Las vacaciones son una necesidad biológica.
La ruptura con las relaciones del entramado cotidiano
es necesaria para una oxigenación de la mente
y un contacto con problemas y puntos de vista diferentes.
Y si esto es interesante en todo planteamiento general
de vacaciones, lo es mucho más en el ámbito
vasco, en el que estamos sometidos a una presión
psicológica cercana al embotamiento.
No basta con constatar el acoso moral
que se ejerce impunemente en el puesto de trabajo. No
es creíble que aquellos que tienen el poder intermedio
se comporten dictatorialmente imponiendo a sus súbditos
el terror y a sus superiores el miedo escénico
de ser tildados de poco demócratas. A este acoso
laboral se suma el síndrome general del fatalismo
político, como si esta situación fuera
la tara de nuestra generación postfranquista.
Y esto porque la generación de la transición
no fue capaz de purificar una herencia viciada de golpismo
y guerra civil.
Pero la llegada al lugar de vacaciones
te sumerge en otro torbellino más agobiante y
opaco del que vivimos en el País Vasco durante
todo el año. Y es que en tu lugar de vacaciones
no puedes contrastar con los datos de la calle la información
marcada y varada que te proporciona la prensa. Y lo
único que constatas es el compadreo entre la
prensa y el poder.
El bronceado suave de la brisa marina,
el trabajo agotador de ir cambiando durante la mañana
el lugar de tu tumbona bajo la sombrilla y la lectura
de los más variados periódicos durante
esas horas largas de preludio al aperitivo, en vez de
proporcionarte un reposo adormilante y somnoliento,
te produce un reseco agobiante que hastía la
boca con un regusto de manipulación mediática
y repetitiva.
Todos los periódicos a mi alcance
en una bien surtida hemeroteca de hotel, desgranan informaciones
cansinas, con la misma impostación ideológica,
bajo el mismo punto de mira, con las mismas consideraciones
políticas, aun morales y éticas. Y todas
estas altisonantes y redundantes expresiones no son
más que repeticiones de las manifestadas por
los políticos portavoces de los partidos y sin
originalidad alguna personal añadida por parte
del periodista.
La clave liberadora de esa tupida red
de profesores de moral y censores del pensamiento crítico,
la he encontrado, estirado en la tumbona del hotel,
a la sombra protectora del Teide en la lectura de «Los
nuevos perros guardianes» de Serge Halimi.
Parodiando a Halimi podemos decir que
la configuración de nuestro universo mental es
demasiado importante como para dejarla en manos de un
grupo de periodistas y columnistas, ideológicamente
romo y sin perfiles, sin originalidad, plagia- rio y
repetitivo de las ideas servidas desde el poder político.
Hemos llegado con el asentamiento de la democracia española
a una docilidad mental cercana al periodismo del franquismo.
Esta docilidad mental del periodismo
no es exclusiva de los profesionales del ordenador,
sino que se extiende también a los pensadores
universitarios que cuando se asoman a los artículos
de opinión aceptan decir lo que los medios quieren
que digan. Aquellos que no son dóciles al pensamiento
establecido, son orillados y censurados de mil formas.
Mien- tras que el grupo intelectual que adquiere notoriedad
es el que se pone al servicio del poder político,
económico y mediático. Y este poder tricefálico
los recompensa espléndidamente, primero con la
fama y luego con los premios y las medallas.
El círculo se cierra fácilmente
en un ambiente de falsa democracia: se informa de lo
que interesa al poder político y económico
y ésta es la única realidad objetiva que
llega por los medios a configurar la mentalidad social,
y luego, al final, a constituirse como única
verdad histórica. Aquellos pensadores que no
se suban al carro del poder, serán ignorados
o, peor aún, arrollados como inadaptados y nostálgicos
de una filosofía humanista que no existe.
Hemos llegado a configurar una sociedad
democrática que se proclama libre, pero en la
que los periodistas y los intelectuales viven de verdades
virtuales que les sirven, en bandeja de corrección
y normalidad figurada, los poderes políticos
y económicos. Así resulta menos traumático
a los periodistas y a los intelectuales vivir en la
clandestinidad o en una minoría de edad tutelada.
Sin embargo, muchos intelectuales occidentales
no están dispuestos a callar, a meter la cabeza
bajo el ala como el avestruz, ni a asumir situaciones
políticas que les comprometen como hombres. No
quieren repetir la situación de los intelectuales
ante el nazismo. Así artistas y cantantes británicos
como el grupo Massive Attack se arriesgan y se movilizan
contra la invasión a Irak, mientras que el cantante
George Michael se sigue burlando del seguidismo de Blair
respecto a Bush. Del mismo modo un grupo de periodistas
e intelectuales franceses como Bourdieu o Ramonet, reunidos
alrededor de «Le Monde Diplomatique» o norteamericanos
como Chomsky no están dispuestos a formar parte
de una casta reverencial repetidora del pensamiento
oficial de Bush. ¿Acaso se puede entrever entre
los intelectuales españoles la existencia de
un grupo de independientes que se desclasen del pensamiento
oficial y correcto de Aznar y Zapatero que profesan
el pensamiento único y nos presenten el tema
de una España plurinacional, pluricultural y
plurilingüista?
Vuelves de las vacaciones con la idea
de que ni a los periodistas ni a los intelectuales que
se asoman todos los días a la realidad política,
social o económica de los medios españoles,
les interesa saber lo que a los de izquierda les acucia
socialmente ni lo que vascos y catalanes quieren políticamente.
La realidad virtual de los periódicos españoles
no ha habido día del verano que no haya dedicado
miles de páginas a hablar del tema vasco. Sin
embargo, en esa configuración del País
Vasco desde Madrid, no he podido encontrar un solo artículo
de estudio social de la realidad vasca ni ha habido
durante este mes de agosto un artículo que desentrañe
ni tangencialmente los problemas, sentires y aspiraciones
de una sociedad española que quiera la convivencia
europea de los distintos pueblos que la conforman.
|