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El domingo,
Ramon Aymerich publicaba en las páginas de Economía
de este diario los resultados del primer estudio sobre
hábitos de comercio de los inmigrantes extracomunitarios
que viven en Catalunya. El estudio lo ha hecho la consultora
Nielsen, por encargo del área de comercio de
la Diputación de Barcelona, a partir de 1.310
entrevistas.
Entre diversos datos reseñados,
uno me ha llamado especialmente la atención:
"Sólo un 20 por ciento de los encuestados
(con una media de estancia en el país de cinco
años) se muestra molesto ante la presencia del
catalán en los comercios - ya sea a través
de rótulos o del etiquetaje-. Otro 50 por ciento
lo ve bien y el 30 por ciento restante se muestra indiferente.
Ese dato y el que una mayoría de encuestados
se defina como de clase media indican que ´una
buena parte de esos inmigrantes ha tomado la determinación
de rehacer aquí sus vidas´, explica Jaume
Vives, concejal de Derechos Civiles de Badalona y responsable
de la elaboración del informe".
Son porcentajes muy interesantes. Que
al 20 por ciento de los encuestados le moleste la presencia
del catalán en los comercios y en el etiquetaje
me alucinaría si no fuese que a estas alturas
- y sobre todo en esas materias- a uno ya hay pocas
cosas que le alucinen. Un 20 por ciento no me parece
una cifra en absoluto menospreciable, y más cuando,
tras ella, aparece el colchón de los desinteresados:
"El 30 por ciento restante se muestra indiferente".
O sea que, entre indiferentes al catalán y molestos
por su presencia, sumamos un sugestivo 50 por ciento.
Y eso teniendo en cuenta que el etiquetaje en esa lengua
es a todas luces escaso. ¿Qué sucedería
si fuese considerable? Pues que, entonces, no molestaría.
¿Se imaginan ustedes yendo a vivir a Bélgica
y declarándose molestos por la presencia del
francés (o el neerlandés) en los comercios
y en el etiquetaje?
Supongo que del 50 por ciento restante
- el que, tal como dice Aymerich, "lo ve bien"-
se pondrá pronto la medalla la Queta, esa dentadura
postiza con la que la secretaría de Política
Lingüística del Govern actual está
consiguiendo algo realmente difícil: igualar
la ñoñería de aquella Norma rubita
y con peto que la misma secretaría creó
en época de Jordi Pujol. Hay que destacar, por
cierto, que en los anuncios de la campaña de
esta temporada ha aparecido un "pots parlar en
català..." bastante curioso. La canción
lo va repitiendo, como estribillo: "Pots parlar
en català, pots parlar en català...".
Es como si en realidad te estuviesen diciendo: "Eh,
que hablar en catalán está permitido,
no creas que no lo está. Si quieres y no te incomoda
puedes hacerlo, no hay ningún problema, en principio
no pasa nada y en cualquier caso no te detendrán
por ello...". Todo sea por no molestar a los tantos
por cientos irritables.
Lo más redondo
es la conclusión que de todo eso extrae el responsable
del informe, Jaume Vives: "Ese dato y el que una
mayoría de encuestados se defina como de clase
media indican que ´una buena parte de esos inmigrantes
ha tomado la determinación de rehacer aquí
sus vidas´". Ojo al "ese dato".
A fe mía que el responsable del informe no se
equivoca. Su deducción es sabia: en pocos años
han visto con claridad qué es importante aquí
y qué no lo es, y cuál es el mejor abono
para echar raíces en este país.
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