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Desde hace un tiempo, cada vez
que un grupo de personas protesta por algo que le afecta
-un ajuste salarial, la construcción de un puerto
deportivo o una autopista...- siempre hay políticos
y medios de comunicación que recriminan su actitud
diciéndoles que su queja es un mero producto
de la cultura del no.Menudo chollo para los que mandan
haber encontrado esa etiqueta que - convenientemente
repetida en prensa, radio y tele- estigmatiza toda disensión.
"Otra muestra más de la cultura del no...",
dice con un rictus de menosprecio tal político.
"Con la cultura del no campando a sus anchas, el
país no podrá avanzar hacia los objetivos
previstos...", remata aquel comentarista. Para
que el plato resulte menos monótono, se salpimienta
con referencias al famoso "not in my back yard".
Es ésa una expresión inglesa que ha hecho
tal fortuna entre nosotros estos últimos tiempos
que por fin ha encontrado ya su traducción ideal:
"no en el patio de mi casa", fórmula
que omite el adjetivo "trasero" con el que,
fieles al original inglés, al principio aún
calificaban al "patio". Tanto en el cliché
del patio como en el de la cultura del no,los subtítulos
son los mismos: "Sois una panda de egoístas".
Ésta es la frase básica que - aplicada,
por ejemplo, a los habitantes de pueblos que no quieren
acoger una cárcel- se concluye con consideraciones
como: "Queréis que en el país haya
cárceles para encerrar a los delincuentes, pero
no queréis que esas cárceles estén
en vuestro municipio". ¿Cultura del no?
Buena parte de la humanidad ha luchado durante siglos
para conseguir el derecho a hacer oír su voz,
para no tener que aceptar sin rechistar las imposiciones
cuando cree que son injustas. El estigma de la cultura
del no ha cuajado hasta tal punto que no parece importar
que a menudo se convierta en una caricatura reduccionista.
Nunca ha sido necesaria esa etiqueta para hablar de
los impresentables que, cuando tienen problemas, para
hacerse notar y salir en la prensa se dedican a cortar
calles o autopistas, perjudicando a personas que no
tienen nada que ver con su conflicto. No es una etiqueta
necesaria pero resulta útil, porque inmoviliza
a aquellos a los que no se les ocurre reaccionar contra
ella. Algunos de los que ahora hablan de la cultura
del no lo que realmente querrían es que no hubiese
desaparecido nunca la cultura del sí,la cultura
del sí, señor, la cultura del callar y
agachar la cabeza.Vivimos unos años - entre el
PP que abominaba de los pancarteros y estos de ahora,
que de lo de la tolerancia cero se han enterado tarde
y en versión doblada- en que no decir amén
a cualquier decisión de las altas instancias
e intentar modificarla de forma democrática es
considerado casi un atentado a la fraternidad universal.
Y, si bien hay personas que dicen que no a todo como
autómatas, también las hay que lo hacen
tras haberlo meditado y con toda la razón del
mundo. Pero el vilipendio se aplica tanto a aquéllos
como a éstos. Es un comodín perfecto.
Nos quieren hacer creer que no asentir siempre (mientras
musitamos "lo que usted guste mandar") es
un capricho de niños mimados, y eso es falso.
La prueba es que hasta el mismo proceso de definir la
cultura del no es fruto de un no, de alguien que, un
día, se hartó de los sanciroles que sistemáticamente
se niegan a todo.
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