitas y en las calles.
Los refugiados chiíes del sur de Líbano,
a quienes los israelíes han hecho abandonar sus
casas, están llegando a Sidón, donde son
acogidos por libaneses suníes, que luego los
envían hacia el norte, a sumarse a los 600.000
libaneses desplazados que se encuentran ya en Beirut.
Por aquí han pasado, sólo en los cuatro
últimos días, más de 34.000: una
marea de miseria e ira. Costará años curar
sus heridas, y miles de millones de dólares reparar
sus propiedades dañadas.
¿Y a quién pueden culpar
de su huida? El domingo, por segunda vez en ocho días,
los israelíes cometieron un crimen de guerra.
Ordenaron a los habitantes del pueblo de Taire, cercano
a la frontera, que abandonaran sus casas, y luego, cuando
el convoy de coches y minibuses avanzaba obediente hacia
el norte, un avión de combate disparó
un misil contra el minibús que cerraba la caravana,
matando a tres refugiados e hiriendo a otros trece civiles.
Por lo visto, el proyectil que los mató era un
misil Hellfire fabricado por Lockheed Martin en Florida.
Hace nueve días, el ejército
israelí ordenó a los habitantes de un
pueblo cercano, Marwaheen, abandonar sus casas, y luego
disparó cohetes contra un camión que realizaba
la evacuación, matando a las mujeres y los niños
que viajaban en él. Y ésta es la misma
fuerza aérea israelí a la que la semana
pasada el profesor de Harvard Alan Dershowitz, uno de
los mayores defensores de Israel, elogiaba por "tomar
medidas excepcionales para minimizar las bajas civiles".
Los israelíes tampoco han respetado
Sidón. Un montón de escombros y paredes
derrumbadas es todo lo que queda de la mezquita de Fatima
Zahra, una institución de Hezbollah situada en
el centro de la ciudad, con el minarete desmoronado
y la cúpula descansando sobre el asfalto, con
una bandera negra todavía ondeando en su cúspide.
Ayer a primera hora de la mañana, cuando llegaron
los aviones de combate israelíes, el vigilante,
un hombre de 75 años, no tuvo tiempo de salir
del edificio y murió horas más tarde a
causa de sus heridas. Su silla de plástico blanco
todavía está patas arriba junto a la puerta.
Es improbable que la mezquita fuera utilizada con fines
militares, ya que justo a su lado hay una escuela propiedad
de los Hariri, la todopoderosa familia suní de
Sidón, que jamás habría permitido
que se introdujeran armas en el edificio.
No es que Hezbollah - que el mismo domingo
mató a dos civiles israelíes en Haifa
con sus cohetes- haya respetado Sidón, cuya población
es suní en un 95 por ciento. La semana pasada
intentaron disparar misiles de fabricación iraní
desde la Corniche, la fachada litoral, y desde el matadero
municipal. En ambos casos, los residentes les impidieron
físicamente abrir fuego.
La multimillonaria Fundación
Hariri, creada por el antiguo primer ministro Rafik
Hariri, asesinado el año pasado, ha ayudado a
24.000 refugiados chiíes a salir del sur y llegar
a Beirut, pero su generosidad no siempre ha sido bien
recibida. Un grupo de refugiados alojado en una escuela
técnica en Meheniyeh insultó y empujó
a los colaboradores de la Fundación Hariri. En
otros lugares, las familias de refugiados también
han agredido verbalmente al personal de la fundación.
"Nos dicen que trabajamos para los americanos y
que por eso los sacamos de allí", explica
Ghena Hariri, sobrina de Rafik y licenciada en la Universidad
de Georgetown. "Esto nos deja sin fuerzas. Trabajamos
24 horas al día y nos lo pagan insultándonos.
Pero me dan mucha pena. Ahora los israelíes les
están diciendo que salgan de sus pueblos a pie,
y tienen que caminar docenas de kilómetros con
este calor".
No es difícil entender por qué
esta guerra puede dañar el delicado equilibrio
entre comunidades que existe en Líbano. Un grupo
de familias chiíes, alojadas en una escuela en
las montañas drusas del Chuf, intentó
colocar en el tejado banderas amarillas de Hezbollah,
y miembros del Partido Popular Socialista druso de Walid
Jumblat tuvieron que sacarlas de allí. Es muy
posible que al hacerlo salvaran las vidas de aquellos
refugiados.
