Logo Contrastant.net
Digues la teva
Home Correu
 
 



© Magma3
 
7 d'agost de 2006
Novetats  
   
Primer lliurament de la sèrie "Fuego en Oriente Medio" de Robert Fisk. Articles publicats en versió espanyola a La Vanguardia
   
Robert Fisk
 

(La Vanguardia, 19 de juliol-7 d'agost de 2006)

 

A continuació reproduïm articles de Robert Fisk publicats per La Vanguardia (que, són la traducció dels publicats a The Independent). Robert Fisk és un periodista que, a diferència de molts altres, és al lloc dels fets. Per tant, més enllà de l'encert o de l'errors de la nterpretació que en fa, cal valorar positivament que escrigui les cròniques in situ. Fisk ha encunyat darrerament el terme periodisme d'hotel, terme prou clar com perquè calgui explicar-lo.

Fisk ha publicat no fa gaire La gran guerra per la civilització, un llibre que pot ser molt útil en l'intent d'entendre què passa a l'Orient Mitjà, que, per raons diverses, ha esdevingut una zona molt conflictiva.

 

¿Qué mayor castigo puede aún soportar? (19 de juliol de 2006)

Elegantes edificios yacen en ruinas. El penetrante efluvio de las gardenias ha dado paso al acre hedor de los tanques de petróleo que han ardido hasta la última gota. Y la gente aterrorizada para salir de una ciudad que parece condenada al caos y la destrucción. Mientras Beirut -el París de Oriente Medio- se ve ultrajada una vez más, Robert Fisk, residente en la ciudad desde hace 30 años, pregunta: "¿qué grado mayor de castigo puede aún soportar"?

En el año 551, la refulgente y rica ciudad de Beritus -cuartel general de la flota imperial romana en el Mediterráneo oriental- se vió golpeada por un terremoto devastador. Como consecuencia, el mar se retiró varios kilómetros y los supervivientes (antepasados de los actuales libaneses) recorrieron amplias extensiones de arena para saquear la carga de los barcos que se ofrecían enhiestos ante sus propios ojos. Posteriormente una enorme ola mayor incluso que un tsunami volvió a arrasar el territorio acabando con la vida de sus habitantes. Tan devastado quedó el antiguo Beirut que el emperador Justiniano envió oro desde Constantinopla como acto de compensación destinado a los escasos sobrevivientes.

Algunas ciudades parecen estar condenadas para siempre jamás. Los cruzados, de camino a Jerusalén en el siglo XI, mataron a todos los hombres, mujeres y niños de Beirut, y en la Primera Guerra Mundial el Beirut otomano padeció una gran hambruna. Conservo postales antiguas donde me miran niños escuálidos y abandonados de un orfanato.

Una estadounidense residente en Beirut en 1916 describió entonces "mujeres y niños tendidos en las aceras con los ojos cerrados y la tez demacrada. Era habitual ver gente escarbando entre los desperdicios, en busca de pieles de naranja, huesos de carne y cualquier otro material posiblemente comestible que engullían acto seguido con avidez..."

¿Cómo es posible que le pasen tales cosas a Beirut? A lo largo de 30 años he tenido ocasión de comprobar cómo este lugar moría y se levantaba de su tumba para volver a morir a continuación. Las fachadas de sus edificos parecían hechas de fino encaje irlandés, traspasadas por los orificios de las balas y las matanzas recíprocas de sus habitantes.

Viví en la ciudad durante los 15 años de la guerra civil que segó 150.000 vidas, dos invasiones israelíes y años de bombardeos también israelíes que acabaron con la vida de 20.000 residentes, a quienes recuerdo desarmados, sin piernas, sin cabeza, acuchillados, bombardeados y esparcidos entre las paredes de sus propias casas. No obstante, se trata de gente noble y formada, gente con principios y de una generosidad que sorprende agradablemente al visitante, cuya amabilidad podría sonrojar a cualquier occidental y cuyo sufrimiento solemos pasar por alto.

A primera vista parecen gente como nosotros. Son políglotas, viajan por todo el mundo, sus mujeres son vistosas y poseen una gastronomía exquisita.

Sin embargo, ¿qué decimos nosotros de su suerte ahora que una vez más los israelíes lanzan uno de sus más crueles ataques sobre Beirut, destruyen sus casas, vuelan sus puentes, les privan de alimentos, agua y electricidad? Pues decimos sencillamente que ellos iniciaron esta última guerra y comparamos sus 240 muertos en todo Líbano hasta ayer con los 24 muertos de Isreal como si las cifras fueran idénticas.

Y, sobre todo, abandonamos a los libaneses a su suerte como apestados y evacuamos a nuestros valiosos extranjeros a la par que nos limitamos a desaprobar la desproporcionada respuesta de Israel al apresamiento de sus soldados por Hezbollah.

Cuando paseaba ayer por el centro de Beirut -en su día un Dresde en ruinas, que me recordaba el ave fénix entre las cenizas de su guerra civil, de plumaje de tan vivos colores que cegaba a sus propios habitantes- pensé en la reconstrucción de la ciudad, obra del asesinado Rafiq Al Hariri. Pero ahora este panorama no es más que un desecho, testigo de la labor de algún alto funcionario de la ONU que vino a buscar pistas de aquel asesinato, aunque de momento ha buscado refugio en la más segura Chipre.

En un vacío restaurante de L´Étoile -el mejor donde degustar unos magníficos caracoles y un capuccino, donde en una ocasión Al Hariri cenó con Chirac- me senté tranquilamente en el suelo observando cómo un vigilante de seguridad del parlamento patrullaba el complejo de construcción francesa que aún aloja lo que queda de la democracia libanesa. ¡Cúantas calles de los alrededores fueron trazadas y sus edificios erigidos bajo el mandato francés, sus edificios luego restaurados, con sus motivos árabes y romanos!

A Al Hariri le encantaba el lugar y al invitar un día a Chirac a una cerveza, me divisó sentado en una mesa. "¡Robert, siéntate con nosotros!", al tiempo que me presentaba a Jacques Chirac, con estas palabras, "¡al corresponsal que dijo que yo no podría reconstruir Beirut!".

Pero ahora Beirut se ve de nuevo destruído. Su aeropuerto ha sido atacado tres veces por las fuerzas israelíes. Sus relucientes terminales y áreas comerciales retumbaban bajos las bombas que caían además sobre las carreteras, puentes y depósitos de combustible adyacentes. El faro ha sido destruido por el cohete de un helicóptero Apache. Sólo la joya de restaurante al que acabo de referirme ha sido -por ahora- perdonada.

Los barrios humildes de Haret Hreik, Gobeiri y Siyah se han visto prácticamente reducidos a escombros, motivando que un cuarto de millón de chiíes hayan tenido que buscar refugio en escuelas y parques desiertos de la capital. Aquí estuvieron, de hecho, los cuarteles generales de Hezbollah, otro de esos focos terroristas que Occidente sigue descubriendo en tierras musulmanas... Y aquí vivieron Sayed Hassan Nasrallah - el líder del Partido de Dios: un hombre implacable, sarcástico y calculador-, Sayad Mohamed Fadlallah, una de las autoridades religiosas más formadas y de más florida oratoria y numerosos estrategas militares de Hezbollah, entre quienes sin duda se cuentan los que planificaron dilatada y pormenorizadamente el reciente secuestro de los dos soldados israelíes.

Sin embargo, ¿merecían las decenas de miles de personas pobres y modestas residentes en el lugar este castigo a gran escala? Tratándose de un país que se vanagloria de su gran precisión - noción, por cierto, discutible pero que constituye otro tema-, ¿qué nos dice a propósito de Israel? ¿O de nosotros mismos?

En un moderno edificio de la parte incólume de Beirut, topo casi de bruces con una conocida figura de Hezbollah: camisa blanca abierta, traje oscuro, zapatos relucientes. Me explica: "Si es menester, continuaremos durante días, semanas, meses... Créame, les reservamos a los israelíes otras sorpresas, mucho mayores, ya verá. Y luego recuperaremos a nuestros prisioneros con escasas concesiones".
Salgo al exterior, atontado como si me hubieran dado un fuerte golpe en la cabeza. Enfrente veo una pared cubierta de preciosas buganvilias, jazmines y gardenias. Los libaneses aman las flores, su color y aroma... Beirut se halla festoneado de plantas y árboles que huelen al paraíso.

Veo a mi paso numerosos grupos de gente sentada bajo los árboles aún con huellas en sus rostros y ropas de la enorme polvareda levantada por los bombardeos sobre el humilde barrio del sur de Haret Hreik: se han congregado junto a una antigua fuente donada por el sultán otomano Abdul Hamid a la ciudad de Beirut. ¡Cómo caen los imperios!

