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El anuncio de alto el fuego permanente
de ETA provocó ayer un terremoto político,
social y mediático de una enorme magnitud.
La importancia y el calado de la iniciativa
de la organización armada y su indudable aportación
al proceso de resolución del conflicto ocupó,
prácticamente desde el mismo instante en que
se hizo público el mensaje, portadas y horas
de emisión ininterrumpida en todos los medios
de comunicación o en casi todos.
La iniciativa de ETA sitúa el
proceso en un nuevo prisma y, en cierto modo, obliga
a retratarse a muchos de los actores, protagonistas
o agentes que, durante estos últimos y convulsos
meses, han pretendido moverse en una indefinición
o ambigüedad interesadas. La inercia en la que
algunos han querido ampararse en estos últimos
años ha coqueteado en demasiadas ocasiones con
la tentación de poner obstáculos, e incluso
poner en peligro el proceso mismo, en lugar de trabajar
por abrir vías de soluciones, hasta el punto
de reflejar que en esa situación había
quien parecía sentirse cómodo. Pese a
estas actitudes, hoy asistimos a una iniciativa que
ha sacudido muchas cosas y que, en buena lógica,
debería llevar a la reflexión a quienes
esgrimen discursos y actitudes que en nada ayudan a
buscar un camino de resolución. El terremoto
ha sido tal que ha provocado reacciones oficiales en
las principales capitales mundiales, incluidas Londres
y Washington.
Es obvio que al primer momento de impacto
deberá seguir, en buena lógica, una reflexión
pausada que permita a todas las partes dar la dimensión
adecuada al alto el fuego permanente de ETA, dimensión
que va, sin duda, mucho más allá del cese
de las acciones armadas. A nadie con un mínimo
conocimiento de los procesos de resolución de
conflictos en el ámbito internacional y con un
rigor básico a la hora de abordar estas cuestiones
se le escapa que cuando una organización armada
toma una decisión de tal trascendencia es porque
es de suponer que ha habido un intenso trabajo de trastienda,
labor que implicará y comprometerá a otros
actores claves del proceso abierto.
A nadie se le escapa, tampoco, que este
anuncio en absoluto significa el final de un camino,
como algunos pretenden hacer creer en función
de sus propios intereses, sino todo lo contrario, el
inicio del partido si utilizáramos un símil
deportivo. Un partido que exigirá mucha responsabilidad
a todas las partes y mucha voluntad de avanzar en la
resolución del conflicto y cuyo futuro, como
desde su nacimiento ha sostenido este diario, deberá
sustentarse en el diálogo, la negociación
y el acuerdo, y, en último término, en
la palabra y la decisión que adopten los ciudadanos
y ciudadanas vascas sobre su futuro.
Todo aquel que se adentra con seriedad
en esta cuestión coincide en apuntar que será
un proceso largo y complicado, en el que, a buen seguro,
no faltarán tropiezos y obstáculos. De
ahí el ejercicio de responsabilidad exigible
a todos los actores implicados en el mismo. Diríase
que es hora de responder con claridad, y con hechos,
al futuro. Habrá, cómo no, quien no lo
haga porque no le interese hacerlo, y algunas reacciones
registradas ayer dejan clara constancia de ello. París
y Madrid respondieron en clave de prudencia, aunque
están llamadas a dar pasos que demuestren su
voluntad real. La mayoría de los agentes de Euskal
Herria, cada uno desde su punto de vista, tuvo una reacción
positiva, que debe verse corroborada con compromisos
efectivos.Pero, a la postre, será la movilización
de la sociedad a la que representan esos agentes la
que, en la balanza, tome más peso, ya que es
el activo que necesita, y la garantía que precisa,
un proceso para la resolución del conflicto basado
en el reconocimiento de los derechos de Euskal Herria.
El momento es importante; lo que está en juego,
mucho más: Euskal Herria.
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