Sin embargo, muchos de los chiíes
que se encuentran ahora en este hermoso puerto cruzado
han aprendido lo amables que pueden ser sus vecinos
suníes. "Estamos aquí. ¿A
qué otro sitio podemos ir?", se preguntaba
Nazek Kadnah, sentada en la esquina de una mezquita
que Rafik Hariri construyó y dedicó a
su padre, Haj Baha´udin Hariri. "Pero ellos
nos cuidan como si fuéramos sus hermanos y hermanas,
y ahora estamos seguros". Esas palabras llenas
de emoción hacen surgir preguntas difíciles.
Por ejemplo, ¿por qué esa pobre gente
no provoca en Tony Blair la misma compasión que
supuestamente sintió por los musulmanes de Kosovo
cuando los serbios los expulsaron de sus casas? Estos
miles de personas están tan aterrorizados y desamparados
como los albanos kosovares que huyeron de Macedonia
en 1998, haciendo exclamar a Blair que aquella era una
"guerra moral". Pero para los chiíes
que pasan la noche en Sidón, lejos de sus casas,
no hay poses morales, ni propuestas de alto el fuego
por parte de Blair, que se ha alineado con los israelíes
y los norteamericanos.
¿Y cuál es exactamente
el objetivo de sacar a más de medio millón
de personas de sus hogares? Mucha de esa pobre gente
se aferra a las llaves de las puertas de sus casas,
igual que lo hacían los palestinos de Galilea
cuando llegaron a Líbano hace 58 años,
para pasar allí el resto de sus vidas como refugiados.
Sí, los chiíes de Líbano probablemente
volverán a sus casas. Pero ¿qué
encontrarán allí? ¿Una guerra entre
Hezbollah y una fuerza de intervención occidental?
¿O más bombardeos israelíes? Los
refugiados de Sidón tienen 36 escuelas en las
que alojarse, pero no todos tienen tanta suerte. En
todo el sur de Líbano han seguido muriendo inocentes.
Uno de ellos fue un niño de ocho
años muerto en un ataque aéreo israelí
en un pueblo cercano a Tiro. Ocho civiles más
resultaron heridos cuando un misil israelí alcanzó
un vehículo cerca del hospital Nayem de Tiro.
Y la periodista libanesa Layal Neyib, fotógrafa
de la revista Al Yaras,cuyas fotos eran distribuidas
también por la agencia France Presse, murió
en un taxi durante un ataque aéreo israelí
cerca de Qana, el mismo pueblo en que 106 civiles fueron
masacrados en una base de la ONU por la artillería
israelí en 1996. Sólo tenía 23
años.
En su casa de paredes de mármol
situada en lo más alto de Sidón, Bahia
Hariri, la madre de Ghena, hermana del primer ministro
asesinado y diputada por la provincia, habla con gesto
amargo, conteniendo a duras penas su furia. "Nos
encontramos en una situación terrible, pero no
tenemos la más mínima oportunidad de resolverla",
dice. "Rafik Hariri ya no está con nosotros
- añade-. La comunidad internacional no está
con nosotros. ¿Quién está con nosotros?
Dios. Y los libaneses de toda la vida. Y el mundo árabe
nos ayudará, o eso esperamos. La única
resistencia que podemos oponer es un Líbano unido.
Pero el margen para soñar es muy pequeño".
La fuerza de la OTAN,
condenada al fracaso (1 d'agost de 2006)
En Líbano todos los ejércitos
extranjeros acaban mal, incluso el israelí. Así
pues, ¿cómo es que George W. Bush y lord
Blair de Kut al Amara, después de sus inevitables
desastres en Afganistán e Iraq, creen que una
fuerza enviada por la OTAN sobrevivirá en la
frontera sur de Líbano? Es evidente que a los
israelíes les encantaría contemplar su
despliegue - ya iría siendo hora de que fuera
Occidente quien sufriera bajas-, pero Hezbollah seguramente
considerará su llegada como la de un ejército
apoderado de Israel. A fin de cuentas, se supone que
será una fuerza de interposición para
proteger a Israel y no - como se han apresurado en apuntar
los libaneses- para proteger a Líbano. El último
ejército de la OTAN que llegó a este país,
además, puso fin a su misión después
de volar literalmente en pedazos a causa de los atentados
suicidas.