Lejos, en la distancia, evolucionan dos helicópteros de la dotación del navío de guerra estadounidense Iwo Jima:se lanzan en flecha en dirección al búnker de la embajada de Estados Unidos en Awkar para evacuar más ciudadanos del imperio americano. Ni una sola palabra del mismo imperio pronunciada en ayuda de la gente echada sobre la hierba del parque, necesitada de alimento y medicinas.

 


Sigue la huida mientras mueren más civiles (20 de juliol de 2006)

¿Cuánto tiempo habrá de pasar aún para que hayamos de emplear el término crímenes de guerra? ¿Cuántos niños han de quedar desparramados entre los cascotes de los edificios por la aviación israelí antes de plano la expresión daños colaterales y empecemos a hablar de proceso o cargos por crímenes contra la humanidad? La niña cuyo cadáver yace como una muñeca de trapo junto a los coches que según cabe suponer habían de llevarle a ella y a su familia a lugar seguro constituye un símbolo de la última guerra de Líbano; el hecho es que la niña resultó despedida del vehículo en el que en compañía de los suyos viajaba por el sur de Líbano huyendo de su aldea, por orden del mando israelí, en el curso de una de las recientes operaciones. Y como sus padres resultaron muertos según todos los indicios en el mismo ataque israelí, se desconoce su nombre. En este caso no se trata de un combatiente desconocido sino de una niña desconocida.

El relato de su muerte, sin embargo, puede documentarse con cierto detalle. El sábado a las seis de la tarde las tropas israelíes obligaron a los habitantes de la pequeña aldea fronteriza de Marwaheen a abandonar sus casas avisándoles por lo visto mediante un megáfono. Marwaheen se encuentra a escasa distancia del lugar donde las guerrillas de Hezbollah cruzaron la frontera alambrada para apresar a dos soldados israelíes y matar a otros tres, el ataque que provocó el estallido de esta última guerra cruel en Líbano. Los aldeanos obedecieron las órdenes israelíes y en un principio acudieron a las tropas locales de la ONU del Batallón ghanés (Ghanbatt) en busca de protección.

Pero los soldados del Batallón, obedeciendo directrices marcadas por el cuartel general de la ONU en Nueva York en 1996, impidieron la entrada de civiles libaneses en su base. Por una terrible ironía, las normas de la ONU habían sido establecidas después de que sus soldados hubieran protegido a la población civil en el curso del bombardeo israelí del sur de Líbano en 1996 en el que 106 libaneses - más de la mitad niños- resultaron muertos cuando los israelíes bombardearon el complejo de la ONU en Qana donde habían hallado refugio.

Así que los habitantes de Marwaheen se pusieron en camino en dirección norte formando una caravana de vehículos que tan sólo minutos después, en las proximidades de la aldea de Ter Harfa, fue atacada por un F-16 que bombardeó todos los coches matando al menos a 20 civiles que viajaban en ellos, muchos de ellos mujeres y niños.

Doce personas murieron quemadas vivas en sus vehículos pero otras - entre ellas la niña que ahora yace como una muñeca de trapo junto a un convoy civil carbonizado y que fue fotografiada con notable peligro por Nasser Nasser, cámara de la agencia Associated Press- salieron despedidas de los coches por la fuerza expansiva de las bombas yendo a caer sobre unos prados y una vaguada cercana al lugar del ataque. Ninguna expresión ni comunicado de disculpa o condolencia de parte de Israel por estas muertes.

Más gente inocente siguió muriendo ayer en el curso de ataques aéreos israelíes en todo Líbano. Cinco civiles murieron al impactar un misil israelí contra una casa cerca de la población de Nabatea. Tres miembros de la familia Hamed corrieron la misma suerte en unión de su asistenta srilanquesa. Los ataques aéreos israelíes arrasaron también 15 casas de la aldea de Srifa al sur del país donde vivían al menos 23 personas pero - al no disponerse de vehículos para recoger a la población de esta parte del país- no hubo forma de rescatar a ninguna persona atrapada en el interior de los edificios.

Las autoridades civiles libanesas, no obstante, pudieron facilitar los nombres de las personas muertas tras una incursión aérea israelí en la aldea de Nabi Chit, en el valle de la Beqaa; en esta lista figuran los nombres de Ali Sulieman, Daud Hazima, Jadija Mussaui y sus hijos Bilal, Talal y Yasmina; Mufaq Diab, Ahmed y Jairallah Muauad, Mustafa Jroud y Bushra Shuqr. Tres nombres, como mínimo, corresponden a mujeres. Otros cuatro civiles resultaron asimismo muertos en otra incursión aérea sobre la aldea de Loussi al este del país.

¿Cabe decir, entonces, que estos civiles eran el blanco de los ataques? Los israelíes se jactan constantemente de su precisión quirúrgica en sus ataques. Si fuera verdad, es evidente que hay entonces demasiados civiles muertos en este baño de sangre libanés como para que pueda calificarse cada muerte de un accidente. Y, dado que la lista de objetivos de Israel incluye evidentemente objetivos civiles, crecen las pruebas en el sentido de que tales incursiones abrigan el propósito tanto de matar inocentes como militantes de las guerrillas de Hezbollah que Israel afirma combatir.

Efectivamente, Hezbollah mata civiles en Israel, pero sus misiles carecen de precisión y Occidente, que no ha hecho más que desaprobar tibiamente la violenta embestida de represalia israelí, debe esperar seguramente mayores niveles de rendimiento de parte de las fuerzas armadas israelíes frente a los hombres que tanto Israel como el presidente George W. Bush califican de terroristas.

¿Por qué, por ejemplo, los israelíes atacaron y destruyeron la sede de la industria láctea más importante de Líbano - el complejo de la empresa Liban-Lait- en el valle de la Beqaa? ¿Por qué bombardearon las naves y almacenes del principal importador de productos de Procter and Gamble en Líbano, situados en Bchmun? ¿Por qué han destruido las instalaciones de una papelera a las afueras de Beirut? ¿Y por qué los cazas israelíes atacaron un convoy de nuevas ambulancias traídas ayer de Siria, vehículos donados por el departamento de Sanidad de los Emiratos Árabes Unidos? Las ambulancias llevaban bien visible su distintivo de vehículos sanitarios de ayuda, según fuentes de los Emiratos. ¿Es que se trataba en todos estos casos de objetivos terroristas? ¿Era la muchacha tendida en el prado de Ter Harfa con un muñeco de trapo, un objetivo terrorista?

Otro ejemplo de la falta de cuidado y atención israelí a la hora de elegir sus objetivos en Líbano lo tuvimos ayer por la mañana cuando un caza israelí disparó cuatro misiles contra la máquina expendedora de tickets de un aparcamiento abandonado en el barrio cristiano de Ashrafieh en Beirut. Su blanco resultaron ser un par de camiones cuba con sus neumáticos hundidos en los hierbajos. ¿Es que acaso cabía tomar sus tubos de escape por lanzaderas de misiles? Y, de ser así, ¿a quién podía ocurrírsele por ventura que Hezbollah fuera a esconder tales armas en un área cristiana de Beirut donde Hezbollah considera precisamente que residen muchos colaboradores de Israel?

Tanto en Beirut como en Nabatea, los agentes de las fuerzas de seguridad libanesas afirman haber detenido algunos de estos colaboradores dedicados a la tarea de pintar casas y coches con pintura fosforescente para guiar con precisión a los cazas israelíes a fin y efecto de su oportuna destrucción. Al propio tiempo, el ministro libanés de Economía, Jihad Azour, ha declarado que 45 puentes han sido ya destruidos en Líbano y 60.000 ciudadanos de este país han sido desplazados.

Miles de extranjeros - muchos de ellos libaneses en posesión de doble ciudadanía- siguieron abandonando ayer el país en autocar y barco, incluidos cientos de británicos cuya evacuación dio comienzo el lunes a bordo del HMS Gloucester. Los estadounidenses partían por mar aunque, según se ha informado, una empresa de seguridad francesa con sede en Amman - SPO Middle East- ha evacuado ciudadanos estadounidenses por cuenta de este país, en autocar, al precio de 3.000 dólares por persona.

Se trata, evidentemente, de los afortunados, los que rendirán viaje en Damasco o en Chipre en vez de caer muertos, como otros, junto a un convoy consumido por las llamas en Ter Harfa.

