Este pasado 28 de julio, el IRA
ha anunciado la entrega de las armas. Los medios de
comunicación de todo el mundo se han hecho eco
de lo que se ha venido a juzgar
como un paso histórico. La organización
ponía fin a más de ocho décadas
de actividades terroristas y lo hacía de la mano
de un veterano militante del IRA desde los 16 años,
hijo, nieto y bisnieto a su vez de activistas y por
tanto responsable moral ante miles de víctimas
y foco del odio infinito que recíprocamente se
han profesado las comunidades en litigio. Algo de todo
esto vivimos todavía en Euskadi.
Son muchos los que se esmeran en subrayar
las diferencias entre la situación irlandesa
y la vasca, pero de la misma manera que el proceso surafricano
provocó un indudable magnetismo en la vía
irlandesa -especialmente en lo que se refiere a la política
penitenciaria-, el comportamiento del IRA se proyecta
sobre la realidad vasca, especialmente en la izquierda
abertzale que siempre ha mantenido relaciones estrechas
con el Sinn Fein. Nosotros creemos que si bien cada
conflicto responde a realidades distintas, no es menos
cierto que el camino emprendido por Irlanda del Norte
demuestra que la apuesta real por la vía política
democrática, exclusivamente, y por el diálogo,
deben ser los mejores principios activos para incentivar
el logro de la paz.
Gerry Adams dejó escrito en su
libro La búsqueda de la paz que "si hay
algo que John Hume y yo hemos hecho ha sido mostrar
que existe otro camino". Ese otro camino ha sido
el que sin lugar a dudas ha conducido al anuncio del
cese de las armas y a que los ciudadanos norirlandeses
vislumbren un futuro en paz y libertad, necesitado de
un proceso de regeneración moral y no exento
de complicaciones.
Sabemos, porque no se trata de invocar
el diálogo a modo de ingenua receta infalible,
que el camino de la paz no es el más fácil
ni el más corto, y que está jalonado de
enormes dificultades. La mayor es el elevado "precio"
de víctimas ocasionadas antes y durante el proceso
de paz. Sin embargo, la actitud de las autoridades políticas
irlandesas que impulsaron el proceso de paz ante todas
esas víctimas sin consuelo, siempre fue honrada
y sincera. Una actitud que pudo explicarse y que se
fue abriendo camino porque las causas justas siempre
lo hacen. Se trataba de considerar que la búsqueda
de la paz requería tesón y redoblar los
esfuerzos, y constituía toda una prioridad política.
Para Adams, para Hume, para el Gobierno británico,
para el irlandés, para los muchos mediadores
internacionales que ayudaron, especialmente la administración
Clinton, o la Unión Europea. Todos ellos compartieron
el hilo caliente y la complicidad de buscar el final
pese a las maniobras de los interesados en perpetuar
la confrontación.
Nos miramos en el espejo norirlandés
porque creemos que la vía vasca hacia la paz
deberá llegar de la obstinación democrática
por alcanzarla. Reivindicamos la esperanza frente a
la resignación del fatalismo y también
la creencia de que la voluntad inequívoca de
todos y cada unos de los vascos por pasar página
definitivamente debe traducirse en voluntad política
si no queremos que la quiebra entre sociedad e instituciones
democráticas resulte insalvable. Es por ello
por lo que a veces hay que recordar principios inherentes
a la resolución de conflictos que tarde o temprano
se ponen sobre la mesa, aún a riesgo de las interpretaciones
maledicentes que los sectores más reaccionarios
le puedan dar.
La paz que resulte de un anuncio semejante
al proclamado por el IRA va más allá de
las derrotas o victorias militares a las que a menudo
se apela desde la política. Ni el Gobierno cederá
a ningún chantaje de ETA, ni ETA podrá
ser exclusiva y definitivamente derrotada por la vía
policial. Llegado este punto sólo queda ir sustituyendo
el viejo lenguaje de los emplazamientos y ultimatums,
que son recetas del pasado, por nuevos escenarios en
que poder hacer compatible los pasos efectivos a favor
del desarme con el más íntimo y sincero
objetivo de contribuir a la reconciliación ciudadana,
sin olvidar la memoria de todos los que han sufrido
los daños irreparables que deja el terrorismo
a su paso.