Con qué ligereza han eliminado
los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña
el recuerdo de la antigua fuerza multinacional - la
MNF-, que llegó a Beirut para acompañar
a las guerrillas palestinas en su salida de Líbano
en agosto de 1982 y que después, tras la matanza
de hasta 1.700 guerrilleros palestinos en los campos
de Sabra y Chatila por parte de las milicias libanesas
- apoderadas de Israel-, regresó para proteger
a los supervivientes y afianzar la soberanía
del gobierno libanés. ¿No resulta eso
familiar? También debían formar al ejército
libanés - una de las misiones que le han endosado
al nuevo ejército de Bush y Blair- y fracasaron.
Destrozados por los atentados suicidas que ocasionaron
la pérdida de 241 vidas estadounidenses en su
cuartel general de la capital, los marines se retiraron
hacia el interior y cavaron trincheras bajo el aeropuerto
de Beirut.
Allí vivieron hasta que el recién
formado ejército libanés se vino abajo
en febrero del año 1984, momento en el que el
entonces presidente Ronald Reagan decidió reubicar
a sus tropas a cierta distancia de la costa. Igual que
otras famosas reubicaciones históricas - la de
Napoleón al salir de Moscú, por ejemplo,
o la última reubicación de Custer-, aquello
representó una tragedia nacional, fue un golpe
descomunal al prestigio estadounidense en la región
y la advertencia de que las aventuras libanesas siempre
terminan en lágrimas. El contingente militar
francés abandonó el país poco después.
Igual que los italianos. La primera en escabullirse
de Líbano había sido una unidad de soldados
británicos.
Así pues, ¿cómo
puede creer nadie que el siguiente ejército extranjero
que llegue a la trituradora de carne que es Líbano
va a correr mejor suerte? Cierto, la MNF no contaba
con el respaldo de una resolución del Consejo
de Seguridad de la ONU. Aunque, ¿desde cuándo
hace caso Hezbollah de las peticiones de la ONU? Ya
se negaron al desarme que les exigía la resolución
1559; una de las guerrillas más poderosas del
mundo no va a entregar sus armas a un puñado
de generales de la OTAN. Sin embargo, la mayoría
de los soldados serán musulmanes, según
nos han dicho. Puede que esto sea cierto y que los turcos,
imprudentemente, ya estén accediendo a participar.
Con todo, ¿aceptarán los libaneses que
los descendientes del odiado imperio otomano gobiernen
parte de su país? ¿Aceptarán los
chiíes del sur de Líbano que unos soldados
musulmanes suníes sean sus nuevos señores?
De hecho, ¿por qué no
se ha consultado a la población del sur de Líbano
sobre el ejército que se supone vivirá
en sus tierras? Pues porque no va allí por ellos,
claro está. Irá allí por los israelíes,
y los estadounidenses desean su presencia en la zona
para dar nueva forma a Oriente Medio. Sin duda, esto
tiene mucho sentido en Washington, donde el autoengaño
domina la diplomacia casi tanto como lo hace en Israel.
No obstante, los sueños de Estados Unidos suelen
acabar convertidos en las pesadillas de Oriente Medio.
Esta vez, además, contemplaremos
de cerca la desintegración de un ejército
enviado por la OTAN. El sudoeste de Afganistán
e Iraq son ahora tan peligrosos que ningún periodista
puede atestiguar la carnicería y las atrocidades
que se perpetran allí como resultado de nuestros
imposibles proyectos para la región. Sin embargo,
en Líbano contaremos con cobertura mediática
en directo para un desastre que sólo puede evitarse
con un paso diplomático que los señores
Bush y Blair se niegan a dar: hablar con Damasco.