 

 

No es un nuevo Dunquerque (21 de juliol de 2006)

Qué estampa tan gallarda e intrépida ofrecían ayer al alba nuestros navíos de guerra! Esparcidos sobre la superficie azul pálido del Mediterráneo, erizados de cañones, ametralladoras y misiles, formaban una Armada encabezada por el destructor Gloucester, el USS Nashville, el York y la reluciente fragata antisubmarina Jean de Vienne. Sobre todos ellos - navíos que nos representaban a nosotros- clavaban ayer sus miradas tan intensamente los libaneses... Estos navíos representan nuestra fuerza y poderío occidental. ¿Quién se atrevería a desafiar este poderío militar?

La operación en cuestión -así nos lo explicaron nuestros periodistas y corresponsales- iba a ser la mayor operación de evacuación jamás vista desde Dunquerque. Por lo visto ahí la teníamos otra vez, la segunda guerra mundial. Pero era otra cruel mentira que los libaneses no obstante detectaron de inmediato. Porque lo cierto es que estas imponentes naves no habían llegado para salvar a Líbano, el Líbano cuya floreciente democracia fue tan positivamente acogida por nuestros líderes el año pasado, como si de una espléndida rosa se tratara en medio de las dictaduras del mundo árabe. En absoluto. Los navíos avanzaban atravesando la niebla matinal tras solicitar permiso a las autoridades israelíes para ayudar a sus conciudadanos a huir del país. Estos grandes barcos de guerra llegaban enviados por los líderes occidentales (salvo Jacques Chirac) cargados de excesiva cobardía, falta de carácter y de ética como para pronunciar una sola palabra de compasión por el sufrimiento de Líbano.

Por supuesto, lord Blair de Kut al Amara no puede hacer otra cosa salvo condenar a Hezbollah por atacar los israelíes la semana pasada - claro, lord Blair, ya lo sabemos, ellos empezaron esto,y su secretario del Foreign Office no hace más que recordárnoslo- sin mencionar para nada la salvaje matanza israelí de 300 ciudadanos libaneses.

No. Estos navíos de guerra que ayer vi navegando hacia el puerto de Beirut no encarnaban ningún nuevo Dunquerque. En todo caso, un Munich.

Incluso las crónicas periodísticas y los telediarios han logrado eludir la realidad. Mientras nuestros bravos marineros (Jolly Tars) ayudaban a las personas mayores a subir a bordo y los marines estadounidenses sólo ponían pie en tierra breves instantes - tomando por asalto la playa- como rezaba un imperecedero despacho de Ap- para proteger sus barcos, los equipos de las cadenas de televisión se afanaban entre la multitud para captar las imágenes más apropiadas. La dificultad, evidentemente, estriba en que casi toda la operación de evacuación se circunscribe a los libaneses en posesión de doble ciudadanía. Las cámaras evolucionaban inexorablemente en dirección de unos pocos hombres de ojos azules y damas de rubios cabellos tipo amigos y conocidos, muy distintos ciertamente del resto de refugiados del país. Patético. Y así es como en el curso de la propia acción de traicionar a los libaneses, resulta que hemos estado grabando tan sólo a un puñado de afortunados que han podido embarcar en nuestros navíos de guerra.

Naturalmente, hay varias maneras de escapar; uno de los adeptos más excelsos de un Houdini en el plano político es el embajador de Estados Unidos en Líbano, su excelencia Jeffrey Feldman. Pero en las últimas horas hubo de oír en persona cómo el primer ministro de Líbano, Fuad Siniora, apelaba desesperadamente a un alto el fuego para poner fin a la destrucción de su país a cargo de la fuerza aérea de Israel. "¿Vale menos - se preguntaba- la vida de un ciudadano libanés que la de los ciudadanos de otros países?". "¿Es capaz la comunidad internacional de quedarse observando tranquilamente mientras las insensibles y crueles represalias de Israel se abaten sobre nosotros?". Respuesta: sí.

Pero todo esto representa un problema para el señor Feldman. El mismo señor Feldman, recuerden, elogioso hacia el señor Siniora y su gobierno democráticamente elegido, su revolución de los Cedros, su expulsión del país de las fuerzas armadas sirias. Ahora bien - también, naturalmente- si al señor Feldman se le ocurriera por un instante elogiar un discurso del señor Siniora condenando a Israel-, el señor Feldman, indudablemente, sería requerido de inmediato por el departamento de Estado para dirigirse en misión diplomática a Ulan Bator.

Nadie da gran valor moral a nada estos días. Y menos a las promesas del presidente Bush en el sentido de pedir a Israel que detenga la destrucción de más infraestructuras de Líbano. ¡Qué gesto! ¡Qué emotivo! El problema es que ya quedan pocas infraestructuras por destruir en Líbano.

 

 

Llueven más mentiras sobre Beirut (22 de juliol de 2006)

Están cayendo sobre Líbano tantas mentiras como bombas. Las explosiones son fáciles de contar: ayer por la mañana, tres en los suburbios del sur de Beirut y unas cuantas más en principal que une la ciudad con destruyeron otro pedazo del gran viaducto de Mdeirej, junto con tres autobuses de pasajeros que volvían a Líbano después de evacuar extranjeros a Damasco. Las mentiras eran menos obvias pero igual de potentes.

La primera trola la sirvió Ehud Olmert. Horas después de que el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, demandara un alto el fuego y la creación de "corredores" para el paso de ayuda humanitaria destinada a la población civil, el primer ministro israelí dijo que permitiría un "corredor humanitario" entre Chipre y Líbano.

Y así lo contaron, por supuesto, las portadas de la mañana. Pero lo cierto es que ya existe libertad de navegación entre Chipre y Beirut. Lo que pedía Annan eran "corredores" entre Beirut y los pueblos intensamente bombardeados del sur de Líbano.

Y sólo unas horas después, el ejército israelí exigió la evacuación de todos los civiles en una franja de 30 kilómetros desde la frontera, un acto que los libaneses califican de limpieza étnica, y del que Olmert, por supuesto, no hizo mención.

Luego se dijo que los israelís estaban preparando el despliegue de una gran fuerza terrestre hasta el río Litani, en el sur de Líbano, una ofensiva que, en caso de ser cierta, les costaría muchas bajas y en cualquier caso no impediría que Hezbollah siguiera atacando el territorio israelí con misiles de largo alcance.

Los generales del Estado Mayor de Israel eran capitanes y comandantes durante la desastrosa invasión y ocupación de Líbano de 1982, y son conscientes de lo demencial de semejante idea.

La siguiente mentira la emitió John Bolton, el embajador de Washington en las Naciones Unidas. A fin de evitar un cese de las hostilidades - y provocando, por tanto, la muerte de más civiles- y una votación en el Consejo de Seguridad, se preguntó cómo un "Estado elegido democráticamente" podía acordar un alto el fuego con una "banda terrorista". Algo imposible, según él. La mayoría de los miembros del Gobierno libanés - y me consta que por lo menos un periodista occidental- creen que Bolton ha perdido los papeles. O eso, o desconoce por completo la historia de Oriente Medio.

Y es que en 1980, después del lanzamiento de Katiuskas palestinos desde territorio libanés, Israel - probablemente el "Estado elegido democráticamente" al que se refería Bolton- acordó un alto el fuego con la OLP de Yasser Arafat, a la cual Israel desde luego consideraba una "banda terrorista".

La tregua fue negociada por el teniente general Bill Callaghan, el comandante en jefe irlandés de la fuerza de las Naciones Unidas en el sur de Líbano, y garantizada por la ONU. El alto el fuego fue roto dos años más tarde por Israel al bombardear a la OLP por haber ordenado, supuestamente, el asesinato del embajador israelí en Londres, Shlomo Argov. Los israelíes estaban equivocados; fue Saddam Hussein, crítico feroz de Arafat, quien dio la orden, esperando que Israel acusara falsamente a Arafat del crimen e invadiera Líbano. Los israelíes le complacieron.

Pero las mentiras continuaron ayer. Algunos periodistas se pasaron el día diciendo que Israel iba a levantar el "bloqueo naval" de Líbano para permitir el paso de "ayuda humanitaria". Pero eso es una tontería. Los buques que evacuaban extranjeros de Líbano han estado pidiendo cobardemente permiso a Israel para hacerlo - nadie ha olvidado el accidental ataque aéreo israelí al USS Liberty en 1967-, pero en realidad los israelíes han retirado todos sus buques de guerra de aguas libanesas desde hace una semana, cuando Hezbollah alcanzó un navío con un misil de fabricación iraní.

