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29 de febrer
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Entre guiños complices
  Estudio sobre lo femenino y lo masculino en el Diccionario de la Real Academia Española concluye que la realidad de las mujeres se oculta
Yadira Calvo/fempress/Tertulia
  Cuando apareció la vigésima primera y más reciente edición del Diccionario de la Real Academia (DRAE), con sus doce mil acepciones añadidas y definiciones modificadas, era de esperar que tal actualización recogiera también las transformaciones sociales relacionadas con las mujeres, con su acceso a profesiones y cargos, y con los cambios de representación simbólica generados por tantas y tantas pensadoras. Pero en ese sentido, los académicos parecen estar viviendo todavía en el siglo XIX, a pesar de la finalidad, expuesta en el Preámbulo, de "cooperar al mantenimiento de la unidad lingüística" de quienes "hablan hoy el idioma (...) y se valen de él como instrumento expresivo y conformador de una misma visión del mundo y de la vida".
Hay una lengua, con una carga de más de mil años de patriarcado que la impregna de menosprecio a las mujeres y lo femenino. Pero esta lengua es una propiedad común y, por lo tanto, instrumento de expresión y comunicación que puede y debe reflejar los cambios de mentalidad. Por eso, muchas personas conscientes de que ella es a la vez efecto y causa de cambios sociales han venido introduciendo en su uso modificaciones que permitan hacer visibles a las mujeres y sus actividades. Sólo que hay también una Real Academia de la Lengua que selecciona, juzga, define, prescribe, normatiza, legitima y codifica androcéntricamente qué es lo correcto y qué lo incorrecto al hablar o escribir. De este modo, limpia lo que no le parece, fija lo que sí le parece, y finalmente le parece que la lengua luce todo lo esplendorosa que se debe.
En el citado Preámbulo se nos informa que se pretende "registrar y definir adecuadamente los términos cuyo empleo rebasa los límites de la especialidad y se atestiguan diariamente en la prensa o en la conversación culta". Es un hecho que el movimiento de las mujeres ha generado vocablos y formas de lenguaje que cabrían dentro del propósito de la Academia. Pero las doce mil nuevas acepciones se refieren al "contingente americano y filipino" y a neologismos "puestos en curso por los hallazgos de la ciencia y los progresos de la técnica". Eso es todo.
Lo que sigue es echar un vistazo al diccionario y comprobar que los cambios sociales en relación con las mujeres han pasado inadvertidos a los académicos, quienes incluyeron vocablos como "casete" y "disquete" pero, ignorando la realidad social, siguen definiendo "abogada", "médica" y "ministra" respectivamente como mujer del abogado, del médico o del ministro. Muy actualizado en cuanto a vocablos tecnológicos, el DRAE mantiene vigente una enorme cantidad de palabras referidas a mujeres que se definen como sinónimos de "prostituta".
Y es que, como señala Eulàlia Lladó, un diccionario no sólo enseña y prescribe cómo es la lengua, sino que "enseña e incluso prescribe cómo es o cómo tendría que ser el mundo".
En un interesante estudio sobre el DRAE ("Lo femenino y lo masculino en el Diccionario de la Real Academia Española", Madrid, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Instituto de la Mujer, 1998), diversas autoras, Lladó incluida, han señalado el hecho de que su material, considerado globalmente, ha originado un discurso anticuado, cerrado, y unidireccional que favorece la manipulación y ocultamiento de la realidad de las mujeres. Producto de esto, en él se nos representa de manera desigual y descompensada; se silencian nuestras actividades ligadas al pensamiento y el trabajo científico; se atribuye distinto valor a nuestra experiencia; se omite y escamotea lo femenino. Es bueno recordar con Ludwig Witthenstein que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo.
Y con todo esto, de entre 38 candidaturas procedentes de 14 países, es a las 22 Academias de la Lengua responsables de tal Diccionario a las que el 6 de septiembre se ha otorgado por unanimidad el premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Un premio que distingue a personas o instituciones cuya labor contribuya "de forma ejemplar y relevante", entre otras cosas, a "la fraternidad entre los hombres", "la lucha contra la injusticia" o "la ignorancia", "la defensa de la libertad y del patrimonio de la humanidad" y la apertura de "nuevos caminos al conocimiento".
No es necesario sumirse en profundas cavilaciones para dilucidar el hecho de que un diccionario tal puede estar contribuyendo a la fraternidad entre los hombres, pero no, desde luego, a la fraternidad entre hombres y mujeres; ni a combatir la ignorancia, porque oculta una parte importante de la realidad actual; ni a "abrir nuevos caminos al conocimiento", puesto que no permite ver ni valorar parte de la experiencia humana. Por las mismas razones no cumple enteramente su labor de enriquecer el idioma. Entonces ¿por qué el Príncipe de Asturias para las Academias? Tal vez por eso mismo: Como entre bueyes no hay cornadas, los patriarcas continúan protegiendo sus feudos de prestigio y de poder, frotándose mutuamente las espaldas entre guiños cómplices e intercambios de trofeos.