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14 de febrer de 2006
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Vida más allá del Estatut
Salvador Cardús
  La Vanguardia , 8 de febrer de 2006
   
 

En el largo, lento y cansino camino hacia el libre ejercicio de la emancipación nacional de los catalanes, desde los años de la transición, se han puesto casi todas las esperanzas en la dimensión jurídico-política de la cuestión. Se ha considerado que lo previo y lo fundamental era solucionar el encaje formal que habría de permitir que Catalunya se autorrealizara nacionalmente en el marco de una España que llegara a ser un Estado plurinacional y de una Europa que sería la de los pueblos. La reacción histérica, plagada de mentiras, a la moderada propuesta del Parlament de Catalunya y la solución final que se apunta han demostrado que las puertas de aquella emancipación siguen cerradas y que va a imponerse un más de lo mismo, nuevamente insatisfactorio para las aspiraciones de los más audaces.

España se sigue pensando a ella misma como un cuerpo unitario, bien expresado en la imagen de aquel lector que me aseguraba que sentiría la emancipación de Catalunya como si le amputaran un brazo. Pero para muchos catalanes Catalunya no es un brazo sino un cuerpo entero, y estaría encantada con llegar a una estrecha asociación cooperativa con el resto de los pueblos de España. Es curioso, para seguir con la imagen, que a estas alturas España prefiera estar compuesta por extremidades sumisas que no por la unión de voluntades libres y solidarias, modelo que la haría mucho más capaz para desafiar retos futuros. Pero esto es lo que hay. De manera que nadie se llame a engaño: tal como van a quedar las cosas, la cuestión catalana va a seguir tan abierta como antes.

En cualquier caso, lo peor que podría ocurrirnos a los catalanes es quedar aturdidos ante tal nuevo fracaso y que, mientras algunos oportunistas, dando por liquidadas las esperanzas, renunciaran a tener voluntad propia, la mayoría se instalara en la lamentación estéril. Justo lo contrario, creo que este nuevo intento frustrado de Estatut debe dar paso a una reflexión autocrítica y a nuevos planteamientos que permitan que nuestro país siga respirando y que den futuro a una sociedad que difícilmente se va a resignar a dejar de pensarse como una voluntad propia, libre, es decir, como nación.

Y la primera lección se puede aprender desde ahora mismo. Efectivamente, creo que ha quedado claro que, definitivamente, la locomotora de nuestra emancipación no va a estar nunca en la transformación jurídico-política del Estado español. Primero, porque la historia se ha ocupado de demostrar, una y otra vez, que no es Catalunya quien, en busca de un mejor acomodo con los demás, podrá cambiar el resto de España. Yen segundo lugar, porque el supuesto que la emancipación nacional de Catalunya depende de profundos cambios políticos en España lleva consigo una contradicción de fondo. Por mucho tacto que se tenga, nunca vamos a hacer cómplices a los demás de la ruptura de un tipo de ataduras y una reconstrucción sentimental que no desean ni necesitan. Puesto muy claro: si algún día Catalunya llega a tener los atributos de una nación, no será fruto de ninguna concesión graciosa ni del reconocimiento previo de unos derechos abstractos por parte de España, sino el resultado de una realidad nacional propia contumaz y abrumadora.

No se trata de hacer de la necesidad virtud, sino de reconocer que pocas veces los cambios jurídico-políticos preceden a la propia realidad social. Y Catalunya, hoy por hoy, sólo es una nación como deseo -creo que de una mayoría- aún por cumplir. Quizás algún día tenga una traducción jurídico-política, sí, pero será más bien como expresión de su culminación, no de un comienzo. A partir de ahora, lo que hay que ver es cómo se consigue una mayor realidad nacional con independencia del fluir de la política. En realidad, nada nuevo bajo el sol, porque es así como Catalunya ha existido hasta ahora y es así, sin Estado, y aun con el Estado en contra, como ha conseguido que sobreviva su voluntad de ser nación.

En primer lugar, pues, habrá que aprender a fer país sin contar con el Estado y poco con las administraciones regionales y locales. Y eso tampoco es nada malo: a efectos prácticos, menos Estado ya es una manera de conseguir más independencia. Justo lo contrario de un Estatut que, si algún problema tenía, era el de su minuciosidad a la hora de querer moldear la sociedad catalana, como si toda ella fuera un objeto de tutela pública. Menos Estado, menos Administración pública, y más iniciativa privada, más sociedad civil: ése debe ser nuestro modelo para los próximos años.

No estaría mal que, aprovechando esta nueva apuesta estratégica de la sociedad catalana, situándose relativamente al margen de los poderes públicos, se homenajeara a los hombres y mujeres que en tiempos peores mostraron la fuerza de este camino. Por otra parte, la recuperación de la idea de que el país se construye realmente más allá de lo poco que la política da de sí también obligaría a cambios importantes en el talante dominante actual, tan acomodado a la protección de una Administración que, por paternalista, ahoga las iniciativas audaces que tradicionalmente forjaron el carácter de la sociedad catalana.

Visto en perspectiva, quizás España, con su reacción miserable a la nueva propuesta de encaje, nos haya hecho un verdadero favor, obligándonos a buscar la emancipación nacional por el camino que nunca deberíamos haber dejado. Quizás un día ellos lo lamenten. Pero para los catalanes, a partir de ahora, la divisa deberá ser: menos política, más Catalunya.