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25 de gener de 2006
Novetats  
   
Nada histótico
Francesc-Marc Álvaro
  Avui, 23 de gener de 2006
   
 

Artur Mas debía identificar el mal menor y optar por él. Finalmente, el líder de CiU ha decidido que el mal menor es apoyar un Estatut muy alejado de las grandes expectativas reformistas del catalanismo político pospujolista. Mas hace una apuesta incierta y complicada y, en el corto plazo, refuerza un protagonismo que podría regalarle - así lo sugirió- un atajo para retornar al poder en Catalunya y consolidar su influencia en Madrid. Antepone lo urgente a lo histórico, después de pasarnos meses hablando de segunda transición. Además, Zapatero necesita que, a su derecha, alguien le dé oxígeno para sobrevivir al discurso catastrofista del PP y, entonces, descubre el gen de la gobernabilidad convergente. Desconocemos, de momento, lo que ambos líderes han pactado fuera del Estatut, pero es mejor para CiU que haya una lista secreta con algún as en la manga.

El heredero de Pujol parecía el abanderado del pospujolismo y, a la postre, resulta un vendedor de neopujolismo. Mas dio señales de que quería superar la mecánica tacticista del padre fundador para ir a una revisión estructural de las relaciones Catalunya-España. En esto estaba de acuerdo con Maragall, que reviste su intento de música federalista. Se entró en el embrollo del nuevo Estatut porque se quería superar el mercadeo cansino de Pujol para no estar eternamente al albur del juego de mayorías y minorías en las Cortes. No obstante, y a la espera de una lectura atenta del acuerdo, no parece que hoy estemos lejos de un nuevo pacto del Majestic, esta vez con rango de ley orgánica, aires de proceso neoconstituyente y un coste notable para la imagen de Catalunya.

Se supone que el heredero de Pujol ha calculado muy bien lo que hace, así como lo que dirá a sus bases y a sus electores en los años venideros. La foto que consigue ahora es importante, pero no sólo de fotos vive un líder. José María Barreda, barón del PSOE en Castilla-La Mancha, dijo algo muy serio en la reunión del sábado del comité federal del PSOE: "Cuando lleguemos a un acuerdo, habrá que exigir lealtad a todo el mundo, pero sobre todo a los nacionalistas. Hay que pedirles que cuando se cierre sea de verdad, que no haya peticiones posteriores". El sí de Mas a este Estatut va unido - se quiera reconocer o no- a una cierta congelación de la agenda reivindicativa de CiU. Esto no sería relevante si el nuevo Estatut fuera catalogado por los convergentes de "bueno". No es el caso, por lo menos en privado. Destacados dirigentes de CiU insistían ayer que "no se trata, para nada, de un Estatut para los próximos 25 años". El problema es que el catalanismo político considere muy provisional un texto estatutario que el PSOE y la opinión general española tome como un hito de larga y sólida duración. También en 1979, en Madrid, pensaron que se resolvía "el problema catalán".

El posibilismo lleva a CiU, fiel a su tradición, a comprometerse con un Estatut de circunstancias que no permite euforias triunfales y que, por tanto, se ofrece como el enésimo ejercicio de realismo paliativo. ¿Valía la pena este viaje? La táctica devora la estrategia y lo instrumental se impone. Tampoco está claro que todo esto haya servido para construir una nueva cultura política democrática que asuma, de veras, la pluralidad del Estado. Empezamos la temporada hablando de repartir competencias y dineros y hemos acabado oyendo frases inquietantes en boca de algunos militares. Resuena ahora una vieja sentencia de Pujol: "Nuestro problema no es que queramos ser a la vez Bolívar y Cavour, sino que lo somos". Mas acaba de ratificar que, entre Bolívar y Cavour, la tan citada conllevancia es ir jugando al póquer hasta la extenuación.