Aunque los israelíes se han negado a revelarlo - y los periodistas han dejado pasar al olvido la noticia-, ahora se ha sabido que el buque estuvo a punto de hundirse en el Mediterráneo debido al incendio provocado por el misil en la sala de máquinas, y que murieron cuatro marineros israelíes. El fuego duró más de quince horas, mientras la tripulación intentaba desesperadamente salvar la nave.

Otra mentira - esta vez más pequeña- se ha colado en el relato de cómo se inició la última guerra sucia de Líbano.

El 12 de julio, un grupo de miembros de Hezbollah penetraron en Israel, mató a tres soldados hebreos y capturó a otros dos. Horas más tarde, un carro de combate israelí cruzó la frontera en dirección al interior de Líbano e hizo estallar una mina que mató a los cuatro ocupantes.

Pero ahora los informes procedentes de Jerusalén - que algunos gobiernos extranjeros se limitan a repetir- hablan rutinariamente del ataque de Hezbollah que "mató a nueve soldados". Al juntar estos dos incidentes separados, el ataque inicial de Hezbollah, que ya fue lo bastante ilegal, despiadado y mortífero, parece todavía más brutal.

Por su parte, Olmert continúa afirmando que no habrá intercambio de prisioneros a cambio de los dos soldados israelíes capturados. Pero, si esto es cierto, ¿por qué los israelíes se han puesto en contacto con los servicios de seguridad alemanes, que han venido negociando todos los intercambios de prisioneros entre Hezbollah y los israelíes durante los veinte últimos años? Por ejemplo, fueron los alemanes quienes negociaron el trueque de los restos de 123 guerrilleros, mayoritariamente de Hezbollah, y 45 prisioneros de la tristemente célebre cárcel de Jiam, en el sur de Líbano, por los cadáveres de dos soldados israelíes, Rajamim Alsheij y Yossi Fink, en julio de 1996.

Curiosamente, aunque se conocen los nombres de los dos cautivos israelíes, nadie parece interesado en los nombres de los tres principales prisioneros libaneses cuya liberación exige Sayed Hasan Nasrallah, el líder de Hezbollah.

La mentira de Hezbollah es que esos hombres son rehenes que fueron capturados sólo por sus simpatías pro-Hezbollah. Falso. El más importante de ellos - por lo menos para Nasrallah- es Samir Kantar, natural del pueblo de Abey, en el sur de Líbano.

Los israelíes lo juzgaron por el ataque a la ciudad hebrea de Nahariya en 1979, en el que murieron tres israelíes, y lo sentenciaron a la imaginativa cifra de 542 años de cárcel. Pero en 1979 Hezbollah no existía.

Yahyia Skaff fue capturado por los israelíes en marzo de 1978, tras un ataque a la costa israelí por parte de guerrilleros palestinos que costó la vida a 35 israelíes y provocó la invasión de Líbano de 1978, otro desastre militar concebido para "aniquilar el terrorismo" en Líbano.

Supuestamente, Skaff murió en el incidente, pero algunos prisioneros liberados de cárceles israelíes afirman con insistencia haberlo visto con vida en prisión. Una vez más, Hezbollah no existía en 1978. Nasim Nisr, un israelí nacido en Líbano, fue encarcelado por mantener contactos con Hezbollah, aunque Nasrallah no parece demasiado interesado en que se sepa que está pidiendo la liberación de un ciudadano israelí.

Del mismo modo, Hezbollah se ha dedicado a inventar cifras de bajas del otro bando. Según ellos, en los tres últimos días han matado en la frontera a siete soldados israelíes, aunque en realidad se trata de cuatro. También afirman haber destruido cuatro tanques israelíes. Lo cierto es que sólo han destruido uno.

La proporción de muertos libaneses frente a muertos israelíes se cifra ahora mismo en diez libaneses por cada israelí. Israel ha matado al menos a 327 libaneses, incluidos un puñado de hombres de Hezbollah, dos de ellos ayer; Hezbollah ha matado a 34 israelíes, incluidos 19 soldados y marineros.

Así las cosas, ¿qué oportunidades de alto el fuego existen? Durante el bombardeo de Líbano de 1996, un portavoz israelí se refirió a Hezbollah como un "cáncer" que devora a Líbano. El alto el fuego empezó justo una semana después. El jueves, el embajador de Israel ante la ONU, Dan Gillerman, calificó a Hezbollah de "cáncer" que devora a Líbano. Plus ça change?

 

 

Una semana en la vida y la muerte de Beirut (24 de juliol de 2006)

Domingo 16 de julio

Es la primera vez que veo un misil en esta guerra. Vuelan demasiado deprisa, o le cogen a uno demasiado ocupado intentando huir de ellos. Pero esta mañana, en el coche, Abed y yo hemos visto uno atravesando el humo por encima de nosotros. "¡Habibi (amigo)!", exclama, y yo empiezo a gritar: "¡Da la vuelta, da la vuelta!", y nos alejamos de los barrios del sur como alma que lleva el diablo. En el momento en que doblamos la esquina hay una explosión atronadora y una montaña de humo gris surge de la carretera en la que estábamos hace un momento. ¿Qué ha pasado con los hombres y mujeres a los que hemos visto huir corriendo del cohete israelí? No lo sabemos. En los ataques aéreos, lo único que uno ve son los pocos metros cuadrados que hay a su alrededor. Uno sale de allí y sobrevive, y con eso basta.

Vuelvo a mi piso en la Corniche y descubro que han cortado la electricidad. Sin duda también cortarán pronto el agua. Pero estoy sentado en mi balcón, no hacinado en un hotel mugriento en Kandahar o Basora; me alojo en mi casa y me despierto cada mañana en mi cama. Gracias a los cortes de electricidad, al miedo y a la falta de combustible, ahora que Israel está bombardeando gasolineras, el estruendo y los bocinazos del tráfico que normalmente llena la calle hasta las dos de la mañana han desaparecido. Cuando me despierto en plena noche, oigo los pájaros y las olas del Mediterráneo y el rumor suave de las hojas de las palmeras.

Esta tarde he salido a comprar comestibles. Ya no queda leche, pero hay mucha agua, pan, queso y pescado. Cuando Abed para el coche para dejarme salir, el hombre del 4x4 de detrás de nosotros toca la bocina sin parar, y cuando salgo del coche de Abed, me espeta: "Kess uchtak"."Fóllate a tu hermana". Es la primera vez que me insultan en esta guerra. Normalmente los libaneses no insultan a los extranjeros. Son gente educada. En fin, como no tengo hermanas...

Lunes 17 de julio

El teléfono aún funciona, y mi móvil canturrea como un periquito. Demasiadas llamadas de amigos que me preguntan si deben huir de Beirut o de Líbano, o de libaneses residentes en el extranjero que me preguntan si deben volver. Oigo las bombas rugir por toda la zona de Hezbollah, en los barrios del sur, pero no puedo contestar esas preguntas. Si les aconsejo que se queden y mueren, seré responsable. Si les digo que se vayan y los matan mientras huyen, seré responsable. Si les digo que vuelvan, y mueren, seré responsable. Así que les digo que Líbano se ha vuelto muy peligroso y que la decisión la tienen que tomar ellos. Pero me hacen sentir muy triste. Muchos de ellos han sido refugiados cuatro veces en 24 años.

Regreso de Kfar Chim, donde un pedazo de misil o de un ala de avión israelí acaba de decapitar parcialmente a un conductor. La imagen era realmente trágica, la cabeza colgaba hacia delante en el asiento del conductor, como si contemplara toda la sangre que brotaba de su cuerpo encharcando el suelo.

Abed empezaba a preocuparse porque yo llevaba demasiado tiempo contemplando la escena. Los israelíes siempre vuelven. "Habibi,te has quedado demasiado tiempo. ¡No vuelvas a hacerlo nunca más!". Tiene razón. Los israelíes, efectivamente, volvieron y bombardearon al ejército libanés.

Ahora la que está preocupada es mi asistenta, Fidele. Cree que es demasiado peligroso viajar desde el distrito cristiano de Beirut hasta mi casa, porque los israelíes han volado la parte superior del faro, a 400 metros de la puerta de mi casa. Envío a Abed a buscarla y traerla a mi casa para que trabaje una hora. Mete mi ropa sucia en la lavadora, y al cabo de cinco minutos se va la luz y tenemos que volver a sacarla. Mañana lo intentaremos otra vez.

