La lucha por un cambio social progresista
en Estados Unidos y en España gira alrededor
de reformas políticas, económicas y culturales.
Existe en la actualidad un reconocimiento
cada vez mayor de que el cambio político y socioeconómico
depende cada vez más de la capacidad de los trabajadores
para expresar sus demandas y preocupaciones en el idioma
en el que lo hacen con mayor facilidad. Es más,
la creación de una clase obrera capaz de expresarse
y segura de sí misma se basa en la recuperación
de su Historia, de su contribución cultural,
de la memoria colectiva de sus líderes y movimientos
que dieron lugar a la industria y a los servicios que
hicieron que la nación prosperase.
En Estados Unidos, la lucha de los trabajadores
hispanos, asiáticos y afroamericanos oprimidos
se centra en cambios fundamentales de los programas
educativos y sociales. Los manuales de Historia se han
escrito de nuevo en muchos sitios para tener en cuenta
la experiencia hispana, afroamericana y asiática.
Con la misma trascendencia, las guerras culturales han
girado en torno a la cuestión del bilingüismo,
el derecho de los niños hispanos y asiáticos
a recibir la enseñanza en su idioma nativo, sea
español o asiático, así como en
inglés. La reacción de la derecha angloamericana
ha sido la de resistir y oponerse a toda concesión
en favor del reconocimiento de un cierto pluralismo
y de la diversidad cultural, como forma de retener el
poder político y económico. El monolingüismo
es el banderín de enganche de la clase étnica
dominante en importantes zonas en las que las poblaciones
de idiomas español y asiático son mayoritarias
o están cerca de la mayoría (California,
Texas, la ciudad de Nueva York).
Una situación parecida se da
en Cataluña, donde la clase étnica catalana
dominante está imponiendo un sistema monolingüista
a la población de habla hispana, incluso en las
numerosas ciudades del cinturón de Barcelona
en las que la aplastante mayoría de la población
y, sobre todo, los estudiantes son hispanohablantes.
La tiranía lingüística de la elite
catalana se justifica mediante una retórica centralista
de la que Franco se habría sentido orgulloso:
alusiones a un mítico pasado catalán,
la necesidad de una vigorosa nación unificada
y, más discretamente, el sentimiento de superioridad
y arrogancia típico de todos los grupos étnicos
que dominan los principales bancos, las empresas y los
puestos de gobierno.
Los monolingüistas, sea en Cataluña
o en Estados Unidos, evocan la imagen de "amenazas"
a su integridad cultural y, en el colmo del absurdo,
se presentan a sí mismos como "oprimidos"
por sus víctimas. Resulta curioso que, mientras
los movimientos populares de los grupos de habla hispana
y asiática han conseguido importantes avances
hacia la educación bilingüe en Estados Unidos,
ocurra al contrario en Cataluña: el dogma monolingüista
es cada vez más la práctica habitual.
Item más, si en Estados Unidos son los sindicatos
de profesores progresistas, los movimientos sociales
de la izquierda liberal y las confederaciones sindicales
los que han asumido un papel abiertamente en defensa
de los derechos al bilingüismo y a la cultura de
afro-americanos, asiáticos e hispanos, en Cataluña
los progresistas (incluidos sindicatos y partidos de
izquierda) han respaldado las políticas monolingüistas
del autoritario régimen catalán.
Los Estados Unidos tiene graves problemas
étnicos y raciales; en pocas palabras, la sociedad
está impregnada de racismo. Pero se admite, y
las fuerzas sociopolíticas están divididas
y se enfrentan en torno a los temas en conflicto. En
Cataluña se da una asombrosa falta de conciencia
sobre los derechos de la clase trabajadora de habla
hispana, en particular sobre su derecho a recibir enseñanza
en su propia lengua. Las consecuencias son desastrosas.
Estudiantes que se han criado hablando en un determinado
idioma en casa son obligados a estudiar en otro, lo
que les hace padecer una situación gravemente
desventajosa.
Tanto los mexicanos en California como
los murcianos y andaluces en Cataluña registran
más altas tasas de abandono de los estudios y
de fracaso escolar que los estudiantes cuyo idioma nativo
es el inglés o el catalán. Quizá
se trate precisamente de eso al imponer el monolingüismo:
perpetuar las posiciones de privilegio
de la población anglo y catalano hablante en
la sociedad mientras se relega a "los otros"
a puestos de baja categoría, peor pagados, porque
les faltan los requisitos de formación exigibles.
Lo absurdo de esta campaña para
catalanizar Cataluña se me reveló hace
pocos años, cuando me pidieron que diera una
conferencia en la joya de la educación superior
en Barcelona, la Universidad Pompeu Fabra. ¡El
patrocinador me preguntó si la pronunciaría
en catalán o en inglés! "¿Por
qué no en español?", pregunté
yo.
El profesor respondió que eso
era inaceptable.
Así que hablé en inglés
y me dí cuenta de que menos de la mitad de la
audiencia entendía la conferencia, aunque el
100% entendía español. Más tarde
pregunté a alguien de la jerarquía universitaria
por qué pensaba que el inglés era menos
represivo que el español, dado que el imperialismo
de Estados Unidos enseñoreaba la OTAN y el imperio
financiero de los bancos en Wall Street y Londres. Su
respuesta: "Hemos estado oprimidos por los españoles
mientras que las grandes empresas angloamericanas son
socios nuestros en la modernización de nuestra
nación".
Rambla abajo, ví "la opresión":
la reconstrucción del Barrio Chino financiada
con fondos del Estado, las nuevas, enormes y feas torres
de acero y cristal de Plaza Catalunya, los bloques de
carísimos pisos nuevos en los alrededores del
estadio olímpico en los que viven los oprimidos
catalanes.
Tomé luego el metro a Besós,
en Hospitalet, donde los bares rebosaban a primera hora
de la tarde de jóvenes en paro que bebían
cerveza y todo el mundo hablaba español. ¡Sí,
señor! ¡Catalanes oprimidos! Igual que
los anglos oprimidos de Beverly Hills o de la parte
este de Manhattan, que se quejan de la educación
bilingüe. En Estados Unidos, los educadores progresistas
que respaldan la diversidad cultural y el bilingüismo
han tenido éxito en las grandes ciudades porque
los gobiernos locales tienen poder para decidir sobre
política educativa. Es indispensable en Cataluña
una mayor autonomía municipal para que la mayoría
hispanohablante que vive en los suburbios de Barcelona
pueda fomentar el bilingüismo en las escuelas.
A fin de cuentas, si Pujol puede justificar la autonomía
y la autodeterminación catalanas dentro del Estado
español, ¿por qué la mayoría
hispanohablante de las ciudades de Cataluña no
ha de poder exigir también autonomía y
autodeterminación en materia lingüística?
¿No es hora ya de que los progresistas catalanes
dejen de imitar a la derecha norteamericana?
|