Así pues, cuando este último
ejército extranjero llegue a Líbano, contemos
los días - o las horas- que pasarán antes
de que sufra el primer ataque. Entonces volveremos a
oír una vez más que estamos luchando contra
el mal, que ellos - Hezbollah, las guerrillas palestinas
o quienquiera que desee la destrucción de nuestro
ejército- odian nuestros valores. Entonces, desde
luego, nos dirán que todo forma parte de la guerra
contra el terrorismo,el disparate que ya ha estado difundiendo
Israel. Tal vez entonces recordaremos lo que Bush padre
dijo después de los atentados suicidas de los
aliados de Hezbollah contra los marines en 1983: que
la política estadounidense no se vería
influida por un hatajo de "insidiosos cobardes
terroristas".
Y ya sabemos qué sucedió
entonces. ¿O acaso lo hemos olvidado?
Continúa el tormento de Líbano
(5 d'agost de 2006)
Fue otro día de matanzas, grandes
y pequeñas. Parece que la mayor de todas fue
la de un grupo de 40 trabajadores de una granja Líbano.
Según se informó, misil israelí
hizo explosión entre ellos mientras cargaban
verduras en un camión frigorífico cerca
de Al Qaa, una aldea en el extremo septentrional de
Líbano. Los heridos fueron trasladados a un hospital
sirio, porque las carreteras libanesas están
ahora llenas de cráteres abiertos por las bombas
israelíes.
En Israel murieron dos civiles a causa
de misiles de Hezbollah, pero, como de costumbre, Líbano
se llevó la peor parte de los ataques del día,
que se concentraron - por increíble que parezca-
en el corazón cristiano del país, que
tradicionalmente había demostrado simpatía
hacia Israel. Los milicianos falangistas de la comunidad
cristiana maronita fueron los más fieles aliados
de Israel en su invasión de Líbano de
1982 y, no obstante, ayer la fuerza aérea israelí
atacó tres puentes de la autopista al norte de
Beirut y - una vez más, como de costumbre- fue
gente sencilla la que murió.
Uno de ellos fue Joseph Bassil, un viejo
cristiano de 65 años que había salido
a correr como todos los días con cuatro amigos
al norte de Jounieh. "Sus amigos pararon a descansar
después de cuatro vueltas al puente porque hacía
mucho calor", nos explicó un miembro de
su familia. "Joseph decidió correr una vuelta
más. Eso lo mató". Los israelíes
no han dado razón alguna para esos ataques -
ningún guerrillero de Hezbollah entraría
jamás en esa fortaleza maronita, lo único
que se consiguió fue obstaculizar a los convoyes
humanitarios- y en Líbano crece el miedo a que
los últimos bombardeos sean una muestra de la
frustración de Israel.
De hecho, mientras la guerra de Líbano
sigue acabando con vidas inocentes - la mayoría,
libanesas-, el conflicto parece carecer cada vez más
de todo propósito. La fuerza aérea israelí
ha logrado matar quizá a unos 50 miembros de
Hezbollah y a casi 600 civiles. Ha destruido muchos
puentes, lecherías, gasolineras, almacenes de
combustible, pistas de aeropuertos y miles de hogares.
Pero ¿para qué? ¿Acaso sigue creyendo
Estados Unidos a Israel cuando afirma que destruirá
a Hezbollah ahora que es evidente que su ejército
no es capaz de nada semejante?
¿No se da cuenta de que cuando
Israel se canse de esta guerra, pedirá un alto
el fuego que sólo Washington podrá lograr
haciendo lo que más detesta hacer: cogiendo el
camino de Damasco y pidiendo ayuda al presidente sirio,
Bashar el Assad?
Sin embargo, ¿qué está
sucediendo con Líbano entre tanto? Los puentes
y los edificios pueden reconstruirse - con préstamos
de la Unión Europea, no cabe duda-, pero muchos
libaneses preguntan ahora a sus instituciones por esa
democracia que tanto elogiaba Estados Unidos el año
pasado. ¿De qué sirve tener un Gobierno
libanés elegido democráticamente si no
puede proteger a su pueblo? ¿De qué sirve
un ejército libanés de 75.000 hombres
si no puede proteger a su nación, si no puede
desplegarse en la frontera, si no puede atacar a los
enemigos de Líbano y no puede desarmar a Hezbollah?
De hecho, para muchos libaneses chiíes, Hezbollah
es ahora el ejército de Líbano.