Martes 18 de julio

A las 3.45 h de la mañana me despierta un ruido de orugas y el estruendo de un pesado motor militar moviéndose en la oscuridad. Bajo a la calle y descubro que el ejército libanés ha posicionado un transporte blindado en el parking situado enfrente de mi casa. Lo han colocado estratégicamente bajo unas palmeras, como si eso fuera a impedir que la aviación israelí lo detectase. La cosa no me gusta nada, y tampoco a mi casero Mustafa, que vive en el piso de abajo. Ahora el ejército libanés es blanco ocasional de los israelíes, y ese pequeño gigante parece una palmera disfrazada de tanque. Más tarde llamo a un general del ejército amigo mío. Tardan una hora en encontrar el parking en sus mapas. Luego recibo otra llamada que me anuncia que han colocado el blindado junto a mi casa para evitar que Hezbollah utilice el parking para lanzar otro misil a un buque israelí. El ejército libanés está defendiéndonos.

El primer buque de guerra francés llega para recoger a los ciudadanos franceses que huyen de Líbano. Se pasea orgulloso por delante de mi balcón. Muchos navíos de guerra franceses llevan el nombre de grandes caudillos militares, y esta fragata antisubmarino se llama Jean de Vienne.Resulta que Jean de Vienne fue un almirante francés del siglo XIV que asoló la ciudad inglesa de Rye y la isla de Wight, y murió - vaya por Dios- luchando en las cruzadas contra los musulmanes turcos. Un barco muy adecuado para iniciar la evacuación francesa del antiguo puerto cruzado de Beirut.

Miércoles 19 de julio

Ahora que los israelíes están destruyendo bloques enteros de pisos en los barrios chiíes del sur de la ciudad - hay un paraguas permanente de humo sobre la fachada marítima, que se extiende hasta bien entrado el Mediterráneo-, decenas de miles de musulmanes chiíes han venido a buscar refugio en la parte intacta de Beirut, en parques y escuelas y a la orilla del mar. Andan de aquí para allá por delante de mi casa, las mujeres con chador, los maridos y hermanos barbudos mirando en silencio al mar, los niños jugando felices alrededor de las palmeras. Me hablan indignados de Israel, pero prefieren no comentar el profundo cinismo de Hezbollah, que provocó la brutalidad israelí capturando a dos de sus soldados. Además de a Hezbollah, ahora los israelíes atacan fábricas de alimentos, camiones y autobuses - por no mencionar los 46 puentes que ya han volado-, y algunos basureros se niegan a hacer su trabajo por miedo a que su inocente camión sea confundido con un lanzamisiles. Esta mañana no ha habido recogida de basuras.

Los diarios locales de Beirut están llenos de fotos que jamás aparecerían en las páginas de un diario británico: bebés decapitados, mujeres sin brazos ni piernas, ancianos hechos pedazos. Los ataques aéreos de Israel son indiscriminados y - cuando uno ve los resultados con sus propios ojos, como nosotros ahora- francamente odiosos. Por supuesto, los civiles igualmente inocentes que Hezbollah liquida en Israel tienen el mismo aspecto, pero en Líbano la matanza se produce a una escala infinitamente más terrible. Los libaneses miran esas fotos y las ven en televisión - igual que el resto del mundo árabe-, y me pregunto cuántos de ellos se sentirán tentados a pensar en otro 11-S o 7-J o cualquiera que sea la próxima fecha.

¿En qué convierte la guerra a las personas? Más tarde, hablando con una periodista austriaca, le pregunto, sin demasiado interés, a qué se dedica su padre. "A beber", me dice. ¿Por qué? "Porque su padre murió en Stalingrado". Llevo té a los soldados del blindado situado en el parking. Son todos de Baalbek, musulmanes chiíes. Nunca abrirían fuego contra un escuadrón lanzamisiles de Hezbollah. Luego vuelvo a casa, después de otra visita a los barrios del sur, y descubro que se han ido junto con su gigante. La primera buena noticia del día.

El ministro de Hacienda da una conferencia de prensa para hablar de los miles de millones de dólares de daños que están produciéndole a Líbano los ataques aéreos israelíes. "Tenemos promesas de ayuda de Arabia Saudí, Kuwait y Qatar", anuncia orgulloso.

"¿Y de Siria e Irán?", le pregunta un periodista de la radio irlandesa, aludiendo a los dos principales valedores de Hezbollah en el mundo musulmán. "Nada", replica el ministro desdeñoso.

20 de juliol de 2006

Un día malo para los mensajes. Me llaman de EE. UU. para decirme que soy antisemita porque critico a Israel. Ya empezamos otra vez. Les digo a quienes me llaman que si siguen llamando antisemitas a personas decentes, pronto convertirán el antisemitismo en algo respetable, y les pido que le digan a la aviación israelí que debe dejar de matar a civiles. Luego un fax de un amigo judío de California para decirme que un tal Lee Kaplan - "columnista de Las Noticias Nacionales de Israel": no sé qué es eso- me critica por "hacer carrera dando conferencias muy bien pagadas en círculos antisemitas". A diferencia de Benjamin Netanyahu y muchos otros que se me ocurren, nunca cobro por dar conferencias, pero tildar de antisemitas a los miles de norteamericanos normales que me escuchan es una barbaridad.

Viernes 21 de julio

Los israelíes acaban de bombardear el penal de Jiam. Un blanco interesante, ya que ésta era la cárcel que la antigua milicia proisraelí, el Ejército del Sur de Líbano (ESL), utilizaba para torturar a los prisioneros varones conectándoles electrodos al pene y a las mujeres, electrocutándoles los pechos. Cuando el ejército israelí se retiró en el 2000, Hezbollah convirtió la prisión en un museo. Ahora las pruebas de la crueldad del ESL han sido borradas. Otro objetivo terrorista.

En casa, la electricidad vuelve a las 11 de la noche, y veo al cónsul general de Israel en Nueva York, Arye Mekel, decir en la BBC que Israel está "haciendo un favor a los libaneses" al bombardear a Hezbollah, e insiste en que "la mayoría de los libaneses agradece" lo que están haciendo. Ahora lo entiendo. Los libaneses deben dar las gracias a los israelíes por destruir sus vidas y sus infraestructuras. Deben estar agradecidos por todos los ataques aéreos y por los niños muertos. Es como si Hezbollah afirmase que los israelíes les deben dar las gracias por atacar al sionismo. ¿Hasta dónde puede llegar el autoengaño?

Sábado 22 de julio

Tomo café en el jardín de mi casero, y él se sube a una higuera con una vieja escalera de mano y me trae una bandeja de higos. "Nos da sus higos cada día", me dice. "Por la tarde nos sentamos debajo del árbol y, con la brisa del mar, es como si tuviéramos aire acondicionado". Contemplo este pequeño paraíso de macetas y sorbo mi café árabe en una pequeña taza azul. Observamos los buques de guerra deslizándose hacia el interior del puerto de Beirut. "¿Qué pasará cuando se vayan todos los extranjeros?", se pregunta. Eso es lo que nos preguntamos todos. Lo sabremos esta semana.

 

 

¿Un crimen de guerra? (25 de juliol de 2006)

Están en las escuelas, en hospitales vacíos, en naves y mezquitas y en las calles. Los refugiados chiíes del sur de Líbano, a quienes los israelíes han hecho abandonar sus casas, están llegando a Sidón, donde son acogidos por libaneses suníes, que luego los envían hacia el norte, a sumarse a los 600.000 libaneses desplazados que se encuentran ya en Beirut. Por aquí han pasado, sólo en los cuatro últimos días, más de 34.000: una marea de miseria e ira. Costará años curar sus heridas, y miles de millones de dólares reparar sus propiedades dañadas.

¿Y a quién pueden culpar de su huida? El domingo, por segunda vez en ocho días, los israelíes cometieron un crimen de guerra. Ordenaron a los habitantes del pueblo de Taire, cercano a la frontera, que abandonaran sus casas, y luego, cuando el convoy de coches y minibuses avanzaba obediente hacia el norte, un avión de combate disparó un misil contra el minibús que cerraba la caravana, matando a tres refugiados e hiriendo a otros trece civiles. Por lo visto, el proyectil que los mató era un misil Hellfire fabricado por Lockheed Martin en Florida.

Hace nueve días, el ejército israelí ordenó a los habitantes de un pueblo cercano, Marwaheen, abandonar sus casas, y luego disparó cohetes contra un camión que realizaba la evacuación, matando a las mujeres y los niños que viajaban en él. Y ésta es la misma fuerza aérea israelí a la que la semana pasada el profesor de Harvard Alan Dershowitz, uno de los mayores defensores de Israel, elogiaba por "tomar medidas excepcionales para minimizar las bajas civiles".

