Logo Contrastant.net
Digues la teva
Home Correu
 
 



© Magma3
 
29 de febrer
Novetats  
   
Ressenya de La mort humana
AMADEU VIANA
  Universitat de Lleida
   
 

Se ha hablado del imán de Vico, de su facultad analógica de enlazar temas, recuperar palabras y construir historias. Creo que se puede hablar igual del imán de Aracil, de su inteligencia para interpretar y construir sentido y su tenacidad para indagar. Lector infatigable, Aracil (Valencia, 1941) ha dado poco a la publicación. En sus tres libros en catalán (Papers de sociolingüística, 1982; Dir la realitat, 1983; más el que nos ocupa) han intervenido compiladores y/o la insistencia de antiguos estudiantes suyos. Enorme trabajador en seminarios sin fin, profesor durante los años de la agria transición en la Universidad de Barcelona, Aracil ha ofrecido a quienes le escuchaban lo mejor de sus creaciones intelectuales, su atrayente erudición, sus ironías y sus fidelidades, siempre en conversación, siempre de viva voz. Serio disidente de la Cataluña pujolista, formado en la sociología del conocimiento de los primeros sesenta, escribió y pensó sobre el alcance de la sociolingüística cuando esa disciplina aún no había cruzado el Atlántico. Quienes hemos seguido su discurso durante más de veinte años, sabemos que sus indagaciones sobre las lenguas, la mente humana y las sociedades tenían otro alcance; que estábamos ante un pensamiento complejo, contextual, atento a extraer de diversas corrientes los elementos necesarios para elaborar las analogías significativas, las paradojas de la realidad y un vocabulario más diáfano. Y desde un principio tuvo muy presente la historia, como habían hecho los sociólogos más importantes que le habían precedido.

Su trabajo sobre la muerte humana es sin duda la obra más personal de cuantas ha concebido y publicado (hasta ahora). Este hecho, del que da cuenta él mismo en la presentación, impregna favorablemente el libro: la muerte nos afecta de diversas maneras, es nuestro vínculo más directo con la comunidad y a la vez la fuente de nuestros enigmas vitales e intelectuales; es la otra cara de la religión y también un vasto territorio para la comprensión sociológica, artística y literaria. Sin un sentido de la muerte, paradójico, sencillo, confiado o dramático, la humanidad --el sentido de humanidad, concretamente-- desaparece. Eso es un tema importante en el libro. Aquí encontramos a Vico. Los editores nos advierten que Aracil en la presentación nos puede recordar a "su querido Vico", pero el lector no lo hallará, en cambio, entre las páginas que siguen. Lo puede deducir, con vigor, con soltura, del profundo compromiso que mantiene Aracil con la idea y la experiencia de la muerte como constituyente de la humanidad misma; y del estilo mismo de la exposición, analógico, creativo, crítico con las palabras y distante (y frío) con quienes alejan la muerte porque alejan con ello la vida misma en su intensidad primera.

La muerte humana es muchas cosas. Faltan otras: el tesoro que era para Borges, o el buen final de Séneca, pero el recorrido de Aracil es vasto y preciso a un tiempo: sus autores preferidos nos recuerdan que sólo existimos si pertenecemos a un grupo, que nadie tiene derecho a negligir los enigmas que la muerte plantea, que la muerte ha sido celebrada porque era la comunidad la que era celebrada, que la misma mente humana tiene un origen en las categorías sociales, que el pensamiento es parte de la acción, que siempre vivimos entre personas concretas, que tantas sociedades diferentes han concebido maneras diferentes (y a menudo extremas) de entender la muerte. El libro se abre con un precioso poema de Chesterton sobre los amigos y se cierra con una rotunda frase de Samuel Johnson (que quizás recuerda el epifonema final de la Ciencia Nueva) sobre "este mundo, en el que hay mucho que hacer y poco que conocer" (pág. 348). Se trata de buena compañía. Aracil evoca al Rilke de la fragilidad humana, a Maurice Maeterlinck en Devant Dieu, al mejor William James, y a muchos otros que fueron "hacia el imposible para alcanzar algo posible": este es el tono y las ideas.

En trenta y tres secciones y cuatro adendas Aracil introduce su politema. Desaconseja categóricamente la simplificación y anuncia que sólo abrirá una brecha. Tras unos emocionados agradecimientos (el conocimiento siempre es personal), se embarca en su nudo de relaciones: no la muerte, sino la humanidad en relación a la muerte, por lo tanto la persona (jo & tu), la correlación (alteridad y reciprocidad) de las personas. Su bibliografía se rinde a eso y reconoce alternativamente la omnipresencia de la esterilidad, com un agujero negro que devora y devasta hasta su propio tema. Su truco creativo es pensar (en vez de angustiarse), los elementos de su discurso no son ornamentos sino instrumentos. Su visión de la palabra es un contraste, una "suscitación mutua o recíproca": Living is learning how to love / Loving is learning how to live (pág. 33). ¿Por qué sus reflexiones no pueden ser también reflexiones sobre la comunicación? El error y el engaño, las trampas que nos tiende el pensamiento, aparecen aquí y allá como parte de su politema. Los límites del conocimiento se mezclan con la esperanza y la confianza, con la fe y nuestras categorías cognitivas y emocionales; las cuales, para Aracil, en primer lugar, son parte de una historia que siempre está atento a explicar. Su ingenio es también su genio: el libro, desde el principio, es narrativo y apasionado, contundente con la destrucción del pensamiento (la palabrería, la esterilidad, el darwinismo, la negación) y enérgico en su intento. Con Gadamer, valora las preguntas y el riesgo (que también es juego y apuesta). Pensador conjuntivo, las parejas intelectuales que jalonan La mort humana son valores y conceptos, como las Dignidades de Vico.

