Hoy ha llegado a los kioscos
el número 10.000 de El País. He
echado una ojeada al especial que han elaborado y he
tenido ocasión de bostezar mucho con un tan largo
como insulso artículo de Juan Luis Cebrián,
muy representativo de los mares de burocratismo por
los que navega ese periódico.
Mucha gente tiene El País
como periódico de referencia. También
en mi entorno. Yo no. Suelo echar todas las mañanas
una vistazo a las ediciones electrónicas de media
docena de diarios, y a veces más, de por aquí
o foráneos. Lo suelo hacer para comparar los
tratamientos que dan a algunas noticias, porque no me
fío ni un pimiento de ninguno y la experiencia
me ha enseñado que de la comparación suele
salir algo de luz.
Esa misma experiencia me ha llevado
a establecer dos constataciones con respecto a El
País: la primera, que no es un diario que
llame la atención por su rigor informativo; la
segunda, que es de una patética uniformidad en
sus textos de opinión.
La gama de su pluralismo ideológico
y político es escandalosamente estrecha. Casi
siempre son los mismos opinando casi lo mismo sobre
lo mismo. A la mayoría de sus columnistas no
vale la pena ni leerlos. Con enterarse sobre qué
escriben es suficiente: no cuesta nada prever lo que
van a decir. Particularmente si el propio diario ya
ha fijado una posición editorial tajante al respecto.
Porque una regla de oro del columnismo en El País
es que nadie puede contrariar las opciones del Gran
Patrón. Aunque las opciones de Jesús Polanco
sea tan bochornosas como la de colocar al protofranquista
Martín Villa -sí, ése: el carnicero
de Vitoria y el salvador del Prestige- al frente de
Sogecable.
Me parece bien que exista El País.
Hay un montón de gente que lleva todos los meses
un sueldo a su casa gracias a ello. Y, aunque he dicho
muchas veces que, si se miran las cosas con un cierto
nivel de abstracción, es de rigor reconocer que
todos los grandes diarios son el mismo diario, también
creo que más vale que haya unos cuantos, aunque
sólo sea para asegurar que existe una cierta
variedad en el nivel de abstracción más
bajo.
Además, no hay diario que no
tenga algo bueno. ABC, por ejemplo, cuenta con
la cartelera más fiable de Madrid. Y, por lo
menos en tiempos (no sé si todavía: hace
mucho que no lo leo con atención) era el único
periódico capitalino que incluía crítica
de misas, lo que sustituía con ventaja a las
mejores secciones de humor. El País, por
su parte, ya que no otras cosas, tiene una hemeroteca
on line que nos es muy útil a los escribidores
(aunque nos obligue a pagar para acceder a ella). El
Mundo aporta muchas ventajas, incluida la de permitir
a los forofos de Federico Jiménez Losantos leerle
a él y cagarse en mis muertos, todo por el mismo
precio. El Correo tiene las tiras de Olmo, que
no sé qué haría yo sin ellas.
Y así todos.
Con lo que vengo a rematar estas
líneas subrayando su tesis primordial, a saber:
que El País es un periódico más,
otro más, cuyo mayor mérito es haber convencido
a bastante gente de que es algo más que otro
periódico más.
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