Los israelíes tampoco han respetado Sidón. Un montón de escombros y paredes derrumbadas es todo lo que queda de la mezquita de Fatima Zahra, una institución de Hezbollah situada en el centro de la ciudad, con el minarete desmoronado y la cúpula descansando sobre el asfalto, con una bandera negra todavía ondeando en su cúspide. Ayer a primera hora de la mañana, cuando llegaron los aviones de combate israelíes, el vigilante, un hombre de 75 años, no tuvo tiempo de salir del edificio y murió horas más tarde a causa de sus heridas. Su silla de plástico blanco todavía está patas arriba junto a la puerta. Es improbable que la mezquita fuera utilizada con fines militares, ya que justo a su lado hay una escuela propiedad de los Hariri, la todopoderosa familia suní de Sidón, que jamás habría permitido que se introdujeran armas en el edificio.

No es que Hezbollah - que el mismo domingo mató a dos civiles israelíes en Haifa con sus cohetes- haya respetado Sidón, cuya población es suní en un 95 por ciento. La semana pasada intentaron disparar misiles de fabricación iraní desde la Corniche, la fachada litoral, y desde el matadero municipal. En ambos casos, los residentes les impidieron físicamente abrir fuego.

La multimillonaria Fundación Hariri, creada por el antiguo primer ministro Rafik Hariri, asesinado el año pasado, ha ayudado a 24.000 refugiados chiíes a salir del sur y llegar a Beirut, pero su generosidad no siempre ha sido bien recibida. Un grupo de refugiados alojado en una escuela técnica en Meheniyeh insultó y empujó a los colaboradores de la Fundación Hariri. En otros lugares, las familias de refugiados también han agredido verbalmente al personal de la fundación. "Nos dicen que trabajamos para los americanos y que por eso los sacamos de allí", explica Ghena Hariri, sobrina de Rafik y licenciada en la Universidad de Georgetown. "Esto nos deja sin fuerzas. Trabajamos 24 horas al día y nos lo pagan insultándonos. Pero me dan mucha pena. Ahora los israelíes les están diciendo que salgan de sus pueblos a pie, y tienen que caminar docenas de kilómetros con este calor".

No es difícil entender por qué esta guerra puede dañar el delicado equilibrio entre comunidades que existe en Líbano. Un grupo de familias chiíes, alojadas en una escuela en las montañas drusas del Chuf, intentó colocar en el tejado banderas amarillas de Hezbollah, y miembros del Partido Popular Socialista druso de Walid Jumblat tuvieron que sacarlas de allí. Es muy posible que al hacerlo salvaran las vidas de aquellos refugiados.

Sin embargo, muchos de los chiíes que se encuentran ahora en este hermoso puerto cruzado han aprendido lo amables que pueden ser sus vecinos suníes. "Estamos aquí. ¿A qué otro sitio podemos ir?", se preguntaba Nazek Kadnah, sentada en la esquina de una mezquita que Rafik Hariri construyó y dedicó a su padre, Haj Baha´udin Hariri. "Pero ellos nos cuidan como si fuéramos sus hermanos y hermanas, y ahora estamos seguros". Esas palabras llenas de emoción hacen surgir preguntas difíciles. Por ejemplo, ¿por qué esa pobre gente no provoca en Tony Blair la misma compasión que supuestamente sintió por los musulmanes de Kosovo cuando los serbios los expulsaron de sus casas? Estos miles de personas están tan aterrorizados y desamparados como los albanos kosovares que huyeron de Macedonia en 1998, haciendo exclamar a Blair que aquella era una "guerra moral". Pero para los chiíes que pasan la noche en Sidón, lejos de sus casas, no hay poses morales, ni propuestas de alto el fuego por parte de Blair, que se ha alineado con los israelíes y los norteamericanos.

¿Y cuál es exactamente el objetivo de sacar a más de medio millón de personas de sus hogares? Mucha de esa pobre gente se aferra a las llaves de las puertas de sus casas, igual que lo hacían los palestinos de Galilea cuando llegaron a Líbano hace 58 años, para pasar allí el resto de sus vidas como refugiados. Sí, los chiíes de Líbano probablemente volverán a sus casas. Pero ¿qué encontrarán allí? ¿Una guerra entre Hezbollah y una fuerza de intervención occidental? ¿O más bombardeos israelíes? Los refugiados de Sidón tienen 36 escuelas en las que alojarse, pero no todos tienen tanta suerte. En todo el sur de Líbano han seguido muriendo inocentes.

Uno de ellos fue un niño de ocho años muerto en un ataque aéreo israelí en un pueblo cercano a Tiro. Ocho civiles más resultaron heridos cuando un misil israelí alcanzó un vehículo cerca del hospital Nayem de Tiro. Y la periodista libanesa Layal Neyib, fotógrafa de la revista Al Yaras,cuyas fotos eran distribuidas también por la agencia France Presse, murió en un taxi durante un ataque aéreo israelí cerca de Qana, el mismo pueblo en que 106 civiles fueron masacrados en una base de la ONU por la artillería israelí en 1996. Sólo tenía 23 años.

En su casa de paredes de mármol situada en lo más alto de Sidón, Bahia Hariri, la madre de Ghena, hermana del primer ministro asesinado y diputada por la provincia, habla con gesto amargo, conteniendo a duras penas su furia. "Nos encontramos en una situación terrible, pero no tenemos la más mínima oportunidad de resolverla", dice. "Rafik Hariri ya no está con nosotros - añade-. La comunidad internacional no está con nosotros. ¿Quién está con nosotros? Dios. Y los libaneses de toda la vida. Y el mundo árabe nos ayudará, o eso esperamos. La única resistencia que podemos oponer es un Líbano unido. Pero el margen para soñar es muy pequeño".

 


La fuerza de la OTAN, condenada al fracaso (1 d'agost de 2006)

En Líbano todos los ejércitos extranjeros acaban mal, incluso el israelí. Así pues, ¿cómo es que George W. Bush y lord Blair de Kut al Amara, después de sus inevitables desastres en Afganistán e Iraq, creen que una fuerza enviada por la OTAN sobrevivirá en la frontera sur de Líbano? Es evidente que a los israelíes les encantaría contemplar su despliegue - ya iría siendo hora de que fuera Occidente quien sufriera bajas-, pero Hezbollah seguramente considerará su llegada como la de un ejército apoderado de Israel. A fin de cuentas, se supone que será una fuerza de interposición para proteger a Israel y no - como se han apresurado en apuntar los libaneses- para proteger a Líbano. El último ejército de la OTAN que llegó a este país, además, puso fin a su misión después de volar literalmente en pedazos a causa de los atentados suicidas.

Con qué ligereza han eliminado los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña el recuerdo de la antigua fuerza multinacional - la MNF-, que llegó a Beirut para acompañar a las guerrillas palestinas en su salida de Líbano en agosto de 1982 y que después, tras la matanza de hasta 1.700 guerrilleros palestinos en los campos de Sabra y Chatila por parte de las milicias libanesas - apoderadas de Israel-, regresó para proteger a los supervivientes y afianzar la soberanía del gobierno libanés. ¿No resulta eso familiar? También debían formar al ejército libanés - una de las misiones que le han endosado al nuevo ejército de Bush y Blair- y fracasaron. Destrozados por los atentados suicidas que ocasionaron la pérdida de 241 vidas estadounidenses en su cuartel general de la capital, los marines se retiraron hacia el interior y cavaron trincheras bajo el aeropuerto de Beirut.

Allí vivieron hasta que el recién formado ejército libanés se vino abajo en febrero del año 1984, momento en el que el entonces presidente Ronald Reagan decidió reubicar a sus tropas a cierta distancia de la costa. Igual que otras famosas reubicaciones históricas - la de Napoleón al salir de Moscú, por ejemplo, o la última reubicación de Custer-, aquello representó una tragedia nacional, fue un golpe descomunal al prestigio estadounidense en la región y la advertencia de que las aventuras libanesas siempre terminan en lágrimas. El contingente militar francés abandonó el país poco después. Igual que los italianos. La primera en escabullirse de Líbano había sido una unidad de soldados británicos.

Así pues, ¿cómo puede creer nadie que el siguiente ejército extranjero que llegue a la trituradora de carne que es Líbano va a correr mejor suerte? Cierto, la MNF no contaba con el respaldo de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. Aunque, ¿desde cuándo hace caso Hezbollah de las peticiones de la ONU? Ya se negaron al desarme que les exigía la resolución 1559; una de las guerrillas más poderosas del mundo no va a entregar sus armas a un puñado de generales de la OTAN. Sin embargo, la mayoría de los soldados serán musulmanes, según nos han dicho. Puede que esto sea cierto y que los turcos, imprudentemente, ya estén accediendo a participar. Con todo, ¿aceptarán los libaneses que los descendientes del odiado imperio otomano gobiernen parte de su país? ¿Aceptarán los chiíes del sur de Líbano que unos soldados musulmanes suníes sean sus nuevos señores?