La resistencia de Hezbollah ha sido
tan feroz - y tan resuelta en sus ataques a tropas terrestres
israelíes en territorio libanés- que aquí
hay mucha gente que no recuerda ya que fue Hezbollah
quien provocó esta última guerra cuando
cruzó la frontera el 12 de julio, mató
a tres soldados israelíes y capturó a
otros dos. Las amenazas israelíes de intensificar
el conflicto son recibidas más con una sonrisa
divertida que con horror por parte de una población
libanesa que lleva treinta años oyendo con un
cansancio cada vez mayor las advertencias de Israel.
Uno de los cambios más profundos
de la región en las últimas décadas
ha sido la creciente falta de inclinación de
los árabes a sentir miedo. Puede que sus dirigentes
- nuestros moderados dirigentes prooccidentales, como
el rey Abdallah de Jordania o el presidente Mubarak-
tengan miedo, pero el pueblo no. Una vez que el pueblo
ha dejado de sentir terror, ya nada puede infundirle
miedo de nuevo. Por eso, la consecuente política
israelí de lograr el sometimiento árabe
mediante la destrucción - o, como dijo una vez
Ariel Sharon refiriéndose a los palestinos, "haciéndoles
sentir dolor"- ya no funciona. Se trata de una
política que, tal como empiezan a descubrir ahora
los estadounidenses en Iraq, está condenada al
fracaso.
En todo el mundo musulmán, nosotros
- Occidente, EE. UU., Israel- no luchamos contra nacionalistas,
sino contra islamistas. Por eso, al ver el martirio
de Líbano de esta semana - los niños asesinados
en Caná, metidos en bolsas de plástico
hasta que se acabaron las bolsas y tuvieron que envolver
los cadáveres en alfombras-, hay un pensamiento
terrible que día a día me viene más
a la mente: habrá otro 11-S.
Los rugidores y el
rey Lear (7 d'agost de 2006)
Domingo, 30 de julio
Otra vez Caná. "¡Otra
vez!". Escribo en mi cuaderno. Hace diez años,
me encontraba en el pequeño pueblo de las colinas
del sur de Líbano cuando el ejército Israelí
disparó proyectiles de artillería contra
el recinto de la ONU y mató a 106 libaneses,
más de la mitad de ellos niños. La mayoría
murió a causa de amputaciones - los proyectiles
estallaban en el aire-, y hoy me encuentro otra vez
camino del sur para contemplar la última matanza
de Caná.
¿Cincuenta y nueve muertos? ¿Treinta
y siete? ¿Veintiocho? Esta vez ha sido un ataque
aéreo al que han seguido los embustes de siempre.
Hace diez años, Hezbollah se escondía
en el recinto de la ONU. Falso. Esta vez quieren hacernos
creer que los muertos de Caná - la matanza de
hoy- vivían en una casa que servía de
base de almacenamiento para misiles de Hezbollah. Otra
mentira, porque todas las personas murieron en el sótano,
adonde nunca habrían bajado de haber guardado
allí misiles apilados hasta el techo. Incluso
Israel desiste más tarde de ese disparate. Veo
a los soldados libaneses que meten cadáveres
de niños en bolsas de plástico; luego
los veo envolver los pequeños cuerpos en alfombras
porque las bolsas se han terminado. Sin embargo, las
carreteras, ¡Dios mío, qué carreteras
en el sur de Líbano...! Con las ventanillas abiertas,
aguzando el oído por si oímos los aullidos
de los aviones a reacción. Me sorprende que sólo
una periodista haya muerto hasta ahora - una joven libanesa-
y miro a los pequeños pececillos plateados que
surcan los cielos.
En el trayecto de vuelta a Beirut encontramos
el tráfico atascado porque las bombas han destruido
un puente y el ejército libanés intenta
remolcar un camión cargado de verduras para sacarlo
del río. Me acerco a ellos y chapoteo en el agua
para decirle al sargento que ha perdido el juicio. Tiene
casi 50 vehículos civiles atrapados en una caravana,
esperando otro ataque aéreo israelí. "Deje
el camión para más tarde", le digo.
