No farem cap comentari perquè
l'article és tota una lliçó de
sociolingüística i perquè els lectors
deduiran tot sols les conseqüències del
discurs de Rodríguez Adrados.
Volem remarcar, però, que el
discurs de Rodríguez Adrados evidencia com el
català no té cap futur dins l'Estat espanyol
perquè el que diu l'autor forma part dels discurs
sociolingüístic hegemònic implícit
a/de l'Estat:
Claro que son lenguas españolas
todas. Pero cada una tiene su función. Y se
está armando un guirigay imposible, dañino
para todos.
Por ejemplo, eso de las Cortes. Quieren
hablar allí en catalán, en vasco y en
otras lenguas más. ¿Quién va
a entenderse? Porque las lenguas están hechas
para eso: para entenderse. Mi amigo Moreno Cabrera,
con quien yo he colaborado en la Sociedad Española
de Lingüística, dice en EL PAÍS
que eso está muy bien. Discrepo en este caso.
Una lengua, el español, que es la lengua común
de España y la que todos conocen (en ella dialogan
los separatistas) no causa problema a nadie. ¿Por
qué, entonces, esa provocación tontísima,
simplemente para acentuar divergencias políticas
y para ver si logran que los pongan a la puerta y
tener otro agravio victimista? ¿Y para romper
uno de los últimos símbolos de la unidad
de España?
Lo peor para ellos sería que
ganasen: las Cortes serían una torre de Babel
o una grillera o un gallinero. Mejor que las quitaran.
Pero perderíamos todos.
¿Se imaginan un Parlamento
italiano con corso, albanés, griego, catalán,
véneto, napolitano, italiano además?
La verdad, una lengua común
es para que nos entendamos todos. ¡Y ni aun
así nos entendemos! ¿A qué eso
de usar las lenguas para encender hogueras? Es terrible
que se estén manejando las lenguas, que nunca
crearon problema, como pretextos políticos.
Vuelvo a otro problema de lenguas:
el de las titulaciones de Filología. Siguiendo
la Declaración de Bolonia, la ANECA me llevó
a abrir la primera reunión de decanos de Filología,
allá por septiembre de 2003, y yo reconocí
que, efectivamente, tantísimas titulaciones
eran un error. Puede ver el que quiera mi discurso
en Estudios Clásicos de 2003: no me
opuse a eso. Precisamente yo había criticado
los planes existentes, con sus infinitas titulaciones
(creo que veinte), con su cargarse el Latín
y el Griego como materias comunes. ¡En Filología
de la Complutense hubo en un momento, teóricamente,
800 materias!
No me opuse. Pero parecía que
una titulación en Filología Hispánica
(o lengua y cultura españolas, me da lo mismo)
era normal, como hay la de francés en Francia,
la de italiano en Italia.
Y ahora se filtra de algún
modo un "documento de trabajo" en que el
español es una de las "lenguas y culturas
del Estado español", parece que en pie
de igualdad con otras lenguas. Y que para estudiarlo
hay que escoger, de propina, alguna de las lenguas
"cooficiales". Que se añada una segunda
lengua, en todos los casos, parece razonable. Pero
con libertad de elección, no con tiranía
prefabricada.
Por Dios, menos locuras. Dejemos libertad.
Dejemos un lugar aparte para lo que es aparte, lo
primero. O sea: el español.
El otro día una señora
escribía una carta a un periódico proponiéndome
aprender catalán. Demasiado tarde, señora.
Y además, con el español me entiendo
con los catalanes. Comprendo bien que usen su catalán
entre ellos, es entrañable. No entiendo cuando
quieren imponerlo sabiendo que así no les entiende
casi nadie. Como en las Cortes. No es racional.
Y créanme, amo a las lenguas
de España -y a todas las demás-, sobre
varias de ellas he escrito, escribo ahora mismo.
Amo el gallego de Rosalía (más,
en verdad, que el de ciertos políticos que
andan con él a batacazos). Mi nieta habla valenciano
por su abuela, me gusta más que el valenciano
televisivo (español camuflado) con que transmiten
los partidos de fútbol. El vasco, la verdad,
no lo hablo ni en privado, pero conozco su estructura,
sobre ello escribí en el homenaje que hicimos
a Michelena, un buen vasquista, un buen amigo vasco.
Podría seguir. En la Revista Española
de Lingüística, que dirijo, prestamos
atención a todas estas lenguas. Y a las demás.
Ya ven, sigo hablando de lenguas,
cada cual en su sitio. No de otra cosa. Convertirlas
en arma, ahora, me parece dañino y estúpido.
Nunca ha habido problemas entre nuestras lenguas,
ni los habría ahora si no fuera por pequeños
grupos prepotentes que buscan enturbiar la paz. Y
crecer ellos. Mal asunto.
Aspiro a poco
en este planeta, pero me gustaría esclarecer
un poco alguna verdad. A las lenguas hemos dedicado,
yo y otros, nuestra vida. Nos duele que en España
se empleen, ahora, como instrumento de pequeñas
pasiones. ¡Qué desgracia!