De hecho, ¿por qué no se ha consultado a la población del sur de Líbano sobre el ejército que se supone vivirá en sus tierras? Pues porque no va allí por ellos, claro está. Irá allí por los israelíes, y los estadounidenses desean su presencia en la zona para dar nueva forma a Oriente Medio. Sin duda, esto tiene mucho sentido en Washington, donde el autoengaño domina la diplomacia casi tanto como lo hace en Israel. No obstante, los sueños de Estados Unidos suelen acabar convertidos en las pesadillas de Oriente Medio.

Esta vez, además, contemplaremos de cerca la desintegración de un ejército enviado por la OTAN. El sudoeste de Afganistán e Iraq son ahora tan peligrosos que ningún periodista puede atestiguar la carnicería y las atrocidades que se perpetran allí como resultado de nuestros imposibles proyectos para la región. Sin embargo, en Líbano contaremos con cobertura mediática en directo para un desastre que sólo puede evitarse con un paso diplomático que los señores Bush y Blair se niegan a dar: hablar con Damasco.

Así pues, cuando este último ejército extranjero llegue a Líbano, contemos los días - o las horas- que pasarán antes de que sufra el primer ataque. Entonces volveremos a oír una vez más que estamos luchando contra el mal, que ellos - Hezbollah, las guerrillas palestinas o quienquiera que desee la destrucción de nuestro ejército- odian nuestros valores. Entonces, desde luego, nos dirán que todo forma parte de la guerra contra el terrorismo,el disparate que ya ha estado difundiendo Israel. Tal vez entonces recordaremos lo que Bush padre dijo después de los atentados suicidas de los aliados de Hezbollah contra los marines en 1983: que la política estadounidense no se vería influida por un hatajo de "insidiosos cobardes terroristas".

Y ya sabemos qué sucedió entonces. ¿O acaso lo hemos olvidado?

 

 

Continúa el tormento de Líbano (5 d'agost de 2006)

Fue otro día de matanzas, grandes y pequeñas. Parece que la mayor de todas fue la de un grupo de 40 trabajadores de una granja Líbano. Según se informó, misil israelí hizo explosión entre ellos mientras cargaban verduras en un camión frigorífico cerca de Al Qaa, una aldea en el extremo septentrional de Líbano. Los heridos fueron trasladados a un hospital sirio, porque las carreteras libanesas están ahora llenas de cráteres abiertos por las bombas israelíes.

En Israel murieron dos civiles a causa de misiles de Hezbollah, pero, como de costumbre, Líbano se llevó la peor parte de los ataques del día, que se concentraron - por increíble que parezca- en el corazón cristiano del país, que tradicionalmente había demostrado simpatía hacia Israel. Los milicianos falangistas de la comunidad cristiana maronita fueron los más fieles aliados de Israel en su invasión de Líbano de 1982 y, no obstante, ayer la fuerza aérea israelí atacó tres puentes de la autopista al norte de Beirut y - una vez más, como de costumbre- fue gente sencilla la que murió.

Uno de ellos fue Joseph Bassil, un viejo cristiano de 65 años que había salido a correr como todos los días con cuatro amigos al norte de Jounieh. "Sus amigos pararon a descansar después de cuatro vueltas al puente porque hacía mucho calor", nos explicó un miembro de su familia. "Joseph decidió correr una vuelta más. Eso lo mató". Los israelíes no han dado razón alguna para esos ataques - ningún guerrillero de Hezbollah entraría jamás en esa fortaleza maronita, lo único que se consiguió fue obstaculizar a los convoyes humanitarios- y en Líbano crece el miedo a que los últimos bombardeos sean una muestra de la frustración de Israel.

De hecho, mientras la guerra de Líbano sigue acabando con vidas inocentes - la mayoría, libanesas-, el conflicto parece carecer cada vez más de todo propósito. La fuerza aérea israelí ha logrado matar quizá a unos 50 miembros de Hezbollah y a casi 600 civiles. Ha destruido muchos puentes, lecherías, gasolineras, almacenes de combustible, pistas de aeropuertos y miles de hogares. Pero ¿para qué? ¿Acaso sigue creyendo Estados Unidos a Israel cuando afirma que destruirá a Hezbollah ahora que es evidente que su ejército no es capaz de nada semejante?

¿No se da cuenta de que cuando Israel se canse de esta guerra, pedirá un alto el fuego que sólo Washington podrá lograr haciendo lo que más detesta hacer: cogiendo el camino de Damasco y pidiendo ayuda al presidente sirio, Bashar el Assad?

Sin embargo, ¿qué está sucediendo con Líbano entre tanto? Los puentes y los edificios pueden reconstruirse - con préstamos de la Unión Europea, no cabe duda-, pero muchos libaneses preguntan ahora a sus instituciones por esa democracia que tanto elogiaba Estados Unidos el año pasado. ¿De qué sirve tener un Gobierno libanés elegido democráticamente si no puede proteger a su pueblo? ¿De qué sirve un ejército libanés de 75.000 hombres si no puede proteger a su nación, si no puede desplegarse en la frontera, si no puede atacar a los enemigos de Líbano y no puede desarmar a Hezbollah? De hecho, para muchos libaneses chiíes, Hezbollah es ahora el ejército de Líbano.

La resistencia de Hezbollah ha sido tan feroz - y tan resuelta en sus ataques a tropas terrestres israelíes en territorio libanés- que aquí hay mucha gente que no recuerda ya que fue Hezbollah quien provocó esta última guerra cuando cruzó la frontera el 12 de julio, mató a tres soldados israelíes y capturó a otros dos. Las amenazas israelíes de intensificar el conflicto son recibidas más con una sonrisa divertida que con horror por parte de una población libanesa que lleva treinta años oyendo con un cansancio cada vez mayor las advertencias de Israel.

Uno de los cambios más profundos de la región en las últimas décadas ha sido la creciente falta de inclinación de los árabes a sentir miedo. Puede que sus dirigentes - nuestros moderados dirigentes prooccidentales, como el rey Abdallah de Jordania o el presidente Mubarak- tengan miedo, pero el pueblo no. Una vez que el pueblo ha dejado de sentir terror, ya nada puede infundirle miedo de nuevo. Por eso, la consecuente política israelí de lograr el sometimiento árabe mediante la destrucción - o, como dijo una vez Ariel Sharon refiriéndose a los palestinos, "haciéndoles sentir dolor"- ya no funciona. Se trata de una política que, tal como empiezan a descubrir ahora los estadounidenses en Iraq, está condenada al fracaso.

En todo el mundo musulmán, nosotros - Occidente, EE. UU., Israel- no luchamos contra nacionalistas, sino contra islamistas. Por eso, al ver el martirio de Líbano de esta semana - los niños asesinados en Caná, metidos en bolsas de plástico hasta que se acabaron las bolsas y tuvieron que envolver los cadáveres en alfombras-, hay un pensamiento terrible que día a día me viene más a la mente: habrá otro 11-S.

 

 

Los rugidores y el rey Lear (7 d'agost de 2006)

Domingo, 30 de julio

Otra vez Caná. "¡Otra vez!". Escribo en mi cuaderno. Hace diez años, me encontraba en el pequeño pueblo de las colinas del sur de Líbano cuando el ejército Israelí disparó proyectiles de artillería contra el recinto de la ONU y mató a 106 libaneses, más de la mitad de ellos niños. La mayoría murió a causa de amputaciones - los proyectiles estallaban en el aire-, y hoy me encuentro otra vez camino del sur para contemplar la última matanza de Caná.

¿Cincuenta y nueve muertos? ¿Treinta y siete? ¿Veintiocho? Esta vez ha sido un ataque aéreo al que han seguido los embustes de siempre. Hace diez años, Hezbollah se escondía en el recinto de la ONU. Falso. Esta vez quieren hacernos creer que los muertos de Caná - la matanza de hoy- vivían en una casa que servía de base de almacenamiento para misiles de Hezbollah. Otra mentira, porque todas las personas murieron en el sótano, adonde nunca habrían bajado de haber guardado allí misiles apilados hasta el techo. Incluso Israel desiste más tarde de ese disparate. Veo a los soldados libaneses que meten cadáveres de niños en bolsas de plástico; luego los veo envolver los pequeños cuerpos en alfombras porque las bolsas se han terminado. Sin embargo, las carreteras, ¡Dios mío, qué carreteras en el sur de Líbano...! Con las ventanillas abiertas, aguzando el oído por si oímos los aullidos de los aviones a reacción. Me sorprende que sólo una periodista haya muerto hasta ahora - una joven libanesa- y miro a los pequeños pececillos plateados que surcan los cielos.