Llegan más soldados y se produce
un debate de diez minutos para decidir si mi consejo
es sensato, mientras no dejo de mirar al cielo y les
señalo un F-16 israelí que viene directo
hacia nosotros. Entonces el sargento decide que Fisk
no es tan estúpido como parece, corta el cable
de remolque y deja circular a los coches. Estoy cubierto
de polvo, y Katya Jahjura, una compañera fotógrafa
libanesa, me ve entonces y estalla en un ataque de risa
incontrolable. "¡Parece que vivas entre escombros!",
exclama, y yo le dirijo una mirada de desesperación.
"Será mejor que salgamos de aquí,
no vaya a ser que nos conviertan en escombros",
replico.
Lunes, 31 de julio
Beniamin Netanyahu prueba suerte con
otro embuste, una mentira vieja, rescatada de 1982,
cuando Menahem Begin solía afirmar que las bajas
civiles de los ataques aéreos israelíes
no eran diferentes de los civiles que murieron en Dinamarca
en un bombardeo de la RAF durante la Segunda Guerra
Mundial. Vaya, vaya, buen intento, Benjamín,
pero no es suficiente. Antes que nada, la historia:
el avión de la RAF llevaba a cabo un ataque aéreo
contra el cuartel general de la Gestapo nazi de Copenhague,
pero la misión acabó convertida en la
matanza de más de ochenta niños porque
equivocaron el blanco. Los israelíes están
carneando a inocentes en el sur de Líbano desde
las alturas; a una altitud suficiente para evitar los
misiles de Hezbollah. La razón por la que la
RAF mató a 83 niños, 20 monjas y tres
bomberos el 21 de marzo de 1945 fue que sus mosquitos
volaban tan bajo, para evitar víctimas civiles,
que uno de los aviones británicos tocó
con un ala una torre del ferrocarril cerca de la estación
central de Copenhague y se estrelló contra un
colegio. El otro avión supuso que el humo del
combustible de alto octanaje era el blanco.
Con todo, no deja de ser interesante
lo muy dispuestos que están los dirigentes israelíes
a manipular la historia de la Segunda Guerra Mundial.
Ningún avión israelí se ha perdido
sobrevolando Líbano en esta guerra, y los civiles
libaneses mueren a decenas, repetidamente y bombardeados
desde una gran altura.
Martes, 1 de agosto
Se ha cortado la electricidad, mi nevera
ha vuelto a inundar el suelo y mi casero, Mustafa, ha
aparecido en la puerta con una bandeja de plástico
llena de higos de la higuera de su jardín. Los
periódicos son cada vez más delgados.
Sin embargo, el restaurante Paul´s ha vuelto a
abrir en el este de Beirut y voy a comer allí
con Maruan Iskander, uno de los principales asesores
financieros del ex primer ministro asesinado Rafiq Hariri.
Maruan y su mujer, Mona, son una fuente
de alegría, saben muchísimos chistes y
sueltan comentarios monstruosos (y acertados) sobre
los políticos de Oriente Medio. Invito yo, y
Maruan me obsequia - como sabía que haría-
con un gran habano. Dejé de fumar hace años,
pero creo que con la guerra se me permite fumar, sólo
un poco.
Miércoles, 2 de agosto
Unas enormes explosiones en las barriadas
del sur de Beirut hacen temblar las paredes de mi casa.
Una caldera de llamas se alza hacia el cielo. ¿Qué
queda por destruir en esos barrios que los cronistas
denominan "plaza fuerte de Hezbollah"? Los
israelíes están bombardeando todas las
carreteras que llevan a Siria, sobre todo en el cruce
fronterizo de Masna (muy inteligente, como si Hezbollah
hiciera entrar sus misiles a Líbano en grandes
convoyes por la autopista internacional). Después,
la guerrilla que empezó todo este sangriento
desastre dispara otra vez decenas de proyectiles contra
Israel.
Me voy a husmear a los suburbios y recibo
una llamada de un compañero que está en
el sur de Líbano y que me explica que el pueblo
de Srifa ha quedado "igual que Dresde". De
nuevo la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, es cierto
que los suburbios parecen salidos de una escena de ese
conflicto. Mi tendero se lamenta porque no le queda
leche ni yogur, y yo, adicto a los lácteos como
soy, me uno a sus lamentos.
