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Han pasado ya seis días desde la celebración
de las elecciones vascas y son muchos los análisis políticos
efectuados sobre los resultados.
Unos viven todavía en la nube del éxito electoral, otros
se curan las heridas que han dejado las urnas y estudian
la forma de adecuarse al nuevo escenario político. Todos
escrutan el sentido profundo de los votos en busca de
razones para la reafirmación o para la rectificación
de las estrategias políticas.
Al margen de los abundantes análisis que se han hecho
estos días, cabe formular alguna reflexión sobre ciertos
errores de interpretación política o sociológica que
han quedado en evidencia tras el 13-M.
El primero de estos errores es la consideración de que
tras la abstención se ocultaba una bolsa de voto no
nacionalista, voto de muchas personas que se inhibían
en las autonómicas, al contrario de lo que hacían en
otro tipo de comicios. La abstención del 13-M se situó
en mínimos históricos y ello ha permitido descubrir
que era tan plural como el voto de quienes venían acudiendo
a las urnas de manera regular. Tal vez era ligeramente
no nacionalista, pero no tanto como para dar la vuelta
al resultado final como se había creído. Lo que se ocultaba
detrás de la abstención es, quizás, el voto plural,
un voto que cambia de partido según se trate de unas
generales o unas autonómicas y que en las municipales
vota al alcalde que más le gusta sea de la formación
que sea.
Otro error desmontado por las urnas es la creencia que
muchos teníamos de que los críticos de HB se irían de
forma mayoritaria a la abstención. Así había sido en
el pasado y así se pensaba que seguiría siendo en el
futuro.
Los lazos personales, sociales y hasta afectivos siguen
siendo normalmente tan fuertes que la disconformidad
con la línea marcada por ETA y HB sólo se traducía en
un viaje a la abstención. Siempre quedaban puentes que
impedían esa ruptura total que supone pasar a votar
a un partido rival. Tal vez la abstención decretada
por la izquierda abertzale en las elecciones generales
del 2000 representó el primer paso en esa rotura de
amarras con unas siglas con las que ha existido siempre
una vinculación vivencial que va más allá de la adhesión
ideológica. Más de ochenta mil votantes de HB metieron
en el sobre las papeletas de PNV- EA el día que fueron
a las urnas.
El tercer error constatado es la afirmación sostenida
por el nacionalismo de que el terrorismo era un aliado
electoral de socialistas y populares. Se repitieron
estos análisis tras el asesinato en plena campaña del
dirigente aragonés del PP Manuel Giménez Abad, pero
el 13-M dejó en evidencia que el terrorismo sólo ocasiona
víctimas entre las filas del PP y del PSE. Las deja
rebosantes de dolor, pero no aporta ningún voto adicional.
Las urnas han puesto también en evidencia la negativa
de Ibarretxe a avanzar los comicios cuando se quedó
sin mayoría parlamentaria para sacar adelante la gestión
de gobierno. Durante meses se resistió alegando que
unas elecciones no cambiarían nada, que el panorama
político seguiría siendo el mismo. A buen seguro que
hoy no mantendría ese criterio. Tal vez, por el contrario,
se lamente de no haber llamado a las urnas hace mucho
tiempo. El desgaste político y social no hubiera sido
el mismo que ahora.
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