"La humanidad consiste sobre todo en unas solidaridades que la muerte ataca, pero no destruye" (pág. 47). Ello convida a considerar también la historia del patrimonio textual (destruido por originalistas y tradicionalistas "en direcciones contrarias"). El latín era el medio básico de cohesión de esa comunidad textual --y en latín encuentra Aracil sus más diáfanas manifestaciones, como el epitafio junto al río San Lorenzo en Quebec erigido para vencedores y vencidos: mortem virtus communem, el valor les dió una muerte común (pág. 212). Su Respublica Litteraria se desmarca de la moderna despersonalización de la Lingüística y se acerca a Swift, a Lewis Carroll y a Ronald D. Laing. Su humor es funesto y lúdico a la vez, nunca casual; su cristianismo, más protestante que jerárquico; su documentación filológica, el equipaje estricto del sociólogo.

Cinco sesiones de Seminario (y unas conclusiones) estructuran el libro, que se esparce internamente, como indico, en muchas direcciones. La primera, Muerte y conciencia, nos lleva desde el nihilismo y la Belle Époque hasta las categorías de la antiguedad romana para expresar la muerte, pasando por una reflexión sobre el duelo, la lamentatio, y el interés de la expresión dramática. La tragedia contraria es ignorar la muerte, operación correlativa de ignorar la vida. La segunda sesión, Inmortalidad y el otro mundo, parte de las preguntas y las actitudes ante la muerte (y aquí también, con Vico, Aracil da cuenta del léxico latino y griego habitual), para detenerse enseguida en el contraste entre cristianismo y budismo y lo que podemos saber sobre el mismo momento del deceso. Apela para ello a Georges Canguilhem y a un poeta árabe, al vocabulario del sentido común y a Martin Buber, a Einstein y a Empedocles. "Todo lo que vemos en la muerte (...) depende de nosotros en cierta medida. (...) Atención: hemos de controlar nuestras acciones porque, si no, quizás lo desharemos todo, sin darnos cuenta" (pág. 136).

La tercera sesión, La obsesión de supervivencia. El suicidio, es espléndida. Se abre con el eco del film Heaven can wait, visto la noche anterior, y embiste contra la supervivencia eliminatoria. Encontraremos un torrente, una auténtica cascada de personajes que la dieron por buena, y unos pocos que lúcidamente la describieron. La nada y el nihilismo nos acercan al infierno, aludido por poetas (como T. S. Eliott) y filósofos (como J. P. Sartre) durante la primera parte del siglo veinte. El suicidio como caso límite (uno de los primeros temas que llamó la atención de Durkheim), la locura y la "desrealización" completan este capítulo inquietante. "¿Quién ha dicho que la muerte es lo peor que puede ocurrir? Yo no y Bacon tampoco --ya somos dos" (pág. 159). Y antes: "La muerte es ineliminable. Vale más descartar lo imposible" (pág. 143).

La cuarta sesión, El sentido de la muerte, no retrocede un ápice respecto a las otras. Se embarca en las limitaciones de la comprensión y en las paradojas y los dilemas que suscita, incluyendo argumentos disuasorios tan contundentes como los del Gran Inquisidor de Dostoievski (pág. 173) y planteando la intriga intrínseca de la vida como aventura, con importantes referencias a la aventura cristiana. La quinta sesión, La posteridad, nos devuelve al sentido de humanidad y a la lógica de la gratitud, incorporando una crítica a la naturalización de las explicaciones (la perditio principii, pág. 198), correlativa de la devastación intelectual que hace tabula rasa de la continuidad entre antepasados y descendientes. La lección final sobre las cosas concretas, de inspiración evangélica y chestertoniana, es igualmente espléndida.

Los editores han recogido en este libro las sesiones del Seminario de Morella de julio de 1994 (un Seminario regular de verano que comenzó el año anterior), han anotado las sesiones y han incluido las preguntas y la discusión que se produjo, más unas conclusiones también dialogadas, y el interesante dossier bibliográfico que se repartía a los participantes, junto con una antología de pintura, música y literatura sobre el tema; Querol, que lleva la organización y también la del Seminario de Barcelona, explica en el prólogo sus vicisitudes y su interés. Una presentación de los editores advierte de estas y de otras cosas. Se trata, pues, de un impresionante texto oral con las formidables referencias de lectura de su autor; creo que un de los textos recientes más interesantes que se pueden leer en catalán, un texto fresco y rico que encantará a quienes se decidan por él.

Aracil se encomendaba, entre irónico y melancólico, a las Gifford Lectures, al comienzo de su Seminario sobre la muerte. Quizás, entre todos, estaba pensando especialmente en William James (y en The varieties of religious experience), próximo a él por más de un motivo. Es igual, porque la nómina de libros concebidos para esa ocasión (algunos, relacionados en la pág. 74) constituyen en cualquier caso, una excelente compañía. No sé si La mort humana es especialmente un libro de filosofía (porque no sé muy bien donde vamos hoy con esta clasificación genérica), pero sí que creo que Vico está entre sus páginas: directamente para nosotros, atravesando los horrores de la Fea Época (como se llama aquí a la primera parte del diecinueve, pág. 255-256), en este Aracil ágil y decididamente poco académico, por suerte, avisándonos de lo que nos falta para salirnos de la humanidad, y a la vez ayudándonos a reconocernos en ella.