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22 d'agost de 2005
Novetats  
   
De Downing Street a La Moncloa
Gemma Zabaleta, Odón Elorza i Denis Itxaso
  Diario Vasco , 22 d'agost de 2005
   
 

Este pasado 28 de julio, el IRA ha anunciado la entrega de las armas. Los medios de comunicación de todo el mundo se han hecho eco de lo que se ha venido a juzgar como un paso histórico. La organización ponía fin a más de ocho décadas de actividades terroristas y lo hacía de la mano de un veterano militante del IRA desde los 16 años, hijo, nieto y bisnieto a su vez de activistas y por tanto responsable moral ante miles de víctimas y foco del odio infinito que recíprocamente se han profesado las comunidades en litigio. Algo de todo esto vivimos todavía en Euskadi.

Son muchos los que se esmeran en subrayar las diferencias entre la situación irlandesa y la vasca, pero de la misma manera que el proceso surafricano provocó un indudable magnetismo en la vía irlandesa -especialmente en lo que se refiere a la política penitenciaria-, el comportamiento del IRA se proyecta sobre la realidad vasca, especialmente en la izquierda abertzale que siempre ha mantenido relaciones estrechas con el Sinn Fein. Nosotros creemos que si bien cada conflicto responde a realidades distintas, no es menos cierto que el camino emprendido por Irlanda del Norte demuestra que la apuesta real por la vía política democrática, exclusivamente, y por el diálogo, deben ser los mejores principios activos para incentivar el logro de la paz.

Gerry Adams dejó escrito en su libro La búsqueda de la paz que "si hay algo que John Hume y yo hemos hecho ha sido mostrar que existe otro camino". Ese otro camino ha sido el que sin lugar a dudas ha conducido al anuncio del cese de las armas y a que los ciudadanos norirlandeses vislumbren un futuro en paz y libertad, necesitado de un proceso de regeneración moral y no exento de complicaciones.

Sabemos, porque no se trata de invocar el diálogo a modo de ingenua receta infalible, que el camino de la paz no es el más fácil ni el más corto, y que está jalonado de enormes dificultades. La mayor es el elevado "precio" de víctimas ocasionadas antes y durante el proceso de paz. Sin embargo, la actitud de las autoridades políticas irlandesas que impulsaron el proceso de paz ante todas esas víctimas sin consuelo, siempre fue honrada y sincera. Una actitud que pudo explicarse y que se fue abriendo camino porque las causas justas siempre lo hacen. Se trataba de considerar que la búsqueda de la paz requería tesón y redoblar los esfuerzos, y constituía toda una prioridad política. Para Adams, para Hume, para el Gobierno británico, para el irlandés, para los muchos mediadores internacionales que ayudaron, especialmente la administración Clinton, o la Unión Europea. Todos ellos compartieron el hilo caliente y la complicidad de buscar el final pese a las maniobras de los interesados en perpetuar la confrontación.

Nos miramos en el espejo norirlandés porque creemos que la vía vasca hacia la paz deberá llegar de la obstinación democrática por alcanzarla. Reivindicamos la esperanza frente a la resignación del fatalismo y también la creencia de que la voluntad inequívoca de todos y cada unos de los vascos por pasar página definitivamente debe traducirse en voluntad política si no queremos que la quiebra entre sociedad e instituciones democráticas resulte insalvable. Es por ello por lo que a veces hay que recordar principios inherentes a la resolución de conflictos que tarde o temprano se ponen sobre la mesa, aún a riesgo de las interpretaciones maledicentes que los sectores más reaccionarios le puedan dar.

La paz que resulte de un anuncio semejante al proclamado por el IRA va más allá de las derrotas o victorias militares a las que a menudo se apela desde la política. Ni el Gobierno cederá a ningún chantaje de ETA, ni ETA podrá ser exclusiva y definitivamente derrotada por la vía policial. Llegado este punto sólo queda ir sustituyendo el viejo lenguaje de los emplazamientos y ultimatums, que son recetas del pasado, por nuevos escenarios en que poder hacer compatible los pasos efectivos a favor del desarme con el más íntimo y sincero objetivo de contribuir a la reconciliación ciudadana, sin olvidar la memoria de todos los que han sufrido los daños irreparables que deja el terrorismo a su paso.

Una de esas viejas recetas que aún subsisten en nuestro panorama político es pensar que se negocia mejor tras haber acumulado suficientes fuerzas con el fin de partir con posiciones ventajosas. Negociar en base a la fuerza de cada cual debe ser sustituido por procesos de diálogo basados en la diplomacia política y la inteligencia. En ese contexto, es evidente que cuanto más comprometida esté la izquierda abertzale con las reglas de juego que marca el Estado de Derecho, más viable resultará iniciar y fortalecer las vías del diálogo .

Pero volviendo al referente norirlandés, será bueno insistir en que la gran diferencia entre aquella situación y la que nosotros padecemos no se encuentra en el punto de llegada del recorrido; esto es, en el grado de autonomía política conseguida por nuestro Estatuto de Gernika comparado con el logrado por Irlanda del Norte en los Acuerdos de Stormont, sino en el punto de partida. Es decir, en la Declaración de Downing Street, y en el papel que jugaron para alcanzar dicho acuerdo el partido del Gobierno y el primer partido de la oposición. Laboristas y conservadores suscribieron juntos las medidas políticas a emprender en tiempos en que el Sinn Fein estaba proscrito y pesaba sobre sus espaldas un clima de aislamiento político y mediático. Fue entonces cuando se procedió a un diálogo resolutivo con esta formación y se llevó a cabo una política penitenciaria arriesgada.

La declaración de Downing Street es la victoria de la política democrática y la diplomacia sobre las armas, de la persuasión sobre la imposición y de la imaginación sobre los viejos dogmas, acuñando el llamado "principio del consentimiento irlandés". Aquel acuerdo reforzó el valor moral de su apuesta, con la inequívoca convicción de que la situación y el estatus de Irlanda del Norte no podía ni debía modificarse como consecuencia de la violencia y la extorsión. Sin esta declaración probablemente no se hubieran producido sucesivos pasos que fueron consolidando el proceso, como el Acuerdo de Viernes Santo en 1998. Aquello significaba explorar nuevas sendas en medio del ruido de las bombas y quienes lo suscribieron supieron explicar a la ciudadanía que dicho acuerdo no debilitaba la democracia sino que la fortalecía.

Se combatieron con audacia política y credibilidad moral los argumentos de quienes pretendieron reventar el proceso y ha podido demostrarse con el tiempo que aquella apuesta en absoluto suponía un reconocimiento hacia las posiciones políticas de quienes habían practicado la violencia, sino un compromiso por hacer oír la voz de la voluntad mayoritaria de los norirlandeses, desde el acuerdo entre todas las partes y en ausencia de violencia. Ni más ni menos que la derrota de las armas a través de la profundización en la democracia. Porque la democracia no es solamente el respeto a las reglas de juego sino también un proceso que se va definiendo de acuerdo con la libre voluntad expresada por la ciudadanía que integra una sociedad madura y sin sometimientos de ningún tipo.

Los caminos nunca son iguales, pero sí el valor y la voluntad de querer recorrerlos. A nosotros nos llamó la atención una frase del primer ministro británico Tony Blair al visitar la sangrienta desolación del centro de Londres tras uno de los atentados del IRA: "el terrorismo no es un asunto más de la vida política cotidiana, porque no afecta sólo a la conciencia sino que pesa también sobre el alma". La búsqueda de la paz tiene prisa y es un compromiso con la vida, que rinde un silencioso homenaje a todas las víctimas.