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En un artículo publicado
en Diario Vasco el pasado día 11 de julio
-"Cataluña: ¿nación o nacionalidad?"-
el profesor Javier Tajadura Tejada hacía una
objeción a la posibilidad que Cataluña
se pueda definir como "nación" en su
futuro proyecto de Estatut. Para apoyar sus tesis, el
profesor se fundamentaba, inicialmente, en argumentos
de tipo jurídico y constitucional. Afirmaba,
por ejemplo, que definirse como nación "choca
contra la literalidad del artículo 2 de la Constitución
y rompe el consenso constitucional de 1978". Admitiendo
que no pueda competir con el profesor en el terreno
del Derecho Constitucional, no obstante creo que estamos
ante un tema que sería injusto abordar sólo
desde el campo jurídico. En todo caso no creo
que las leyes deban reducir los conceptos a la condición
de fósiles inamovibles al servicio de la foto
fija, y menos para impedir que un colectivo se pueda
definir como nación si quiere. Si es cuestionable
que a ciertos pueblos se les pueda negar el derecho
a autodeterminarse, más lo que es que ni siquiera
se puedan autodefinir.
El profesor Tajadura abre su artículo
apuntando que le cuesta mucho asumir que a determinados
políticos catalanes les resulte importante el
hecho de definirse como nación. En este sentido
parece ignorar que en 1978 ya fue muy importante este
punto para muchos catalanes, teniéndose que confirmar
a regañadientes con el remiendo de la "nacionalidad"
por el indudable amedrentamiento que suponía
el omnipresente ruido de sables, elemento del que algunos
prefieren no acordarse hoy. No estamos ante nada nuevo
pues. Para Cataluña no ser reconocida como nación,
ha tenido, y tiene, unos indudables perjuicios. Ha hecho
de su lengua una decoración legalmente superflua,
de su historia la gran ausente de las aulas y de su
presencia internacional, una anécdota. Mientras
los estados disponen libremente de opacos instrumentos
de nation-building y legislación especial (Francia
acaba de dar un portazo a Schengen como ha querido),
las minorías nacionales en gran medida desprotegidas
tienen que apechugar, en el mejor de los casos, con
un utensiliario legislativo propio irrisible. Mientras
España puede enviar tropas para "rescatar"
Perejil o gastarse una millonada en fortalecer su lengua
y su imaginario colectivo nacionales, Cataluña
debe soportar en este campo un grado de indefensión
que ningún Estado nacional estaría dispuesto
a soportar ni de maniobras sin fuego real.
En la segunda parte de su escrito, el
rechazo al término "nación",
en referencia a Cataluña, lleva al profesor Tajadura
a repasar, una a una, las definiciones más poco
amables que se han hecho del nacionalismo. Llega a citar
nada menos que a Hitler y Mussolini. Poco parece importarle
que Cataluña y la mayoría de catalanes
se cuenten entre los damnificados y opositores a esos
dictadores y a la terrible modalidad de nacionalismo
agresivo que, con Franco, significaron. En todo caso
es curioso que para el profesor la definición
y la ideología de la "nación"
sean tan negativas si se aplican a Cataluña.
¿A España no? El profesor incurre en el
tan manido tópico según el cual el nacionalismo
catalán nacería como tapadera ideológica
de la burguesía. Pero además en Cataluña
el nacionalismo ha sido, desde su nacimiento, una idea
compartida por gente de todas las clases sociales. El
importante teórico del nacionalismo catalán,
Josep Narcís Roca i Farreras, se autodefinía
como "nacionalista" y "anarquista".
El nacionalismo hegemónico en Cataluña
a partir de 1930 fue el de izquierdas, sin lugar a dudas.
Y lo vuelve a ser hoy, aunque para el profesor eso equivalga
a desviación. Para mi, en cambio, significa una
identificación absolutamente legítima
con el propio país, sin perjuicio alguno para
terceros.
En el retrato que el profesor hace del
nacionalismo, y por más que lo intente, no consigo
identificar con Cataluña y los catalanes el listado
de horrores y citas que despliega, con referencias a
"mitos", "intereses sacralizados",
y "continuas apelaciones" a la "justificación
ideológica". Parecen extractos de las más
rancias páginas del "bandera roja"
Jordi Solé Tura -él de los años
60- páginas de las que hoy felizmente dice renegar
el exministro. Ahora bien, superados los tópicos,
lo que realmente sorprende del artículo del profesor
Tajadura es la identificación de los que deben
traer -según nos dice- la salvación ideológica
a Cataluña, en forma de las "más
cualificadas voces del pensamiento verdaderamente progresista".
Se trata nada más y nada menos que de los quince
intelectuales que acaban de abogar por la creación
de un partido nuevo, "auténticamente progresista"
-según nos asegura el profesor Tajadura- pero
"desacomplejadamente españolista" y
de "nación española" según
los propios impulsores. Con estos claroscuros e incongruencias
ideológicas de fondo, ¿cómo no
se va a fijar el lector inquieto en el doble rasero
con que se nos está midiendo el nacionalismo
de unos y otros?
En definitiva, sinceramente creo
que va siendo hora que entre todos dejemos atrás
las versiones distorsionadas, apocalípticas casi,
de lo que es un nacionalismo tan asentado y asumido
como el catalán. Va siendo hora, finalmente,
de reconocer una evidencia que ya afirmaba hace décadas
el sabio catedrático de la Sorbonne, Pierre Vilar,
quien, tras largos años de investigación
sobre la historia catalana, definió Cataluña
como "uno de los más claros y precoces casos
de nación en Europa". Y es que seguramente
no haya elemento que más ayude a desenfocar la
amabilidad de la nación ajena que la complacencia
por la propia.
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