Una de esas viejas recetas que aún
subsisten en nuestro panorama político es pensar
que se negocia mejor tras haber acumulado suficientes
fuerzas con el fin de partir con posiciones ventajosas.
Negociar en base a la fuerza de cada cual debe ser sustituido
por procesos de diálogo basados en la diplomacia
política y la inteligencia. En ese contexto,
es evidente que cuanto más comprometida esté
la izquierda abertzale con las reglas de juego que marca
el Estado de Derecho, más viable resultará
iniciar y fortalecer las vías del diálogo
.
Pero volviendo al referente norirlandés,
será bueno insistir en que la gran diferencia
entre aquella situación y la que nosotros padecemos
no se encuentra en el punto de llegada del recorrido;
esto es, en el grado de autonomía política
conseguida por nuestro Estatuto de Gernika comparado
con el logrado por Irlanda del Norte en los Acuerdos
de Stormont, sino en el punto de partida. Es decir,
en la Declaración de Downing Street, y en el
papel que jugaron para alcanzar dicho acuerdo el partido
del Gobierno y el primer partido de la oposición.
Laboristas y conservadores suscribieron juntos las medidas
políticas a emprender en tiempos en que el Sinn
Fein estaba proscrito y pesaba sobre sus espaldas un
clima de aislamiento político y mediático.
Fue entonces cuando se procedió a un diálogo
resolutivo con esta formación y se llevó
a cabo una política penitenciaria arriesgada.
La declaración de Downing Street
es la victoria de la política democrática
y la diplomacia sobre las armas, de la persuasión
sobre la imposición y de la imaginación
sobre los viejos dogmas, acuñando el llamado
"principio del consentimiento irlandés".
Aquel acuerdo reforzó el valor moral de su apuesta,
con la inequívoca convicción de que la
situación y el estatus de Irlanda del Norte no
podía ni debía modificarse como consecuencia
de la violencia y la extorsión. Sin esta declaración
probablemente no se hubieran producido sucesivos pasos
que fueron consolidando el proceso, como el Acuerdo
de Viernes Santo en 1998. Aquello significaba explorar
nuevas sendas en medio del ruido de las bombas y quienes
lo suscribieron supieron explicar a la ciudadanía
que dicho acuerdo no debilitaba la democracia sino que
la fortalecía.
Se combatieron con audacia política
y credibilidad moral los argumentos de quienes pretendieron
reventar el proceso y ha podido demostrarse con el tiempo
que aquella apuesta en absoluto suponía un reconocimiento
hacia las posiciones políticas de quienes habían
practicado la violencia, sino un compromiso por hacer
oír la voz de la voluntad mayoritaria de los
norirlandeses, desde el acuerdo entre todas las partes
y en ausencia de violencia. Ni más ni menos que
la derrota de las armas a través de la profundización
en la democracia. Porque la democracia no es solamente
el respeto a las reglas de juego sino también
un proceso que se va definiendo de acuerdo con la libre
voluntad expresada por la ciudadanía que integra
una sociedad madura y sin sometimientos de ningún
tipo.
Los caminos nunca son iguales, pero
sí el valor y la voluntad de querer recorrerlos.
A nosotros nos llamó la atención una frase
del primer ministro británico Tony Blair al visitar
la sangrienta desolación del centro de Londres
tras uno de los atentados del IRA: "el terrorismo
no es un asunto más de la vida política
cotidiana, porque no afecta sólo a la conciencia
sino que pesa también sobre el alma". La
búsqueda de la paz tiene prisa y es un compromiso
con la vida, que rinde un silencioso homenaje a todas
las víctimas.
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