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29 de febrer
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Prensa y poder en España
José Luis Orella Unzué (Historiador)
  Gara (28-8-02)
   
 

Las vacaciones son una necesidad biológica. La ruptura con las relaciones del entramado cotidiano es necesaria para una oxigenación de la mente y un contacto con problemas y puntos de vista diferentes. Y si esto es interesante en todo planteamiento general de vacaciones, lo es mucho más en el ámbito vasco, en el que estamos sometidos a una presión psicológica cercana al embotamiento.

No basta con constatar el acoso moral que se ejerce impunemente en el puesto de trabajo. No es creíble que aquellos que tienen el poder intermedio se comporten dictatorialmente imponiendo a sus súbditos el terror y a sus superiores el miedo escénico de ser tildados de poco demócratas. A este acoso laboral se suma el síndrome general del fatalismo político, como si esta situación fuera la tara de nuestra generación postfranquista. Y esto porque la generación de la transición no fue capaz de purificar una herencia viciada de golpismo y guerra civil.

Pero la llegada al lugar de vacaciones te sumerge en otro torbellino más agobiante y opaco del que vivimos en el País Vasco durante todo el año. Y es que en tu lugar de vacaciones no puedes contrastar con los datos de la calle la información marcada y varada que te proporciona la prensa. Y lo único que constatas es el compadreo entre la prensa y el poder.

El bronceado suave de la brisa marina, el trabajo agotador de ir cambiando durante la mañana el lugar de tu tumbona bajo la sombrilla y la lectura de los más variados periódicos durante esas horas largas de preludio al aperitivo, en vez de proporcionarte un reposo adormilante y somnoliento, te produce un reseco agobiante que hastía la boca con un regusto de manipulación mediática y repetitiva.

Todos los periódicos a mi alcance en una bien surtida hemeroteca de hotel, desgranan informaciones cansinas, con la misma impostación ideológica, bajo el mismo punto de mira, con las mismas consideraciones políticas, aun morales y éticas. Y todas estas altisonantes y redundantes expresiones no son más que repeticiones de las manifestadas por los políticos portavoces de los partidos y sin originalidad alguna personal añadida por parte del periodista.

La clave liberadora de esa tupida red de profesores de moral y censores del pensamiento crítico, la he encontrado, estirado en la tumbona del hotel, a la sombra protectora del Teide en la lectura de «Los nuevos perros guardianes» de Serge Halimi.

Parodiando a Halimi podemos decir que la configuración de nuestro universo mental es demasiado importante como para dejarla en manos de un grupo de periodistas y columnistas, ideológicamente romo y sin perfiles, sin originalidad, plagia- rio y repetitivo de las ideas servidas desde el poder político. Hemos llegado con el asentamiento de la democracia española a una docilidad mental cercana al periodismo del franquismo.

Esta docilidad mental del periodismo no es exclusiva de los profesionales del ordenador, sino que se extiende también a los pensadores universitarios que cuando se asoman a los artículos de opinión aceptan decir lo que los medios quieren que digan. Aquellos que no son dóciles al pensamiento establecido, son orillados y censurados de mil formas. Mien- tras que el grupo intelectual que adquiere notoriedad es el que se pone al servicio del poder político, económico y mediático. Y este poder tricefálico los recompensa espléndidamente, primero con la fama y luego con los premios y las medallas.

El círculo se cierra fácilmente en un ambiente de falsa democracia: se informa de lo que interesa al poder político y económico y ésta es la única realidad objetiva que llega por los medios a configurar la mentalidad social, y luego, al final, a constituirse como única verdad histórica. Aquellos pensadores que no se suban al carro del poder, serán ignorados o, peor aún, arrollados como inadaptados y nostálgicos de una filosofía humanista que no existe.

Hemos llegado a configurar una sociedad democrática que se proclama libre, pero en la que los periodistas y los intelectuales viven de verdades virtuales que les sirven, en bandeja de corrección y normalidad figurada, los poderes políticos y económicos. Así resulta menos traumático a los periodistas y a los intelectuales vivir en la clandestinidad o en una minoría de edad tutelada.

Sin embargo, muchos intelectuales occidentales no están dispuestos a callar, a meter la cabeza bajo el ala como el avestruz, ni a asumir situaciones políticas que les comprometen como hombres. No quieren repetir la situación de los intelectuales ante el nazismo. Así artistas y cantantes británicos como el grupo Massive Attack se arriesgan y se movilizan contra la invasión a Irak, mientras que el cantante George Michael se sigue burlando del seguidismo de Blair respecto a Bush. Del mismo modo un grupo de periodistas e intelectuales franceses como Bourdieu o Ramonet, reunidos alrededor de «Le Monde Diplomatique» o norteamericanos como Chomsky no están dispuestos a formar parte de una casta reverencial repetidora del pensamiento oficial de Bush. ¿Acaso se puede entrever entre los intelectuales españoles la existencia de un grupo de independientes que se desclasen del pensamiento oficial y correcto de Aznar y Zapatero que profesan el pensamiento único y nos presenten el tema de una España plurinacional, pluricultural y plurilingüista?

Vuelves de las vacaciones con la idea de que ni a los periodistas ni a los intelectuales que se asoman todos los días a la realidad política, social o económica de los medios españoles, les interesa saber lo que a los de izquierda les acucia socialmente ni lo que vascos y catalanes quieren políticamente. La realidad virtual de los periódicos españoles no ha habido día del verano que no haya dedicado miles de páginas a hablar del tema vasco. Sin embargo, en esa configuración del País Vasco desde Madrid, no he podido encontrar un solo artículo de estudio social de la realidad vasca ni ha habido durante este mes de agosto un artículo que desentrañe ni tangencialmente los problemas, sentires y aspiraciones de una sociedad española que quiera la convivencia europea de los distintos pueblos que la conforman.