Jueves, 3 de agosto
Más amigos que quieren saber
si es seguro regresar a Líbano. Una vieja conocida
me dice que, cuando insistió en volver a Beirut,
un familiar le tiró un zapato y un libro. "¿Qué
libro era?", pregunto. Uno de poesía, al
parecer.
Ha vuelto la luz y me torturo viendo
la CNN, que retransmite los sucesos de este matadero
como si fuera un partido de fútbol. Marcadores
hasta el momento: unas cuantas decenas de israelíes,
cientos de libaneses, miles de misiles y aún
más miles de bombas israelíes. Los misiles
llegan de Irán, como bien nos recuerda la CNN.
Las bombas israelíes vienen de Estados Unidos,
como no nos recuerda la CNN.
Viernes, 4 de agosto
El día de los puentes. Abed y
yo estamos en la autopista del norte de Beirut con Ed
Cody, de The Washington Post (el que lee a Verlaine),
y conseguimos desviarnos por carreteras secundarias
para llegar a la región cristiana de Metn, que
ha sido atacada inexplicablemente (ya que los cristianos
maronitas de Líbano son, supuestamente, los mejores
amigos que Israel tiene en el país). "No
pueden hacerse una idea de lo furiosos que estamos",
me dice una mujer mientras mira su coche y su casa,
destrozados, las ventanas rotas y los escombros que
cubren toda la calzada. Los 200 metros de un viaducto
se han desplomado sobre el valle, aunque hay otra carretera
secundaria que no ha sufrido ningún daño,
y por ella avanzamos a toda velocidad hasta el siguiente
puente destruido. ¿Para qué bombardear
los puentes?
Regresamos a Beirut por carreteras vacías,
con las ventanillas abiertas y el susurro de los reactores
aún en el cielo. Me acerco a las oficinas de
Associated Press, donde mi viejo amigo Samir Ghattas
es el jefe del departamento. "¿Cómo
están los puentes?", pregunta. "Supongo
que habéis pisado el acelerador". Y que
lo diga. Me hacen una entrevista para la CBC de Toronto,
donde hablo con toda libertad de los crímenes
de guerra de Israel, y en el estudio canadiense a nadie
le parece políticamente incorrecto ni terrorífico,
nadie siente los miedos habituales de los productores
de televisión, que creen que tendrán que
enfrentarse a las acostumbradas quejas sobre periodistas
antisemitas que se atreven a criticar a Israel. Enciendo
la televisión y me encuentro a Hasan Nasrallah,
jefe de Hezbollah, amenazando a Israel con mayores incursiones
con misiles si Israel bombardea Beirut. Luego escucho
al primer ministro israelí diciendo más
o menos lo mismo pero a la inversa.
Sábado, 5 de agosto
Yo los denomino los rugidores, pero
hojeo mi maltrecho ejemplar de El rey Lear para ver
a quién me recuerdan. Bingo: "Haré
cosas que aún no sé, pero serán
los horrores de la tierra". Shakespeare debería
estar cubriendo esta guerra.
Se oyen muchas historias sobre una gigantesca
ofensiva terrestre israelí que han resultado
ser falsas. La ONU, en el sur de Líbano, sospecha
que Israel está fabricando ataques inexistentes
para aplacar a la opinión pública mientras
los misiles de Hezbollah siguen cruzando la frontera.
Sin embargo, un amigo me llama para explicarme que Hezbollah
podría estarse quedando sin proyectiles. Reflexiono
que tal vez sea cierto y pienso en todos los puentes
que todavía no han volado por los aires.
Más fotografías espantosas
de los muertos en los periódicos libaneses. Nosotros,
al más puro estilo occidental, les ahorramos
a nuestros lectores esas terribles estampas - respetamos
demasiado a los muertos para publicarlas, aunque no
los respetamos mucho cuando estaban vivos- y olvidamos
la ira feroz que sienten los árabes cuando ven
esas imágenes ante sí. ¿Qué
nos estamos deparando a nosotros mismos? Esta mañana
he escrito un artículo sobre otro 11-S. Y me
temo que tengo razón.
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