En el trayecto de vuelta a Beirut encontramos el tráfico atascado porque las bombas han destruido un puente y el ejército libanés intenta remolcar un camión cargado de verduras para sacarlo del río. Me acerco a ellos y chapoteo en el agua para decirle al sargento que ha perdido el juicio. Tiene casi 50 vehículos civiles atrapados en una caravana, esperando otro ataque aéreo israelí. "Deje el camión para más tarde", le digo.

Llegan más soldados y se produce un debate de diez minutos para decidir si mi consejo es sensato, mientras no dejo de mirar al cielo y les señalo un F-16 israelí que viene directo hacia nosotros. Entonces el sargento decide que Fisk no es tan estúpido como parece, corta el cable de remolque y deja circular a los coches. Estoy cubierto de polvo, y Katya Jahjura, una compañera fotógrafa libanesa, me ve entonces y estalla en un ataque de risa incontrolable. "¡Parece que vivas entre escombros!", exclama, y yo le dirijo una mirada de desesperación. "Será mejor que salgamos de aquí, no vaya a ser que nos conviertan en escombros", replico.

Lunes, 31 de julio

Beniamin Netanyahu prueba suerte con otro embuste, una mentira vieja, rescatada de 1982, cuando Menahem Begin solía afirmar que las bajas civiles de los ataques aéreos israelíes no eran diferentes de los civiles que murieron en Dinamarca en un bombardeo de la RAF durante la Segunda Guerra Mundial. Vaya, vaya, buen intento, Benjamín, pero no es suficiente. Antes que nada, la historia: el avión de la RAF llevaba a cabo un ataque aéreo contra el cuartel general de la Gestapo nazi de Copenhague, pero la misión acabó convertida en la matanza de más de ochenta niños porque equivocaron el blanco. Los israelíes están carneando a inocentes en el sur de Líbano desde las alturas; a una altitud suficiente para evitar los misiles de Hezbollah. La razón por la que la RAF mató a 83 niños, 20 monjas y tres bomberos el 21 de marzo de 1945 fue que sus mosquitos volaban tan bajo, para evitar víctimas civiles, que uno de los aviones británicos tocó con un ala una torre del ferrocarril cerca de la estación central de Copenhague y se estrelló contra un colegio. El otro avión supuso que el humo del combustible de alto octanaje era el blanco.

Con todo, no deja de ser interesante lo muy dispuestos que están los dirigentes israelíes a manipular la historia de la Segunda Guerra Mundial. Ningún avión israelí se ha perdido sobrevolando Líbano en esta guerra, y los civiles libaneses mueren a decenas, repetidamente y bombardeados desde una gran altura.

Martes, 1 de agosto

Se ha cortado la electricidad, mi nevera ha vuelto a inundar el suelo y mi casero, Mustafa, ha aparecido en la puerta con una bandeja de plástico llena de higos de la higuera de su jardín. Los periódicos son cada vez más delgados. Sin embargo, el restaurante Paul´s ha vuelto a abrir en el este de Beirut y voy a comer allí con Maruan Iskander, uno de los principales asesores financieros del ex primer ministro asesinado Rafiq Hariri.

Maruan y su mujer, Mona, son una fuente de alegría, saben muchísimos chistes y sueltan comentarios monstruosos (y acertados) sobre los políticos de Oriente Medio. Invito yo, y Maruan me obsequia - como sabía que haría- con un gran habano. Dejé de fumar hace años, pero creo que con la guerra se me permite fumar, sólo un poco.

Miércoles, 2 de agosto

Unas enormes explosiones en las barriadas del sur de Beirut hacen temblar las paredes de mi casa. Una caldera de llamas se alza hacia el cielo. ¿Qué queda por destruir en esos barrios que los cronistas denominan "plaza fuerte de Hezbollah"? Los israelíes están bombardeando todas las carreteras que llevan a Siria, sobre todo en el cruce fronterizo de Masna (muy inteligente, como si Hezbollah hiciera entrar sus misiles a Líbano en grandes convoyes por la autopista internacional). Después, la guerrilla que empezó todo este sangriento desastre dispara otra vez decenas de proyectiles contra Israel.

Me voy a husmear a los suburbios y recibo una llamada de un compañero que está en el sur de Líbano y que me explica que el pueblo de Srifa ha quedado "igual que Dresde". De nuevo la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, es cierto que los suburbios parecen salidos de una escena de ese conflicto. Mi tendero se lamenta porque no le queda leche ni yogur, y yo, adicto a los lácteos como soy, me uno a sus lamentos.

Jueves, 3 de agosto

Más amigos que quieren saber si es seguro regresar a Líbano. Una vieja conocida me dice que, cuando insistió en volver a Beirut, un familiar le tiró un zapato y un libro. "¿Qué libro era?", pregunto. Uno de poesía, al parecer.

Ha vuelto la luz y me torturo viendo la CNN, que retransmite los sucesos de este matadero como si fuera un partido de fútbol. Marcadores hasta el momento: unas cuantas decenas de israelíes, cientos de libaneses, miles de misiles y aún más miles de bombas israelíes. Los misiles llegan de Irán, como bien nos recuerda la CNN. Las bombas israelíes vienen de Estados Unidos, como no nos recuerda la CNN.

Viernes, 4 de agosto

El día de los puentes. Abed y yo estamos en la autopista del norte de Beirut con Ed Cody, de The Washington Post (el que lee a Verlaine), y conseguimos desviarnos por carreteras secundarias para llegar a la región cristiana de Metn, que ha sido atacada inexplicablemente (ya que los cristianos maronitas de Líbano son, supuestamente, los mejores amigos que Israel tiene en el país). "No pueden hacerse una idea de lo furiosos que estamos", me dice una mujer mientras mira su coche y su casa, destrozados, las ventanas rotas y los escombros que cubren toda la calzada. Los 200 metros de un viaducto se han desplomado sobre el valle, aunque hay otra carretera secundaria que no ha sufrido ningún daño, y por ella avanzamos a toda velocidad hasta el siguiente puente destruido. ¿Para qué bombardear los puentes?

Regresamos a Beirut por carreteras vacías, con las ventanillas abiertas y el susurro de los reactores aún en el cielo. Me acerco a las oficinas de Associated Press, donde mi viejo amigo Samir Ghattas es el jefe del departamento. "¿Cómo están los puentes?", pregunta. "Supongo que habéis pisado el acelerador". Y que lo diga. Me hacen una entrevista para la CBC de Toronto, donde hablo con toda libertad de los crímenes de guerra de Israel, y en el estudio canadiense a nadie le parece políticamente incorrecto ni terrorífico, nadie siente los miedos habituales de los productores de televisión, que creen que tendrán que enfrentarse a las acostumbradas quejas sobre periodistas antisemitas que se atreven a criticar a Israel. Enciendo la televisión y me encuentro a Hasan Nasrallah, jefe de Hezbollah, amenazando a Israel con mayores incursiones con misiles si Israel bombardea Beirut. Luego escucho al primer ministro israelí diciendo más o menos lo mismo pero a la inversa.

Sábado, 5 de agosto

Yo los denomino los rugidores, pero hojeo mi maltrecho ejemplar de El rey Lear para ver a quién me recuerdan. Bingo: "Haré cosas que aún no sé, pero serán los horrores de la tierra". Shakespeare debería estar cubriendo esta guerra.

Se oyen muchas historias sobre una gigantesca ofensiva terrestre israelí que han resultado ser falsas. La ONU, en el sur de Líbano, sospecha que Israel está fabricando ataques inexistentes para aplacar a la opinión pública mientras los misiles de Hezbollah siguen cruzando la frontera. Sin embargo, un amigo me llama para explicarme que Hezbollah podría estarse quedando sin proyectiles. Reflexiono que tal vez sea cierto y pienso en todos los puentes que todavía no han volado por los aires.

Más fotografías espantosas de los muertos en los periódicos libaneses. Nosotros, al más puro estilo occidental, les ahorramos a nuestros lectores esas terribles estampas - respetamos demasiado a los muertos para publicarlas, aunque no los respetamos mucho cuando estaban vivos- y olvidamos la ira feroz que sienten los árabes cuando ven esas imágenes ante sí. ¿Qué nos estamos deparando a nosotros mismos? Esta mañana he escrito un artículo sobre otro 11-S. Y me temo que tengo razón.